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El coronavoto

Que nadie se engañe. Sin perder de vista el coronavirus, ha llegado el tiempo del coronavoto.

 

Los datos sobre la crisis del coronavirus son tozudos: sufrimos la mayor tasa mundial tanto de fallecidos, como  de sanitarios contagiados. Tal encarnizamiento lleva a concluir que o bien los españoles somos más enclenques que el resto de los europeos (algo difícilmente sostenible por nuestra alta tasa de longevidad), o bien que la batalla contra el Covid-19 se planteó tardíamente y se esté gestionando peor que en el resto de Europa. En definitiva, que fuimos a la “guerra” tarde y con nuestra vanguardia, los sanitarios, sin chaleco antibalas y con casco de cartón piedra.

 

El Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica para España, en 2020, el desplome de más de un 8% del PIB, una tasa de paro superior al 20% y un incremento de la deuda hasta un histórico 113%. Parece obvio, por tanto, que la crisis se va a cebar con España también en el plano económico y social. Y, encima, se presentan iniciativas gubernamentales de gasto de muchos miles de millones de euros, que agudizarán la catástrofe. El último ejemplo de ello es el anunciado e ideológico “Ingreso Mínimo Vital” ―hay que cuidar la red clientelar―, que, como nueva prestación de la Seguridad Social, será una especie de PER nacional.

 

Otorgo que el Gobierno no es el único culpable de las calamidades de la pandemia. Pero en las respectivas nóminas de sus miembros está incluido “bailar con la más fea”, cuando vienen mal dadas. Es el riesgo de gobernar.  Además, según la Ley 33/2011, de 4 de octubre, General de la Salud Pública, la pandemia es competencia del Estado. Por tanto, descargar responsabilidades sobre los hombros de subordinados, el ejecutivo anterior, las autoridades autonómicas, los expertos, los científicos y todo lo que se mueva, no es de recibo. De momento, no hay otra opción razonable que apoyar al Gobierno (remar juntos) tanto en la gestión de la crisis como en su desescalada. Cosa  distinta es la reconstrucción en la post crisis. Tendría su guasa que, tras tantas catástrofes y, sobre todo, varias decenas de miles de muertos, don Pedro Sánchez se fuera de rositas, manteniéndose la misma arquitectura parlamentaria y gubernamental que ahora padecemos.

 

Los llamados Pactos de la Moncloa II, que propugna el señor Sánchez, no pueden ser un cheque en blanco, para alargar indefinidamente una legislatura “de facto” ya finiquitada. El camino hacia la llamada “nueva normalidad” tendría que incluir el compromiso de celebrar elecciones generales, no más tarde de la primavera de 2021. De ahí, seguramente, el porqué de la lluvia de millones de euros con los que el Gobierno está regando los medios, junto con el impulso de una impúdica campaña de autobombo, maquillaje político, propaganda y venta de su relato como el único posible. Las declaraciones de hoy del general Santiago, jefe de Estado Mayor de la Guardia Civil, en la rueda de prensa diaria del Comité Técnico de la pandemia, son tan valientes como imprudentes: “otra de nuestras líneas de trabajo es también minimizar ese clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno”. Tremendo. No me extrañaría que, de momento, ni él ni el JEMAD vuelvan a aparecer en esta rueda de prensa diaria.

 

Mi conclusión de todo ello es que el combate contra el virus ha pasado a ser mero instrumento político, cuyo mayor alcance ha de encontrarse en el supremo idioma de la política: el voto. Que nadie se engañe. Sin perder de vista el coronavirus, ha llegado el tiempo del coronavoto.