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El Pacto

Política en estado puro, a múltiples bandas, en un contexto internacional delicado.

 

De eso versamos hoy. Del Pacto. Con artículo determinado, masculino y singular. Porque no hay otro. O no hay otro de igual o más importancia en nuestro país. Hablo del Pacto de Investidura para la Presidencia del Gobierno de la Nación— ojo, la Nación, también aquí artículo determinado, ahora femenino, pero sobre todo singular —. El Pacto, pues, que se está haciendo esperar.

Dicen los versados en la columna política que Pedro Sánchez se Rajoyiza. Vengo a sostener, sin embargo, que tal no es su carácter. Que 123 diputados no dan para muchas virguerías. Y más, con el 26M poco después, con el hilo más que tenso del poder territorial, y las espadas en alto con Susana Díaz en lo que sigue siendo el principal vivero de votos del socialismo patrio. No, no le pidan a la criatura hacer palmas con las orejas.

Apunté hace poco a la derecha, con lo de «tirar el garrote». Sobre todo por sacudirnos la, para mí, excesiva influencia de los nacionalismos egocéntricos y desleales. Pero solo funcionó en Barcelona, y desgarrando a Ciudadanos. No sé bien cómo valorarlo: eso de los ayuntamientos va primero de dar soluciones a los ciudadanos de a pie. Y, paralelamente, de desarrollar una idea de ciudad, que jamás puede despegar de la realidad. La ideología está ahí — está siempre —. Pero está menos. En cualquier caso, confieso que los partidos lingüísticos, étnicos y alzadores de fronteras me ponen nervioso. Lo dejo así.

PSOE y Podemos, Podemos y PSOE. O Unidas-Podemos, como le llaman desde hace poco. Ambas formaciones no constituyen un tanto-monta, monta-tanto; hay un fuerte desequilibrio de escaños. Y, por si fuera poco, inversión de tendencias respecto a otros momentos. Sube el PSOE, en lo territorial y en el Congreso. Y bajan decididamente los morados.

Pero, da lo mismo; los de Unidas- Podemos siguen siendo igual de decisivos. Tras la negativa de Rivera — «no es no», que el mismo Sánchez puso de moda —, Iglesias se sabe fuerte. Aunque bastante menos que hace tres años en que, con muchos más diputados, impidió el “Frente Popular”, prorrogando el reinado de Rajoy.

 

Pero vamos al pacto. Un pacto en el que se trabaja ahora, activamente, mientras usted y yo sesteamos o nos dedicamos a otras cosas.

 

A estas alturas, nadie niega talento político y audacia a Sánchez. Conoce bien los enormes riesgos de la operación. Porque, como he escrito en otros lugares, Pedro Sánchez comparte buena parte de la filosofía de fondo con liberales europeístas, como Macron. Es por ello por lo que The Economist saludaba a un gobierno posibilista, tras un acuerdo entre Rivera y Sánchez. Pero no pudo ser, ya se ha visto.

Sin embargo, Pablo Iglesias está en las antípodas de todo ello. Por ADN, pedigrí y convicción personal. Pedirle cuatro o cinco figurantes para un paripé de coalición, hábilmente controlada en el segundo nivel por técnicos elegantes, es no conocer a Iglesias. La vocación internacional de Sánchez va a tropezarse con las toses de Iglesias cuando crujan Venezuela, Cuba, Nicaragua o el mismo México. O cuando nos enredemos en la enésima crisis de las concertinas, en Ceuta o Melilla. O peor, mucho peor, si llega una tirada de orejas de los Macrones de turno con el tema del déficit.

No, Pablo Iglesias necesita que se le note. Y Pedro Sánchez también. Pero las izquierdas que representan no son lo mismo. Ni siquiera están yuxtapuestas. Ni en el electorado, ni en la militancia. Y ello anticipa una legislatura complicada, con la derecha encima, a cada momento. Sea con verdades, medias verdades o post-verdades.

Last, but not least, como dicen los de allende los mares: la cuestión de ERC. Su necesaria abstención, tras superar el laberinto anterior. Y aquí el proyecto político sí que es muy diferente.

En términos teóricos, cabría preguntar qué diferencia hay entre un sí y una abstención a una investidura. En términos prácticos, y dada la inédita debilidad en escaños del candidato, la abstención de ERC equivale a un sí. Porque, sin ella, vamos derechitos a repetir comicios. Y porque ERC, en estas, se ve entre lo malo y lo peor.

Empecemos por lo peor: ¿repetir elecciones? Ya se sabe: las carga el diablo. El trío de Sevilla, escocido, podría haber aprendido las amargas lecciones del 28A: divide y vencerás, que dijo el romano. Se les podría ocurrir concurrir bajo una papeleta única y se garantizarían la absoluta. Y con un 155 o similar, podrían cuestionar la inmersión lingüística. U otras cosas.

 

Lo malo para ERC es ser acusados de colaboracionistas, de botiflers. De traidores.

 

De rescatar a un Pedro Sánchez en apuros sin sacarle, por ejemplo, un referéndum vinculante o sin garantizarse el indulto para los presos, una vez que les caiga la del pulpo en el Supremo.

Si hay fumata blanca, nacerá una legislatura que pondrá a prueba los nervios de todos, y la capacidad de dar explicaciones a las respectivas militancias. Se pondrán de manifiesto problemas de cohesión interna en el ejecutivo, por proceder sus miembros de mundos políticos muy diferentes. Tendrá Pedro Sánchez enfrente a una derecha que le reprochará, día sí y día también, el vicio de origen del apoyo de los presuntos golpistas del otoño del 17, quién sabe a cambio de qué contrapartidas en qué plazo de tiempo. Le será preciso reforzar la cohesión del PSOE, que encontró en el vivero andaluz y en líderes como Susana Díaz una oposición tenaz a cualquier concesión a la asimetría. Será igualmente necesario moderar el ansia de protagonismo de Pablo Iglesias, deseoso de sembrar para darle la vuelta a unos resultados electorales menguantes o insatisfactorios.

Y, por último, Sánchez tendrá que sentarse a una mesa complejísima con el independentismo catalán, cuyo apoyo le habrá resultado imprescindible para llegar al poder. Política en estado puro, a múltiples bandas, en un contexto internacional delicado. Aunque de tiempos aun más convulsos surgió un Suárez del que nadie esperaba nada. Para ser carbonizado vivo, eso sí.