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El mesías Trump

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

Día tras día, las cámaras muestran al presidente Trump en su dorado despacho oval firmando órdenes ejecutivas. El factor común a todas ellas es actuar en sentido contrario a lo decidido por la administración anterior.

Ya es inocultable la prisa del nuevo inquilino de la Casa Blanca por liquidar cualquier vestigio de la anterior presidencia. Esa práctica de hacer tabla rasa de lo anterior, tan común en nuestros pagos, incita a preguntarse si, tal vez, en un salto mendeliano, el ADN de Trump no estará cargado de genes hispanos.

Cumplir las promesas electorales está muy bien aunque sea algo bastante inédito. Porque normalmente los políticos, incluso los más templados —cualidad difícilmente aplicable a Trump—, son proclives, cuando están en campaña, al calentamiento de boca y a ir más allá de lo que en realidad estarían dispuestos a hacer. Claro que Trump no es un político. Y, por eso, hace lo que dice y dice lo que hace; al menos de momento. Su problema más grave es que actúa como un gañán apresurado.

 

No son pocos los que afirman desde fuera de EE UU que hay que dar a Trump los famosos 100 días de gracia antes de analizar su obra. Y eso, en este caso, es una falacia.

 

El tono displicente y garbancero con el que el césar norteamericano está tratando a su vecino y socio del sur y, por extensión, al mundo hispano deberían constituir una seria llamada de atención para nosotros. No es de recibo el silencio vergonzante con el que nuestras autoridades, tanto nacionales como autonómicas (de estas últimas especialmente las que albergan en su comunidad importantes contingentes militares norteamericanos), han acogido el matonismo de la administración estadounidense en su relación con Méjico y el mundo hispano. Sería indecente que aquellos a los que se les llena la boca cuando hablan de la Madre Patria pretendieran mantenerse equidistantes en este asunto. España, en todo caso, no debería hacerlo así.

No son pocos los que afirman desde fuera de EE UU que hay que dar a Trump los famosos 100 días de gracia antes de analizar su obra. Y eso, en este caso, es una falacia. Porque en una semana el nuevo presidente ha sido capaz de ponerse por montera todo lo que le ha apetecido como, por ejemplo, la reforma sanitaria (Obamacare) o las relaciones, al más alto nivel, con su vecino Méjico, lo que ha provocado la anulación de la prevista visita de Peña Nieto a Washington. A ese ritmo, ¿qué cantidad de estropicios irreparables podría originar Trump en las restantes trece semanas, para llegar a 100 días?

 

Algo especialmente grave y desleal porque si el actual proceso de integración europea fracasara estaríamos en un salto atrás de cien años.

 

De momento, incluso sin orden presidencial por medio, con la entrevista que ha mantenido el pasado viernes con su “prima” Theresa May, primera ministra del Reino Unido, y su elogio explícito al Brexit —que es una grave quiebra interna de la Unión—, Trump ha apuntado sus baterías contra la Unión Europea (UE). Ya no se trata solamente, por tanto, de llevar a su país a beber de las fuentes del aislacionismo washingtoniano, sino también de tratar de derribar explícitamente el proceso de integración que con tanto esfuerzo hemos estado construyendo los europeos desde la creación, en 1951, de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA). Algo especialmente grave y desleal porque si el actual proceso de integración europea fracasara estaríamos en un salto atrás de cien años. Regresaríamos a los tiempos del auge de nacionalismos exacerbados y totalitarismos; a los de las dos guerras mundiales que sembraron nuestro continente de horror, convirtiéndolo en un gigantesco y sangriento erial. ¿Acaso es este horizonte la buena nueva que trae al mundo el nuevo mesías norteamericano?

 

*Pedro Pitarch es Teniente General del Ejército (r).