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El juego de la Coalición

Pero que nadie se engañe: una cosa es la investidura y otra la gobernanza posterior.

 

La democracia perpleja, o a la española, continúa dando ocurrentes muestras de lo insólito. Hemos visto, por ejemplo, cómo Pedro Sánchez y Pablo Iglesias sustituyeron últimamente la negociación vis a vis por la mediática. Se relacionaron a través de entrevistas y declaraciones en radio y televisión que, de meros instrumentos, se convirtieron en verdaderos intermediarios para el chalaneo de objetivos, programas y líneas rojas. Gracias a las ondas, se ha pasado desde el “Gobierno de cooperación”, invento de Sánchez para rechazar la coalición y la entrada de podemitas en el Gobierno, a algo bien distinto.

Efectivamente, lo de ahora es una coalición peculiar, que rotundamente excluye a Iglesias del inventario gubernamental. Quizás, lo más llamativo de esa mutación haya sido la impúdica rapidez con la que don Pablo (“principal escollo”), asumiendo el veto personal de don Pedro, ha violentado sus propios procedimientos y normas. En cuestión de horas, el líder de UP se ha pasado por el arco del triunfo el resultado de la “consulta a las bases” ―el sursum corda de la democracia podemita―, que supuestamente blindaba una “coalición sin vetos”.

Casi tres meses tras las elecciones del 28-A, nos acercamos a una posible investidura de Sánchez. Por mayoría absoluta (mínimo 176 votos), el próximo martes, lo que es más bien dudoso. O por mayoría simple (más votos SÍ que votos NO), dos días después (el jueves 25), lo que ya es más probable. Claro que, para ello, el candidato necesite no solo de los votos del PSOE y UP, sino del concurso (al menos abstención) de votos de criptonacionalistas, separatistas y filoetarras. El mantra es “evitar a toda costa que gobiernen las derechas”. Posibilidad que se abriría si se fuera a nuevas legislativas el 10 de noviembre.

Pero que nadie se engañe: una cosa es la investidura y otra la gobernanza posterior. Máxime cuando los retos a la vista son formidables como, por ejemplo, la sentencia del “procés” catalán, la potencial reavivación de éste con la consecuente necesidad de adoptar medidas extraordinarias y de emergencia, la posibilidad de un Brexit sin acuerdo o la sentencia del juicio por los ERE,s andaluces. Hitos que pondrán a prueba la solidez de un Gobierno no fundamentado sobre una mayoría absoluta en el Congreso. Y con Iglesias, con esos pelos, suelto por ahí.

Ahora mismo, PSOE y UP se ven obligados a negociar, de prisa y corriendo, programas, estructuras y nombres. Pero la mies es poca y los obreros muchos. Hay demasiados escalafones y multitud de aspirantes a “obreros” entre P’s, IU, mareas, comunes y demás confluencias. Y uno se pregunta: en su caso, ¿se someterá Sánchez a las exigencias del caprichoso dedo índice de Iglesias en la selección de ministros? Y otra: ¿los ministros podemitas jurarán/prometerán el cargo ante El Rey con la fórmula habitual, o declamarán las ordinarieces que acostumbran en otras instancias? Porque lo que Sánchez tiene que formar, en su caso, es un Gobierno. No dos gobiernos en uno.

Mi amigo Julio ―castizotelegrafista jubilado―, me refiere su último sueño (yo diría pesadilla). En él aparecen Irene Montero de vicepresidenta, así como Alberto Garzón de ministro de algo y Pablo Echenique de ministro de defensa. Justifica lo de doña Irene porque ―dice él―, la también indocumentada Bibiana Aído fue ministra, en un Gobierno de Zapatero. Sobre Garzón evoca la deuda de Iglesias, al cederle el primero la aureola comunista al segundo; y, además, aquello de “ministro, aunque sea de Marina”, del intelectual falangista del tardofranquismo, Jesús Fueyo. Y, con respecto a Echenique, piensa que éste daría a Defensa una imagen más coherente que Margarita Robles, al menos revistando las paradas militares motorizadas; y, en todo caso ―remacha con socarronería telegráfica―, siempre sería mejor que su tocayo Julito: eso sería el acabose.

En fin, el juego de la coalición acaba de comenzar.