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El inmenso fracaso de la clase política española

En España, cada día son más los que en lugar de caminar juntos quieren separarse y huir. 

Al lado de la hermosa España del sol y del saber vivir, poblada por pueblos amables y dotados de vieja sabiduría que desean prosperar en paz, hay también una España de la que nadie habla, negra, siniestra y en crecimiento, cuidadosamente ocultada por los políticos y sus medios de comunicación propios y sometidos, la de un país injusto, resquebrajado y tan corrompido e inútil que tiene su futuro pintado de negro.

Todo el drama que está viviendo España, un país que parece encontrarse al borde de un conflicto civil en Cataluña y con un independentismo creciente en el País Vasco, Navarra y otras regiones que intentan también desgajarse de España y formar estados propios, se debe, exclusivamente, al enorme y escandaloso fracaso de la clase política española, ya sea de derechas o de izquierdas, que ha sido incapaz de construir un país atractivo y que no ha sabido unir a los españoles y generar en ellos satisfacción, entusiasmo e ilusiones. Detrás del independentismo, de la injusticia, desigualdad, pobreza, desempleo, servicios deficientes y de la insatisfacción generalizada de los españoles están la corrupción, los abusos de poder, las mentiras, los privilegios injustificados, el deterioro de la democracia, los impuestos injustos, la arrogancia de los poderosos y el fracaso generalizado de los partidos políticos y de sus líderes en el gobierno de España.

Basta echar un vistazo atento a nuestra Historia para descubrir que los grandes dramas de España y su decadencia tienen como responsables a sus políticos, muchos de ellos cobardes, felones, ineptos y hasta traidores.

 

La imagen de los políticos españoles está por los suelos y con toda razón, cuando en los primeros años tras la muerte de Franco eran admirados y considerados como héroes. Hoy son considerados menos que villanos y tratados casi como forajidos por los demócratas y españoles mejor preparados y con formación elevada, un grupo humano que huye de la política porque suele considerarla un espacio peligroso, donde abundan los mediocres, los corruptos y los egoístas sin escrúpulos.

Ni siquiera parecen darse cuenta los políticos de que el único pegamento real de las naciones es la voluntad ciudadana de caminar juntos por la historia, compartiendo ilusiones y metas, una condición natural de las naciones que en España parece que no existe y que ha sido sustituida por decepción, frustración y descontento. En España, cada día son más los que en lugar de caminar juntos quieren separarse y huir.

Para ocultar la verdad de que ellos han construido un país lleno de problemas que provoca el rechazo a muchos, nos hablan de mentiras y verdades a medias sobre deslealtad, odio, maldad, corrupción y otras razones que depositan toda la culpa en los rebeldes, pero ocultan que la clase política española ha sido y es incapaz de generar cohesión, justicia, decencia y felicidad suficiente para que sus ciudadanos se sientan satisfechos e ilusionados por pertenecer a una gran nación.

Por supuesto que existe la deslealtad de los catalanes, el odio sembrado y la corrupción que ha podrido sus instituciones y partidos nacionalistas, pero también existe la incompetencia de los políticos españoles, su deslealtad al negociar con el nacionalismo privilegios e impunidades, sus violaciones de la Constitución al construir una España donde nacer o residir en unas regiones da mejores derechos, servicios y ventajas.

Ante la realidad, que muchos quieran escapar de un país como España, mal gobernado y convertido en una cloaca corrupta e injusta por sus políticos puede ser explicable.

A pesar de las evidencias que les acusan y señalan como los grandes culpables, los políticos, los grandes culpables del drama español, se sienten blindados y permanecen indiferentes y llenos de arrogancia ante el fracaso que significa que aparezcan en las encuestas señalados como el gran problema del país, después de dos dramas nacionales como el desempleo y la crisis económica, que también son consecuencia de su pésima gestión.

Millones de españoles razonan ya con sabiduría y entienden que mientras las empresas expulsan a los que fracasan, en la política española se premia con privilegios, brillo social y dinero abundante a los zánganos inútiles que se equivocan y fracasan.

Ellos no sólo no piden perdón ni rectifican, sino que son descarados y se comportan como sátrapas, provocando sorpresa y vergüenza en muchos ciudadanos y en países democráticos de Occidente.

La clave para solucionar la insatisfacción general, el drama independentista catalán y el que se avecina de vascos, navarros y quizás de otros pueblos de España, es la regeneración, una palabra que parece prohibida en la clase política española, que ha aprendido a sentirse a gusto y prosperar en la pocilga nacional.

Aunque los políticos se empeñen en ignorarlo, no hay otra salida para España que regenerarse, lo que significa encontrar el camino para recuperar ilusiones y metas comunes bajo la dirección de servidores públicos honrados y con sentido del honor y la decencia, no como ahora, bajo la batuta de partidos corrompidos y de mediocres podridos e incapaces.

Pero, sorprendentemente, ningún partido político habla en España claramente de regeneración, ni de la necesidad de resetear un sistema que está lleno de virus y al que ya no le funciona el alma.

La losa negativa que los políticos han colocado sobre España es agobiante y aplasta a millones de ciudadanos: deuda pública que hipoteca a varias generaciones, pensiones de jubilación en peligro, despilfarro, corrupción que infecta a los partidos y alcanza las instituciones del Estado, un sistema autonómico fracasado, fuente de disgregación, abuso y corrupción, democracia prostituida, Justicia politizada, un Estado gigantesco con más políticos a sueldo que Francia, Alemania e Inglaterra juntas, lleno de inútiles cobrando del erario, etc., etc..

Nadie habla de una verdad tan sólida como hiriente: no hay en toda Europa políticos tan rechazados por su pueblo como los españoles, con el agravante de que ese rechazo está creciendo y pronto podrá convertirse en odio.