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El apocalipsis del fútbol

Después de coquetos trotecitos, la americana  Kinsey Wolanski consideró cumplido su objetivo, no sin correr algún riesgo.

 

Poseído por el valiente propósito de encontrar buenas noticias en los medios digitales, a cada paso aparecía una bien dotada moza embutida en un bañador de talla pequeña para tamaña anatomía, deambulando por un campo de fútbol. Un vigilante de expresión facial  indeterminada trataba de disuadirla ante el griterío de las masas inglesas en la final de la Champions, encantadas con un aperitivo inesperado. Después de coquetos trotecitos, la americana  Kinsey Wolanski consideró cumplido su objetivo, no sin correr algún riesgo: contraer algún resfriado, un inoportuno resbalón con caída poco estética o, incluso, un  desplazamiento de la parca prenda hacia zonas más sutiles.

Superaba mi legado machista por si llegaba alguna pregunta: «¡¿Oye, no pertenecerás a la vejez a la estirpe de los carpetovetónicos observando a esa valquiria!?». Y, cansado de dar explicaciones sobre lo divino y lo humano, sentí la llegada de balbuceos, excusas inútiles para la sentencia condenatoria.

Los inocentes espectadores iban con la inocente pretensión de esperar la entrada de la bola en la portería del rival muchas veces y, sin quizá, con la reglamentaria andanada de improperios al árbitro, pero la susodicha gran moza los desconcentró al aparecer cuadriplicadas sus esfericidades dadas las inevitables dependencias o grandezas ─según se especule─ de la anatomía femenina. Y sin preferencias por un par determinado, supongo, conjeturas subliminales circularían por el Wanda Metropolitano.

Responde la cosa a un propósito deliberado con antecedentes. El novio de Kinsey, el señor Vitaly Zodovetskiy  regenta con ella una empresa dedicada a la exhibición para los adultos de sucedidos biológicos y pormenores anatómicos reservados para el intimismo, cuestión heredada con posterioridad al bocado de la manzana paradisíaca. Sopesados los gastos, o sea, la multa de unos ocho mil euros, les compensa porque la multitud de usuarios de su página Web le han proporcionado unos ¡tres millones de euros!

El asunto tiene antecedentes, tanto por la pareja aludida como por otras u otros deseosos de mostrarse cual fueron paridos pero más creciditos. Por ello, las doctas cabezas directoras del fútbol deberían crear una academia de vigilantes expertos en bloquear a las féminas por los pocos lugares posibles para no tocar sus partes genuinas. El riesgo de unos vigilantes generalistas resulta elevado por comparecer ante un jurado sumarísimo con numerosos testigos. El señor Zodovetsky, novio de ella, por muy democrático en el campo del toqueteo de otros hacia su amor, estaría ojo avizor con el megáfono: «¡Eh, ¡eh, sin pasarse o lo denuncio pese a su cara de tonto. Cojalá por la manos y suavemente…!».

Pretendo dirigirme al club Bilderberg para la inclusión en su reservada temática de este asunto y evitar un problema capaz de acabar con la paz mundial ante el fin del fútbol, dada la invasión masiva de despelotados y despelotadas, correteando por doquier, balanceándose en las porterías, haciendo pantomimas ante las cámaras, burlándose de las figuras goleadoras… todo como en un surrealista cuadro de El Bosco.

La realidad supera con creces cualquier imaginación, incluidas las de los admirados Borges, Kafka o Joyce, por ejemplo. Incluso el gran Rembrandt nunca imaginaría a una sabina de las suyas llena de michelines se los quitase el  pincel del photoshop en manos de cualquier aficionado. Pero ¡voto a Bríos! no es el caso de la rubia Kinsey, no se me vayan a enfadar los americanos con su presidente al frente, tan celosos por proteger el mercado nacional.