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El llanto de Pablo Iglesias

A mí me parece una cuestión de calado. Y me explico.

 

Aún no comprendo el llanto de Pablo Iglesias. Porque, sin conocerlo en persona, es difícil de interpretar. Cualquiera pensaría que la cuestión es insustancial, con lo que está sucediendo estos días en la política española. En cambio, a mí me parece una cuestión de calado. Y me explico.

Creo que la imposibilidad de llegar a un acuerdo en julio no fue un capricho de Pedro Sánchez. Repetir elecciones e ir a noviembre fue algo deliberado, y el efecto lo acabamos de ver. Probablemente, el líder socialista acariciaba la posibilidad de ganar los comicios de noviembre con un mayor número de escaños. Pero lo que buscaba con la repetición electoral, sin lugar a dudas, era rebajar a su “socio preferente”. Porque asociarse a él con menos diputados era bastante más cómodo.

El llanto de Iglesias podría deberse a la oportunidad que se le ofrece. Sobre el papel, formar parte del gobierno más a la izquierda de España desde febrero del 36 – si no contamos los gabinetes de guerra en la zona republicana -. Disponer de una vicepresidencia y cuatro asientos en el consejo de ministros. Ser y estar, más allá de influir. Una emoción, no cabe duda.

Sin embargo, caben interpretaciones menos amables. O, si se quiere, más adaptadas a la realidad. Estamos en la Unión Europea y ello no va a cambiar, salvo hecatombe. Circunstancia que rebajó sustancialmente el verbo, las expectativas y las posibilidades de Alexis Tsipras, por ejemplo. Que no deja de ser un referente. Y en el futuro inmediato, da la impresión de que las directrices fundamentales seguirán emanando del eje Franco-Alemán. Rigor presupuestario, moneda única, déficit y ese tipo de cosas que incomodaron a Zapatero en su momento y le hicieron largar a Solbes.

Sánchez lo sabe bien, y refuerza los poderes de Nadia Calviño. Por ahí, nadie duda que vaya a permitir desviaciones ostensibles respecto a lo que impongan las directrices europeas. El gasto social vendrá limitado en gran medida por las pensiones y los gastos sanitarios de las CCAA, que tendrán que vérselas con María Jesús Montero. Se anticipa un escaso margen para las alegrías sociales que se nutren de las políticas expansionistas de gasto. ¿Vicepresidente de la calderilla…? Tal vez Iglesias llorara, previendo lo amargo del rol.

O tal vez se adelantaba la agonía de Podemos. Y la del PCE de Garzón. Porque el maquiavelismo de Sánchez acaba de fundir las dos almas del PSOE. Se acabó lo del prietismo y el caballerismo, el felipismo y el guerrismo. La lenta muerte – política – de Susana y un solo PSOE, sanchista. El del FMI, la UE y el uso de las bases americanas cuando se lo requieran. Como cuando le requirieron dar el apoyo a Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela. Ahí estuvo nuestro Sánchez. Y nada de eso ha cambiado. A todo ello se abrazó Iglesias, a la fuerza ahorcan, que en unas terceras elecciones se habría quedado con 16 diputados. Al menos, se queda en la casta; su viaje a la política no será en vano. Los malvados subrayarán que salvó el casoplón y resolvió su vida para siempre. Con suerte, saldrá de la política dentro de unos años por la puerta pequeña, sin armar apenas ruido. Si viste todo esto, Pablo, es para llorar como una magdalena.

Porque Sánchez vio todo esto hace tiempo y detectó que solo había un camino. Que él, aquí, era Macron. Por eso fue a reunirse con él, a París, el 29 de abril. A la derecha de Sánchez, franquismo. Marine le Pen. A la izquierda, una revolución trasnochada. Hizo contigo como hacían los patricios con los líderes plebeyos en Roma: comprarte cuando estabas desesperado. Pero, para ello, había que ir a segundas elecciones y menguarte. Es para llorar; estoy de acuerdo.

De Rufián, el tercero en la lid, hablo la semana que viene. Pero ya os adelanto la clave: las sonrisas de Lastra y Ávalos, frente al rictus de amargura de Rufián al confeccionarse el acuerdo.