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El periodismo español, más traidor y repugnante que la clase política

El periodismo español, salvo excepciones de gran mérito, ha acumulado mucho oprobio e indecencia durante la reciente campaña electoral.

El periodismo español, ya prostituido por su intenso sometimiento al poder político y falta de independencia y verdad, salvo excepciones de gran mérito, ha acumulado mucho oprobio e indecencia durante la reciente campaña electoral, invadida por mentiras, noticias falsas, manipulaciones, silencios cómplices y hasta un indecente boicot mediático al partido VOX que no tiene nada de democrático ni de ético.

El actual periodismo español tiene incrustada la corrupción y el declive ético en su alma. Valga como ejemplo la reacción de la Asociación de la Prensa de Sevilla cuando las derechas (PP. Ciudadanos y VOX) ganaron las elecciones y decidieron formar gobierno. No se le ocurrió otra cosa que la barbaridad de pedir a los nuevos gobernantes que se hicieran fijos, sin concurso ni oposiciones, a los centenares de periodistas que los socialistas habían contratado durante el anterior gobierno para sus aparatos de propaganda en las dependencias, instituciones y chiringuitos públicos.

Los políticos al menos son elegidos cada cuatro años, lo que les otorga cierta legitimidad, aunque sean corruptos y malvados, pero los periodistas que ocultan la verdad, toman partido y mienten para ayudar al poder político son auténticos traidores corrompidos, sin excusas ni atenuantes.

 

«Hienas y buitres», de Francisco Rubiales, publicado por Tecnos en 2018, describe y desnuda con grave acento de verdad el mundo corrupto del periodismo y la política

Las asociaciones de la prensa de España repiten que «sin periodismo no hay democracia», pero ocultan la verdad: lo que la democracia necesita no es periodismo, sino periodismo libre, independiente, veraz y capaz de fiscalizar al poder. Del mismo modo que el periodismo libre fortalece la democracia, el periodismo sometido fortalece la tiranía.

En mi libro «Periodistas sometidos, los perros del poder» (Almuzara 2009), se dice que «No hay un sólo caso de periodista esclavo que sea recordado por la Historia, del mismo modo que tampoco merecen el recuerdo los militares cobardes o los médicos al servicio de la muerte».

En las actuales asociaciones de la prensa conviven revueltos dos tipos de comunicadores opuestos e irreconciliables: los sometidos al poder, verdaderos mercenarios a sueldo de los que mandan, y los auténticos periodistas, aquellos capaces de informar al pueblo con independencia, verdad y valor, aunque ese comportamiento decente les cueste marginación, acoso y represalias por parte del poder político inicuo.

En el periodismo, quien se somete a la verdad y la difunde sin sometimiento es un verdadero «periodista», pero quien se somete al poder, desprecia la verdad y pone sus conocimientos al servicio de los que le han comprado, es un «propagandista» mercenario. Separar a los periodistas de los propagandistas debe ser el primer paso para la regeneración de una profesión, que es imprescindible para mejorar la política y hacer del mundo un espacio de justicia y decencia.

Ser periodista es ser un proveedor profesional de la información y la opinión veraz que el ciudadano necesita para conocer el mundo en el que vive y adoptar las decisiones correctas.

 

Al poder no le interesa que el pueblo esté correctamente informado porque al descubrir las maldades, abusos e iniquidades de la clase política, los ciudadanos nunca les votarían. Por eso compran periodistas y medios, para ocultar la verdad, manipular la información y la opinión y engañar a los votantes.

Hay otra frase del libro «Periodistas sometidos» que conviene tener presente siempre, si se quiere ser periodista de respeto y decencia: «Que quede claro que los periodistas sometidos al poder sólo pueden esperar poder y dinero, pero nunca reconocimiento, honor o respeto».

Por último, en mi último libro «Hienas y buitres» (Tecnos 2018), se dice: «Muchos periodistas e intelectuales de hoy carecen de lealtad a la libertad porque han sido comprados o reducidos a ser meras piezas de la máquina estatal de propaganda».

Y nada hay más repugnante para un periodista que ser esclavo del poder, como tampoco nada hay peor que un médico que empuja al paciente hacia la muerte o un juez que venda la justicia al mejor postor.

Preguntad a la España decente y limpia que profesiones les producen mayor rechazo y escuchareis repetir sin descanso que «políticos y periodistas». Ese rechazo a dos piezas claves de la democracia constituye una prueba solvente de que la democracia española está pervertida y en el cubo de la basura.