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El año en el que nos robaron la Primavera

Este año ya nos hemos quedado sin Primavera, sin la estación que es santo y seña de Andalucía.

 

El azahar cubre con un leve manto blanco los suelos en torno a los naranjos. Ha sido un visto y no visto. Las flores se abrieron a finales de febrero y, en dos semanas han muerto sin que muchos de nosotros, encerrados en casa por prescripción facultativa, nos diésemos cuenta de su inigualable  fragancia. Las calles y plazas de Sevilla, de Córdoba, de Cádiz, de Jaén, de Granada, de Huelva, de Málaga y de Almería no desprenden ya su aromático olor a primavera andaluza, sustituído estos aciagos días por el fuerte olor de la lejía y desinfectante. Este año 2020, bisiesto y siniestro donde los haya, nos ha traído un virus aciago que ha puesto un nefasto “impasse” en nuestras desahogadas y felices existencias, devolviéndonos a una realidad que nunca deberíamos de haber olvidado. Como le recordaba continuamente el esclavo que iba detrás del general victorioso que celebraba su triunfo en las calles de la antigua Roma, “memento mori”, “recuerda que morirás” y la pandemia del dichoso coronavirus nos ha puesto la frase a la órden del día. Aunque nos creamos los reyes del mambo, somos prescindibles, muy prescindibles y toda esta tragedia debería hacernos reflexionar sobre lo que es importante y lo que no lo es tanto.

 

Hay que ser conscientes de lo que de verdad importa. Comprobamos ahora que, por encima de cualquier valor material, está la salud y el muchas veces infravalorado trabajo de todos aquellos que cuidan de ella, sin importarles la suya. No hay que olvidarlo jamás. El aplauso unánime de las 8 de la tarde en las ventanas de toda España a nuestros sanitarios, policías, militares y todos los profesionales que están sacrificándose por nosotros, es un gesto que debería ser recordado diariamente cuando pase esta pandemia, aunque mucho me temo que esta sociedad de consumo en la que vivimos tratará de olvidar pronto el mal trago y volverá a la superficialidad que la caracteriza. La Semana Santa está a la vuelta de la esquina y, como nosotros, confinados en casa, las imágenes de los Cristos y las Vírgenes, aguardan en sus templos a que lleguen mejores tiempos para salir a las calles. Andalucía, y muy especialmente Sevilla, va a afrontar dentro de unos días una semana de negro luto en la que la tallas de la Macarena, la Esperanza de Triana, el Gran Poder, el Cachorro, Pasión o cualquiera de las cientos de imágenes que todos los años desfilan por esta ciudad, serán el puerto en las que se miren miles y miles de sevillanos esperando el milagro del fin de la epidemia, el bálsamo de fierabrás que les dé algo de esperanza a corto y medio plazo y les cure las heridas que el coronavirus está dejando en los cuerpos y las conciencias de todos.

 

En resumen, por poco que dure esta cuarentena obigatoria, este año ya nos hemos quedado sin Primavera, sin la estación que es santo y seña de Andalucía, sin poder contemplar y oler los aromas de la flores que, pese a todo, siguen abriendose como si nada ocurriera, sin pasear por las ciudades y los campos de esta Andalucía que florece repentinamente en su explosión de vida sin un público que la aplauda y que sepa apreciar los colores y los olores de la estación más bonita del año. Decía nuestro insigne poeta Antonio Machado aquello de “la Primavera ha venido y nadie sabe como ha sido”. Yo lo cambiaría este año por “la Primavera se ha ido sin haberla vivido”. También de eso, como de tantas otras cosas hechas mal y tarde, habría que pedirle responsabilidad a nuestros gobernantes. Pero no nos preocupemos, ya llegará su hora. De momento hay que exigirles que dejen a un lado la propaganda y la  habitual mentira diaria con la que tratan de engañarnos, y que pongan sobre la mesa todas las medidad y los recursos del Estado para controlar cuanto antes la situación y salvaguardar las vidas de nuestros sanitarios.

 

Ya puestos, a nosotros, lo pobres y sufridos contribuyentes que seguimos pagando impuestos pese a no tener ingreso alguno, no va a dar igual ocho que ochenta, es decir, que la cuarentena dure dos semanas o dos meses. Queremos ver soluciones cuanto antes y no excusas infantiles sobre la magna inutilidad de un Gobierno sobrepasado por esta crisis en la que está demostrando tácitamente su incapacidad. Como digo, ya llegará la hora, cuando todo esto pase, de exigir responsabilidades, incluso penales a los que han propiciado una catástrofe humanitaria sin parangón en nuestra memoria. Lo pagarán, vaya que si lo pagarán. Este pueblo no sólo tiene esa memoria histórica que ellos quieren vender, sino otra memoria de justicia social que deberá aplicarla en su momento sin que nos tiemble la mano. Personalmente no les perdonaré nunca que este año 2020 me hayan dejado sin mi Primavera.

 

P.D.-Estos día acaba de dejarnos un político de raza, un hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno” que dirigió Sevilla en tiempos tan convulsos como los de la pre Expo. Manuel del Valle Arévalo, alcalde y señor. Si hay algún apelativo que lo defina, copio el que le ha puesto mi ex compañero Alberto García Reyes, de “sevllano británico”. Manolo del Valle era la antítesis del estereotipo que muchos tienen del sevillano gracioso y dicharachero. Abría la boca solo para sentenciar lo justo, para dejar claro cuáles eran sus ideas. Culto, trabajador incansable, enamorado de su tierra, Manolo ha sido valorado en su justa medida años después de que dejara la Alcaldía de Sevilla. Alcaide del Alcázar e impulsor de plataformas cívicas como Civisur para acabar con el enfrentamiento entre Sevilla y Málaga, fue, además del autor de la famosa fotografía de “la tortilla” en la que él evidentemente no salió porque odiaba el sevillano “figureo”. Deja su buen hacer, su trabajo y su obra y, como tertuliano de Ágora Hispalensis, todos los que formamos parte de esta plataforma lo echaremos de menos sobre todo por sus grandes ideas que hicieran de su Sevilla una ciudad única y de su tierra, Andalucía, una comunidad mucho mejor. Descanse en paz.