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El escritor desconocido

«Pero, ¿cómo es posible el haber pasado desapercibido?»

 

Un entrañable amigo acabó de publicar su cuarto libro y, entre otros comentarios me decía: «La mayoría de los plumíferos trabajamos huérfanos del reconocimiento o rechazo público. No sabemos siquiera si tenemos lectores o sólo compradores de libros. El volumen sale de la imprenta y se pierde en el misterio. Raramente llega la carta orientativa de un «cliente».  Anoche cené con paz de espíritu por si mi trabajo resultaba útil para alguien. Un cursi lo llamaría dejar un tardío testamento espiritual. Dios lo libre a uno de semejante arrogancia.  Me he limitado a hacerlo con esmero, a última hora, antes de cerrar el negocio vital y haber contado con la colaboración de un editor».

 

Mi amigo (E.P.D.) lo observaba todo con visión rebelde, propia de un pensador nato, lector incansable, humanista de extensa cultura alumbrada por la luz surgida en la oscuridad de los misterios. Su capacidad de asombro resultaba inaudita, como si al despuntar el día viese por la ventana de su realidad  un planeta diferente.

 

Se encontraba algo desilusionado y le dije, más allá de un simple consuelo: «Querido amigo, dos tonalidades del hombre bullen: el deseo del éxito, humana ansia, y la posibilidad del fracaso. Tu sabiduría de altas cotas constituye un reto porque la reflexión de tus escritos requiere muchos esfuerzos al exponer y cuestionar lo invisible, interrogantes larvadas desde tu juventud…».

 

Pero, a diferencia de él ―y de otros genios inconformistas―, a inmensas mayorías nos conquistó un sistema educativo y planes universitarios alejados del afán por saber, esencia del  concepto universitas. Y la cultura quedó servida en bandeja para ser guillotinada por los numerosos robespierres. Entonces, el amor por el conocimiento o los deseos por dominar nuestra lengua quedaron como antiguallas de otra época, desprovistos de rentabilidad.

 

Mi amigo seleccionaba las palabras, cada frase, cada párrafo, perfumado todo por un estilo singular. Tal vez no pensó en los dos objetivos de muchos escritores actuales: no complicarle la vida al personal, conocer el mercado, los lanzamientos propagandísticos y las mil sutilezas inherentes a las  editoriales. Aunque muchos escritores necesitan renunciar a placeres mundanos al dedicarle ingentes cantidades de tiempo a la documentación, el deleite en la andadura creativa no tiene precio y, aunque las dudas en el triunfo acosen, los une a una minoría cómplice de silencios críticos.

 

El ciudadano estándar no aspira a las postrimerías ni a leer las grandes obras al permanecer aturdido ante la invasión de imágenes, vorágine de impactos sin interiorizar, regocijo de los poderosos por el aturdimiento. Al tiempo, el poder se inquieta ante los críticos forjados en las bibliotecas ―la de mi amigo alcanzó casi los 7.000 volúmenes―, muestrario de una inmensa inquietud para tratar de conocer al hombre en su finitud y conseguir espacios de libertad.

 

Al tener mi amigo una salud delicada, preferí elogiarle en vida y no sumarme a las alabanzas póstumas. Por ello, lo animé para publicar, movido por dos impulsos: la recopilación de una parte de sus pensamientos y mi compenetración con su bohemia. Nada extraño sería el brote de estupor de algunos al paso de los años por la riqueza del contenido de sus libros. Podrían decir: «Pero, ¿cómo es posible el haber pasado desapercibido?».  No sería el primer caso, pero ojalá fuese el último.