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El guardarropa de los políticos

Clara Guzman
Clara Guzmán

No, no es que servidora quiera echar más leña al fuego. Bueno, este fin de semana no vendría mal porque hace un frío que pela. No, no es que servidora quiera que le digan que tiene cara de “pepera”, que a estas alturas no sé cuánto de cara es ni tampoco si hay descuento por aquello de que están en horas bajas.

No, servidora, que es periodista en tiempos revueltos, no sólo para amar, incluso para odiar, que ya saben que aquí todo es o chorizo o butifarra  o caloret o fresquet, lo único que quiere es escribir sobre el guardarropa de los políticos.

Vamos por partes, porque aquí hay mucha tela que cortar y tampoco quiero entrar al trapo de las siglas, porque podemos enredarnos  y no es mi intención sumergirme en ese debate digital de algunos partidarios de partidos, que consiste en mandarte lejos, a ser posible con palabras gruesas, cuando no escribes algo “redessocialescorrecto”.

Miren, James Laver que, para los neófitos en estas lides, era un estudioso de la moda, dijo: “La ropa es inevitable. Es, nada menos, que el mobiliario de la mente hecho visible”. Esta frase, trasladada a los políticos de nuevo cuño que pueblan el panorama nacional, da para una tesis doctoral con todos sus avíos. Porque, a saber: Si nos ajustamos a la frase de Laver, el señor Iglesias, don Pablo, debió haberse levantado el día en que fue recibido por el rey con un mobiliario tipo Ikea en su sesera. O sea, minimalista de batalla. Pero de batalla incruenta, que no quiero que me manteen como al pobre Sancho Panza. Es decir, que echó pie a tierra convencido de que el modelo, algunos lo llaman disfraz, más idóneo para ir a la Zarzuela era el denominado “España camisa blanca de mi esperanza”, con un toque de mangas arremangadas a la altura del codo.

¿Qué quiso decir el señor Iglesias a la audiencia en general con ese atuendo que destacaba aún más su tendenciosa coleta?

[blockquote style=»1″]Pedro Sánchez debió amanecer, que no es poco, con una imagen de muebles de terraza abierta al mar el día en que se acicaló para acompañar al resto de la peña a hacerse fotos junto al smoking de Pablo. Una terraza abierta al mar de Levante, porque declinó abrigarse el pechito.[/blockquote]

Pues muy sencillo, señores, que es un hombre implicado con la clase trabajadora, tan implicado que es capaz de arremangarse por su bienestar, ponerse a trabajar  y además en blanco. Todo eso a pesar de pertenecer a la casta universitaria, como su compañero Kichi, alcalde de Cádiz, al que le faltó tiempo para recordarle a un concejal del PSOE que él tenía carrera y el susodicho no sabemos si en su vida ha corrido alguna maratón.

Sigamos. Si  la ropa es el mobiliario de la mente hecho visible, es muy normal que pensemos que el señor Iglesias, don Pablo, abrió los ojos con un estilo Remordimiento, sí, ese que es barroco al cubo, el día de la gala de los Goya. Y tal como se despertó lo decidió. Eso es indiscutible porque su smoking  pertenecía al rango “el difunto era mayor”. Para la chavalería que me lee, esta frase era muy normal antaño cuando no había Zara y la “democratización” de la moda consistía en apañarse con lo que se podía.  Y, a veces, lo que se podía era dos tallas mayor.

Pero, siguiendo con esta disección de la indumentaria politiquera, Pedro Sánchez debió amanecer, que no es poco, con una imagen de muebles de terraza abierta al mar el día en que se acicaló para acompañar al resto de la peña a hacerse fotos junto al smoking de Pablo. Una terraza abierta al mar de Levante, porque declinó abrigarse el pechito, al menos, con una corbata.  Vamos, que Sánchez saltó de la cama levantisco, como suele saltar últimamente. Tampoco es novedad.

Claro que lo de Rivera fue aún peor. Su smoking con pretensiones de frac o su frac con pretensiones de smoking, era indicativo de que el mobiliario de su mente es un “mix”, que diría un cursi. Una mezcla del recio mueble estilo castellano con alguna pincelada “hipster”; o sea, esa corriente de jóvenes bohemios de clase media- alta. No sé si me entienden.

Pero lo que sí van a entender es ese consejo que le dijo Polonio a su hijo Laertes, en Hamlet. Esa tragedia que Shakespeare escribió hace un chaparrón de años: “Sea tu vestido tan costoso cuanto tus facultades lo permitan, pero no afectado en su hechura; rico, no extravagante; porque el traje dice por lo común quién es el sujeto”.