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El fundamentalismo feminista: enemigo de la libertad sexual

 

La polémica ha estallado a raíz de los sucesos por todos conocidos en Francia. Ha sido allí donde, por fin, se ha producido un debate sobre una tensión larvada tiempo ha. Que también está presente aquí, en España. Y es la naturaleza del feminismo fundamentalista, ideología que anega todos los rescoldos de pensamiento libre y amenaza al feminismo real con ser englobado bajo esa misma y perjudicial etiqueta. Muchos de los que hoy en día se declaran anti-feministas no tratan de decir sino otra cosa – torpemente- que el que están en total desacuerdo con los dogmas de fe impuestos por las cepas radicales del dicho movimiento, que trata de criminalizar no ya sólo las opiniones que libremente pueden tener, sino también su conducta. Y esto es lo grave.

 

El Feminismo dista de ser un movimiento. Es correcto hablar pues de múltiples y variados movimientos. Pero principalmente destacan dos grandes tendencias sobre las demás, cada vez más en pugna por la etiqueta: el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia. O el feminismo individualista y el feminismo colectivista. El primero, el que realmente ha conquistado cosas verdaderamente loables para las mujeres y para toda la humanidad, persigue la igualdad efectiva entre mujeres y hombres, al margen de sus opiniones y convicciones, poniendo acento en valorar tanto a unos como a otros como personas, y no en función de categorías a menudo artificiales que son instrumentalizadas para la división y para el enfrentamiento. Tendencia en la que se enmarca quien hoy escribe.

 

Este feminismo, lo admita o no, es hijo predilecto del fundamentalismo religioso que condenó a la mujer a la escoba y a la lavadora.

 

Luego está el otro. Aquél que valora a las personas en función de su género, que ha desarrollado precisamente eso, una ideología de género que pretende imponerse sobre todos los demás acudiendo al Código Penal y a las leyes en su formulación más expeditiva para obligar stricto sensu al cumplimiento de sus postulados, so pena de incurrir en delitos e ilícitos de diversa laya. Este falso feminismo, fruto de la mezquindad de quienes han sido heridas por hombres y les odian, y de hombres que por miedo a ser calificados como machistas optan por suscribir los postulados más indeliberados, no sea que tengan que apearse forzosamente del tren que conduce el nuevo pensamiento único del siglo XXI, sustituye el razonamiento pausado por hipérbole del sentimiento, anulando cualquier cosa que no sea la afinidad ideológica para definir con sombrosa rapidez a quien tiene delante. Este feminismo, lo admita o no, es hijo predilecto del fundamentalismo religioso que condenó a la mujer a la escoba y a la lavadora. Utiliza sus mismos métodos y razona de la misma manera. Habla en términos de buenos y malos, y asume dos cosas como ideas irrenunciables. Primera, que el hombre es perverso, y que la práctica totalidad de conductas que este despliega hacia la mujer son guiadas por dicha perversidad. Segunda, que las mujeres que no piensan como ellas son bobas atrasadas dominadas por el patriarcado que las encadena a una existencia mísera sin la más mínima posibilidad de emancipación. A partir de ahí lo demás.

 

Lo más doloroso, si se quiere, no para mujeres o para hombres, sino para todas las personas sin atender a estas categorías hirientes, es el nuevo puritanismo sexual que esta ideología abandera. En su afán por regularlo todo, por tasar las relaciones y eliminar lo más maravilloso de trato humano, la espontaneidad, se han erigido como jueces supremos sobre los comportamientos habituales. Lanzar un piropo es un delito e intentar arrimar la cebolleta en un bar un crimen de lesa humanidad. No se queda la cosa ahí. La mención que he hecho más arriba sobre el Código Penal y las leyes no era de pasada. La Ley de Violencia de Género y el artículo 153 del Código Penal establecen que la violencia de género sólo se puede dar del hombre hacia la mujer, nunca al revés, y asume que cualquier situación de violencia contra la pareja cuando esta sea mujer está motivada, sin que quepa prueba en contrario, por una cuestión de superioridad-discriminación histórica del hombre hacia la mujer. Esto significa en la práctica que todo hombre carga con la culpa histórica de sus antepasados y con la actual de pertenecer a la “estirpe” del hombre, y por otro lado, que la mujer carga con el complejo histórico y actual de pertenecer a la “estirpe” de la mujer y ser, por ello y para siempre, más débil.

 

Echemos cuenta a quienes han firmado el Manifiesto contra el puritanismo sexual en Francia. Porque han dicho algo que muchos pensamos.

 

Esta discriminación, pues no es de recibo llamarla como lo que no es, ignora la Igualdad ante la Ley consagrada en el artículo 14 de la Constitución (sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra circunstancia personal y social), se carga la presunción de inocencia y dinamita el Principio de Personalidad de la Pena que debe regir en todo Derecho Penal Democrático. Lo que existe ahora es una legislación más cerca de Robespierre que de Washington, que erige un Derecho Penal de Autor sobre el Derecho Penal del Hecho. O dicho de otra manera, que enjuicia en función de la categoría del sujeto y no en función de qué conducta lleva a cabo. Algo tan aberrante como diseñar ahora una Ley Anti-terrorista que establezca una pena mayor cuando el que cometa el delito sea musulmán, basándose en la falacia de que la mayoría de los actos terroristas que recientemente azotan el panorama internacional son cometidos por musulmanes. O que un agresor blanco debe tener más pena cuando la agresión se produzca sobre una persona de color sin que se pueda probar que tal agresión tuvo motivos racistas.

 

Criticar esto no le hace a uno machista ni deseoso de que a una mujer o a cualquier persona sin distinción, se la pueda agredir impunemente entre las estrechas paredes del hogar conyugal. Es el deber ético del ciudadano cuando ve que, manipulando realidades desagradables y motivos encomiables, se intenta llevar a la sociedad por la senda del autoritarismo, de la severidad y de la anulación de la libertad, que es y será siempre, el pilar básico de toda comunidad civilizada. Echemos cuenta a quienes han firmado el Manifiesto contra el puritanismo sexual en Francia. Porque han dicho algo que muchos pensamos. Es valorar a las personas como individuos singulares y no por categorías lo que nos conducirá sin género de duda hacia la igualdad y hacia el destierro de la discriminación. Y es la liberalidad sexual, entre hombres y mujeres, entre hombres y hombres, entre mujeres y mujeres, y mucho más allá de las identidades sexuales y de género que todo el mundo tiene derecho a tener, la única vía aceptable para conducirnos a todos hacia el progreso y abandonar la barbarie.

Lo firma un feminista anti-fundamentalista.