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El muro contra el hambre y la pobreza

Jose Manuel Sanchez Fornet
Jose M. Sánchez Fornet*

Donald Trump cumple lo que prometió en campaña electoral y firma una orden ejecutiva para construir un muro que separe el territorio estadounidense de la vecina México.

Un muro contra la inmigración ilegal de mexicanos y ciudadanos de otros países más al Sur que buscan una vida mejor en los Estados Unidos, que dijo que construiría durante las elecciones que le han elegido presidente del país más poderoso del mundo, y que está provocando la crítica de gobiernos y políticos de distintos países que cuestionan la necesidad de colocar dicha barrera, aunque ninguno de ellos predica con el ejemplo en su propio territorio, sea gobierno de signo conservador o progresista. ¿Puede algún gobierno de Europa, visto cómo se está tratando a refugiados, hacinados como animales en tiendas de campañas, abandonados a su suerte, pasando hambre y muriendo de frio pronunciarse sobre el muro de Trump? ¿Puede España hacerlo con sus concertinas de Ceuta y Melilla?

No, nadie puede reprochar a Trump que cree un muro contra la inmigración ilegal cuando allí donde hay un Estado hay una frontera que delimita el territorio de aplicación de las leyes, y perímetro dentro del cual se adquiere la nacionalidad por nacimiento, derechos (más en unos y menos en otros) derivados de dicha nacionalidad, y también se fijan sus deberes para con el Estado-Nación.

Este es uno de los problemas en los que muchos predican pero nadie pasa de la prédica a la práctica. ¿Acaso pueden Ceuta y Melilla, con la diferencia de rentas existentes en dichas ciudades respecto al continente en el que están geográficamente hacer una política de puertas abiertas sin vallas fronterizas? ¿Cuánto duraría la vida como se conoce en Ceuta y Melilla? ¿Hay algún país que pueda abrir las fronteras sin requisitos ni límites a los más de 4.000 millones de personas que viven en una miserable pobreza y dos mil más muy próximos a esa situación? ¿Tiene solución ese estado de cosas sin vallas ni muros?

EL PROBLEMA ES LA POBREZA Y LA CORRUPCIÓN

Hay 1.200 millones de personas que viven con menos de un dólar/día, y 2.800 millones que viven con menos de 2 dólares/día. 62 personas acumulan tanta riqueza como el 50% de la humanidad. El 15% de la población se reparte el 78% del PIB, y el 35% viven con el 2,5%. Más de 10 millones de niño/as mueren cada año por causas previsibles y evitables. El profesor indio Amartya Sen, premio Nobel de economía, escribió que el hambre ocurre en países sometidos a dictaduras, no en democracias porque el hambre masiva cambia gobiernos y desaloja del poder.

Además de los refugiados por razones de conflictos bélicos, la gran migración humana se produce para escapar del hambre y la miseria, y si la primera es complicada de resolver pero no imposible, la segunda sería posible si en vez de trasladar los ejércitos de las naciones pudientes a zonas donde hay petróleo y riqueza para robarla, los trasladaran a las zonas donde hay países sin Estado, corruptos, y donde el poco dinero que se invierte de otras naciones sirve para crear una casta de unos pocos ricos que no dejan ni una limosna para el pueblo al que se destinan dichos fondos. Se crean organizaciones a las que se destinan miles de millones de euros, complicadas redes de distribución donde se va quedando una parte de la subvención en cada trámite, y cuando llega al país de destino los políticos o funcionarios encargados de gestionarla amasan inmensas fortunas que nunca sirven al fin para el que se destinan. Esquilmar los fondos destinados para los pobres por quienes son responsables de gestionarlo no solo ocurre en el tercer mundo, ocurre en España y en países del primer mundo donde también hay excluidos, marginados, pobres que precisan ayuda social del Estado y que a veces reciben muy poco porque se queda en el camino. En España y la UE se destinan miles de millones de euros para sacar de la exclusión social a personas de determinadas etnias en extrema pobreza, y muchos años y miles de millones después hay el mismo número de personas de esa etnia en la pobreza más severa, y algunas organizaciones que deberían canalizar esa ayuda se han convertido en empresas con cientos de empleados y decenas de locales repartidos por todo el mundo. El dinero no ha llegado a las chabolas bajo los puentes de grandes ciudades pero sí hay sedes propiedad de la ONG. Existe algún caso de condena contra dirigentes de una ONG de ayuda a personas de etnia gitana, por irregularidades contables, dedicándose la mayor parte del dinero recibido de subvenciones públicas para personas en situación de extrema pobreza a salarios de familiares directos (esposa, hijos, hermanos…) que llevan años disfrutando de ese trabajo, y a impartir conferencias en hoteles de cuatro estrellas por dirigentes de la ONG, con buena dieta y gastos pagados. A las chabolas, después de muchos millones de euros, no ha llegado ni un bocadillo ni un candil.

EJÉRCITOS PARA IMPONER LA DEMOCRACIA Y ACABAR CON EL HAMBRE

Esto ocurre hoy en España y en otros países de la UE y a nadie parece importarle porque el dinero es público, y lo mismo ocurre con los miles de millones de ayuda para combatir la pobreza que se destinan a otros países, que lo que llega sirve para enriquecer a algún funcionario o dirigente político. No tiene solución la inmigración ilegal si no es invirtiendo y desarrollando esas zonas del planeta donde hay hambre y miseria, pero no se puede mantener un trasvase de fondos que sirva para hacer rico y poderoso a unos pocos funcionarios o políticos de cualquier país. Hay que utilizar los ejércitos para combatir el hambre, la miseria y la desigualdad, pero un ejército de soldados formados para ello, porque si los soldados son como los de algunos ejércitos de cascos azules, procedentes de países donde la mujer es menos valorada que cualquier animal mal se les puede exigir que respeten a las mujeres, niños y ancianos nativos del territorio ocupado. Un ejército para la paz y la democracia de soldados bien formados en valores tanto como en el arte de la guerra, para imponer una administración democrática, industria, estructurar el Estado, el trabajo rural, y dejar organizado en cada país un sistema que funcione. A largo plazo será más económico pero sobre todo, será más humano.

El muro de Trump solo tiene sentido en el contexto actual, y si no se cambian las reglas del juego del sistema capitalista que gobierna la humanidad (lo mismo las dictaduras de Egipto o China que las democracias de la UE o los Estados Unidos), habrá más Trump en más lugares votados por ese pueblo al que tanto se desprecia desde el despotismo ilustrado que los considera populacho (populistas es uno de los insultos más recurrentes hoy en España), sin enterarse esos déspotas ignorantes que ellos viven en su mundo ajenos a la realidad de millones de personas, instalados en la comodidad de su buen salario de clase media, permitiéndose exigir desde su posición a un trabajador de la industria automovilística que sea patriota y defienda quedarse sin trabajo para que las grandes empresas puedan instalarse en zonas donde pagan la mano de obra mucho más barata, y no entienden que ese trabajador vote a Trump o a cualquier otro que le garantice trabajo (aunque viviendo en la pobreza y con estrecheces) porque lo otro, la política internacional de la globalización según está aplicándose hoy y la VI flota en el océano Pacífico no le da de comer ni le quita el frío a su familia. ¿Es tan difícil de entender?

El muro de Trump es el síntoma de una grave enfermedad, de la desigualdad de un mundo que en mi opinión está dividido en tres capas sociales: unos pocos que lo tienen todo, que disponen de vidas y haciendas de millones de personas y que amasan fortunas que no gastarían en 100 vidas que vivieran; los que manejan las riendas a las órdenes de los anteriores, organizan la sociedad de consumo con sus empresas y los afortunados con un trabajo bien pagado que conforman la clase alta y media (aquí están la mayoría de los políticos de todas las ideologías), y una masa de miles de millones de personas, prácticamente toda la humanidad salvo los pocos millones de los dos apartados anteriores, que malviven y mueren de enfermedades por no disponer de un medicamento, que puede costar el precio de un café, o de frío y enfermedades por no disponer de agua corriente. El Muro de Trump no va a cambiar la historia de la humanidad. Solo la humanidad puede cambiar este estado de cosas que ubica al ser humano, única especie animal con inteligencia y conciencia de su propia existencia, en el nivel más bajo de la escala evolutiva de todas las especies que habitan la tierra. Pero ¿cómo se hace?

 

*José Manuel Sánchez Fornet es  Portavoz del Observatorio contra la Corrupción. (Policia y ex Secretario General del SUP)