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El Open Arms y el capitalismo

El asunto del Open Arms, como en su momento el del Aquarius, vuelve a ser paradigmático y contradictorio.

 

La Europa buenista se acuesta tarde y se levanta temprano. Juega peligrosamente a tomar decisiones trascendentales con las legañas aún en los ojos y con un cerebro encorsetado por las pocas horas de sueño. Mas lo que la mantiene despierta en las noches veraniegas dista mucho de ser el análisis imprescindible para el acometimiento de las mejores decisiones para optar por la menos mala de las soluciones. Buena muestra del funcionamiento espurio de nuestras esplendorosas democracias, borrachas de un autobombo que apenas tiene ochenta años duración (veintinueve para los países que se pasaron medio siglo bajo el Telón de Acero), que toman estas decisiones presionadas por los lobbies y los grandes grupos de poder, en vez basarse en el debate franco guiado por las auténticas necesidades del pueblo que dicen representar. Más nos valdría votar a estos poderes si se pudiera y quisiera, que esa es otra. El asunto del Open Arms, como en su momento el del Aquarius, vuelve a ser paradigmático y contradictorio. No por lo que vd. se imagina, querido lector, sino por cómo se produce cuadratura del círculo y quienes aparentemente se enfrentan entre sí se revelan como aliados en la lucha por una misma causa.

 

Dejando claro el imperativo humanitario que la deleznable situación en el Mediterráneo obliga a asumir, lo cierto es que la hipérbole fanática del sentimentalismo indeliberado ha anulado cualquier análisis frío que sobre la cuestión se pudiera hacer. Algo a día de hoy tan común que termina por volverse imperceptible por medio de una normalización calculada por sus impulsores. Y es que la cuestión de la Inmigración Ilegal -empecemos a llamar a las cosas por su nombre y nos ahorraremos muchos malentendidos- debe tratarse como lo que es, como un fenómeno, alejado de los calificativos morales de los políticos de turno. La propaganda facilona fagocita a los responsables políticos y diplomáticos con el dogma de que ‘deben entrar todos’ bajo el imperativo humanitario, ahogando así cualquier debate o discrepancia. Porque el que no esté de acuerdo con él pasa a engrosar la lista negra de lo peor entre la humanidad. Pueden poner mi nombre el primero en ella, porque hoy hemos venido a decir verdades que lógicamente ni afectan ni importan a las élites promotoras de las políticas suicidas, que desde luego no contemplan ayudar a los países emisores de inmigración a edificar Estados de Derecho y democracias viables.

 

De la ilegalidad a la legalidad pasando por la ideología

 

La primera y más clara: no puede convertirse un hecho ilegal en uno legal por imperativo de las ideologías políticas o de los intereses económicos. La ayuda a quienes se encuentran en la lamentable situación de tener que huir de sus países de origen en África no puede nunca llevar a subvertir los cimientos del Estado de Derecho y generar ‘efectos llamada’ en los países del Norte de África o del África Subsahariana sin gozar de una capacidad económica y administrativa para afrontar las consecuencias de dichas políticas populistas. Que son las peores imaginables: hacinar a estas personas en CIEs que operan en algunos casos como auténticos campos de concentración en condiciones insalubres y, ante la incapacidad del Estado para hacerse cargo de ellos y sin otorgarles la ciudadanía, desentenderse impunemente de su control y soltándolos en las calles, abocándoles a la marginación, el aislamiento, la delincuencia, la prostitución, la drogadicción o el crimen. Situaciones que impactan no en las torres de marfil de los buenistas, sino en los barrios más desfavorecidos donde la gente sin voz debe afrontar las decisiones tomadas por ellos y sin tener en cuenta sus intereses.

 

Pero si los intereses de los ciudadanos de los países receptores de la inmigración ilegal son claros a este respecto, ¿qué hay de los intereses de las élites que fomentan dicha inmigración? Es en este punto cuando una camiseta del mito comunista del Che Guevara que hace ganar millones a los capitalistas que se forran con este merchandising se convierte una metáfora perfecta y sin igual. Como ha puesto de manifiesto la política seguida por Merkel en Alemania, las élites políticas, financieras y empresariales saben que solamente hay una manera de competir con éxito o, como mínimo, en pie de igualdad, con la avalancha china y de los Dragones Asiáticos: contratar mano de obra barata de baja o nula cualificación a cambio de un salario miserable y de unas condiciones de trabajo semi-esclavistas. Y como esta mano de obra no la van a encontrar en sus propios países, donde sí está cualificada, tiene una representación sindical, conoce sus derechos y los exige, saben que están obligados a fomentar la inmigración ilegal para hacerse con estos trabajadores obligados que están desesperados, están solos, son anónimos, no conocen el idioma y no tienen capacidad de defensa equivalente a los autóctonos ante los abusos y las ilegalidades. China, con un sistema de trabajo obligatorio en el que la planificación estatal sustituye a los derechos laborales, cuenta con una ventaja abismal con respecto a las economías europeas, a lo que hay que sumar la envergadura millonaria de su población. Lo saben. Y como lo saben, camuflan su avidez económica de soflamas políticamente correctas y de argumentos humanitarios de los que no cabe sustraerse.

 

Los gurús estratégicos 

 

Esta política implica apoyos, subvenciones y donaciones, como viene haciendo el millonario húngaro Soros, a grupos políticos que apuesten por la inmigración ilegal al por mayor o, al menos, sean complacientes con ella por el caladero de votos que supone y por la movilización ideológica que los gurús estratégicos saben bien como explotar. Aquí entran los movimientos políticos de ideología socialista, comunista y afines. Los perdedores de la Guerra Fría. Aquellos que comprendieron a la par que caía el Muro de Berlín que la Clase Obrera no era revolucionaria, sino conformista o, en todo caso, reformista. Sus prioridades eran vivir bien y disfrutar de dicha experiencia vital, no lanzarse a la consecución a sangre y fuego de la Dictadura del Proletariado. Comprendieron que tenían que renovarse o morir. ¿Cómo? Encontrando una clase revolucionaria sustitutiva. Y la hallaron en los inmigrantes ilegales y en el islam político, que han fomentado de manera creciente contra los intereses de aquellos trabajadores de los hasta hace pocos años se decían la vanguardia. La ‘Rebelión’ de los Chalecos Amarillos en Francia tan sólo es una muestra superficial de este fenómeno de disociación entre los intereses de la “izquierda” política y los sectores trabajadores y de clase media. Con ello obtienen un catalizador de lujo para desestabilizar la sociedad actual, que ha sido siempre su objetivo, sabiendo que cuanta más inmigración ilegal haya más problemas sociales se generarán y, con ello, más oportunidades electorales tendrán. Pero fatal ironía: ignoran que los grupos del Norte de África, amamantados por la cultura teocrática del islam político no generarán, si lo hacen, una revolución socialista, sino una revolución islámica, esto es, religiosa.

 

Al final, y sin que ambos grupos desearan en esas noches insomnes la confluencia, Capitalismo y Comunismo se convierten en uno, hombro con hombro por la causa común. Un objetivo que tendrá como primeras víctimas a la clase media y trabajadora, especialmente a los trabajadores manuales. Que si ya se están viendo desplazados y abocados lamentablemente a la extinción por la creciente mecanización que la nueva Revolución Industrial está trayendo consigo, acabarán siendo barridos por una mano de obra barata o esclava, que las élites políticas y empresariales emplearán para competir con eficacia con China y otros países que, por las carencias de sus sistemas democráticos (si los hubiere) no dotan a sus trabajadores de las condiciones de dignidad mínimas que necesariamente deben conciliar la actividad económica con sus derechos más elementales.