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El peligro del PSOE se llama “demagogia”

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez*

Estoy plenamente convencido del valor supremo de la democracia como sistema político y como el ordenamiento social más óptimo para la convivencia pacífica y eficiente de la especie humana. Pero esto no significa que la democracia, como concepto abstracto, esté a salvo de manipulaciones y deformaciones interesadas a la hora de su aplicación o práctica. No en vano, en las democracias atenienses donde la filosofía era el método y la virtud de la vida política, se temía más a los demagogos que a los tiranos. Generalmente se creía que la demagogia era el preludio inevitable de la tiranía, ya fuese ejercido de manera unipersonal o por una asamblea.

Contra los demagogos y la tiranía de la mayoría se ha escrito mucho a lo largo de los siglos, sin que sus prevenciones hayan sido muy eficaces si de erradicarla se trataba de cara al ordenamiento público. Una y otra vez diversas sociedades a lo largo de los siglos han caído en manos de caudillos, monarcas absolutistas y teocracias basadas en el odio al que no piensa ni siente como nosotros. Sin ir más lejos, los españoles echamos a los franceses no para recuperar nuestra independencia sino para volver a someternos al tirano de Fernando VII.

La realidad es que ya llevamos otros 40 años de democracia pero no hemos tenido mucho éxito a la hora de propagar y aprender valores cívicos y democráticos.

Luego vendrían los mitos históricos para intentar celebrar el levantamiento del 2 de mayo como una especie de explosión del orgullo español contra el invasor napoleónico. Un orgullo español que consistió en el “vivan las caenas” y la persecución y muerte a todo aquel liberal que no huyese de España tras la restauración en el trono del rey “felón”.

Desde entonces hemos llegado hasta aquí tras 40 años de dictadura, con Franco muriendo en su cama y un país adoctrinado en su consciente y subconsciente durante 4 largas décadas. Pensamos, durante la transición, que podríamos construir una democracia a la altura de las europeas más avanzadas, y durante algún tiempo llegamos a creérnoslo. La realidad es que ya llevamos otros 40 años de democracia pero no hemos tenido mucho éxito a la hora de propagar y aprender valores cívicos y democráticos que constituyen ese mecanismo invisible que hace funcionar al sistema incluso cuando este tenga la mala suerte de contar con unas élites políticas que puedan llevarlo al colapso con sus prácticas. Seamos sinceros: de los malos políticos no está libre ningún país; la diferencia es como sus sociedades-e incluso sus propias instituciones- reaccionan ante ellos.

Cuando escucho a menudo eso que llaman el “espíritu de la transición” y que evoca al consenso y al pacto de los primeros años de Suárez, me sugiere algo similar a una cacofonía o a un suceso paranormal. Nunca me gustó eso de los “espíritus” de hechos o personas pasadas para recuperar procesos o políticas que funcionaron.

Pero es cierto: entonces hubo un consenso y una alta política que hoy no solamente no existe sino que está denostada y casi desterrada por la polarización cainita e irracional que domina nuestro marco político.

Aún así, y a pesar del daño que hizo a nuestra democracia ciertos métodos de Aznar y compañía, era posible un entendimiento en algunos temas de estado por parte del PP y del PSOE sin que estallase la tercera guerra mundial.

¿Cuándo se empezaron a aceptar los atajos y los discursos del “todo vale” con tal de llegar al poder? Desde el primer momento que eso fue rentable. El primero al PP en 1996, aunque después de practicarlo para las elecciones del 93 estuvieron a punto de fracasar también 3 años más tarde. Entonces era la derecha quien usó todos los instrumentos a su disposición para deslegitimar al socialismo como opción de gobierno y colocar a sus votantes en un estatus inferior a los que votaban al PP, que eran todos jóvenes, inteligentes, honrados y europeos; no como los que aún votaban a Felipe, ancianos asustados y amas de casa ignorantes. Aún así, y a pesar del daño que hizo a nuestra democracia ciertos métodos de Aznar y compañía, era posible un entendimiento en algunos temas de estado por parte del PP y del PSOE sin que estallase la tercera guerra mundial.

Sin embargo fue en el 2004 cuando se aumentó de manera dramática la carga de “odio” dentro de la contienda política, poniendo rumbo a una radicalización del funcionamiento democrático interpartidista de difícil solución. Todos conocemos la historia: 11-M, el PP intentando convencernos de que había sido ETA y victoria de Zapatero, sobre el cual cayeron todas las infamias, las injurias y los desplantes imaginables durante los siguientes años por parte de la derecha mediática y política. Algunos incluso se atrevieron a ir más lejos insinuando que el PSOE estaba, de alguna manera, detrás de los atentados de Atocha. Luego vendría Rajoy al Congreso para escupirle a Zapatero aquello de “usted está traicionando a los muertos”. Dentro de esta estrategia de crispación, un lugar destacado merecen el uso del matrimonio homosexual y de la nueva ley del aborto por parte de los sectores más católicos e integristas del Partido Popular. El problema es que toda esta carga de odio no le sirvió a Rajoy para ganar las elecciones, donde el PSOE incluso salió más reforzado.

Por eso Rajoy tomó nota y cambió de manera estética la cara del PP en el famoso congreso de Valencia, donde rompe con el aznarismo, el acebismo y el zaplanismo. Se trataba de hacer una derecha “nueva”, con una cara más amable, donde la estrategia de la radicalización pasaría a un muy segundo plano. Algo relativo, ya que gracias a la crisis y al “10 de mayo de 2010”, la derecha no tuvo que apretar demasiado al gobierno socialista y simplemente se sentó a esperar “que cayese España” para volver a levantarla ellos.

Este ha sido el legado más fratricida que ha dejado el ya ex secretario general del PSOE: siendo incapaz de ganar unas elecciones, ha ofrecido a una militancia vacía y a unos votantes desilusionados esa manzana tan prohibida como placentera que consiste en impedir el gobierno del PP.

Y aquí, en 2011, es cuando esa carga del odio empieza a trasladarse de la derecha a la izquierda, incubándose de manera suicida tras la marcha de Rubalcaba y la llegada de Pedro Sánchez. Este ha sido el legado más fratricida que ha dejado el ya ex secretario general del PSOE: siendo incapaz de ganar unas elecciones, ha ofrecido a una militancia vacía y a unos votantes desilusionados esa manzana tan prohibida como placentera que consiste en impedir el gobierno del PP mientras “las derechas” no sumen mayoría absoluta. Pedro Sánchez ha conseguido incubar de manera impresionantemente exitosa ese virus de la intolerancia y virulencia sectaria hasta el punto de que ese fruto cainita ha estallado dentro de la propia casa del socialismo.

Llegados a este punto predicar a favor del debate y de recuperar la lógica democrática es un riesgo que tiene un precio muy caro para aquellos que siendo socialistas lo practicamos. Los que hablamos de la necesidad de recomponer el equilibrio institucional y la práctica democrática procurando un gobierno a nuestro país en estos momentos tan críticos para nuestro futuro, somos llamados indecentes, lacayos del PP, súbditos de Rajoy, socialistas “de derechas” o “ratas felipistas”, entre muchos más epítetos edificantes.

“La mayoría traza un cerco formidable alrededor del pensamiento. Dentro de esos límites el escritor es libre, pero ¡ay de aquel que se atreva a salir de ellos! No es que tenga que temer un auto de fe, pero está expuesto a disgustos de toda clase y a persecuciones diarias. La carrera política se le cierra, pues ofendió al único poder que tiene la facultad de abrirla. Se le niega todo, hasta la gloria. Antes de publicar sus opiniones, el escritor creía tener partidarios; ahora que se descubrió ante todos, le parece no tener ninguno, pues aquellos que lo condenan se manifiestan en voz alta, y los que piensan como él, no teniendo su coraje, se callan y se alejan. El escritor cede, se doblega por último bajo el esfuerzo diario, y vuelve al silencio, como si se sintiera arrepentido de haber dicho la verdad”. Esto lo escribió Tocqueville y hablaba de América. Ahora lo hago “mío” y hablo del Partido Socialista y de España.