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El PP se inhabilita para gobernar

Tras la confesión de Ricardo Costa esta semana, de nuevo la jauría del malestar ha vuelto a rugir con fuerza en la competición del insulto al PP. Es cierto que algunos, como la derecha valenciana, han hecho un negocio de la corrupción, pero otros han terminado por hacer de la corrupción ajena su principal negocio político, dejando al margen de esta última ecuación, claro está, a todos aquellos diputados valencianos del Partido Socialista, Izquierda Unida y Compromís que dieron la cara- en algunos casos hasta se jugaron su estabilidad- para denunciar públicamente un sistema corrupto que entonces funcionaba en torno a los gobiernos del PP en la Generalitat y cuyos corruptores y corrompidos se creían inmunes.

Que España tiene un problema con la corrupción política es algo, incluso, relativo, dependiendo de con quién nos comparemos. Si miramos hacia Latinoamérica, es evidente que estamos muy lejos de ser una democracia corrupta; en cambio, si nos comparamos con los países nórdicos, de Centroeuropa o Gran Bretaña, tenemos una crisis moral evidente dentro del marco público. Posiblemente también dentro del marco privado, pero nos quedaremos en lo público. Lo que sucede es que en estos últimos años, debido a la impotencia política de muchos, se ha intentado utilizar la corrupción- presunta o real- contra el rival político al estilo de una especie de cruzada de fe justiciera donde la presunción de inocencia estaba prohibida.

 

Luego, en el poder, se comprueba como con las ideas de transparencia y “honradez radical” no se puede gobernar si no se tiene un plan medio coherente.

 

En este sentido, se han multiplicado los políticos y periodistas profesionales de la corrupción, personas que han ido cayendo en una auténtica obsesión sobre la exigencia de limpieza y pureza en la vida política de nuestro país. Obsesión que en no pocas ocasiones ha derivado en cazas de brujas inacabadas y en cadenas de artículos difamatorios sin pruebas. Es posible que el político profesional que solo tiene en su programa la lucha contra la corrupción pueda llegar al poder si la sociedad decide darle una oportunidad. Luego, en el poder, se comprueba como con las ideas de transparencia y “honradez radical” no se puede gobernar si no se tiene un plan medio coherente. Casi siempre sucede así: el que hace de la lucha contra la corrupción su obsesión es porque no tiene propuestas de gobierno alternativas que puedan convencer a la ciudadanía de manera positiva. Aquí se produce, de manera muy clara, la tensión que existe en ocasiones entre eficacia política e integridad del político.

Pero la declaración de Ricardo Costa señalando a Camps es el menor de los males del PP, porque su principal problema se llama Mariano Rajoy; y su segundo principal problema, Soraya Sáenz de Santamaría. Ya no se trata de un gobierno paralizado en su función legislativa por la configuración tóxica del Congreso de los Diputados; es que se trata de un ejecutivo incapaz de hacer política e ineficaz de manera casi absoluta cuando tiene que defender la integridad del Estado y de la Constitución frente al separatismo totalitario catalán. Si desastrosa fue la gestión de la primera parte del procés, no mejor parece, por ahora, la respuesta al post-procés o procés 2, ya que si alguien cree que los separatistas han decidido desistir de sus propósitos, o bien pretende engañarse de manera suicida o bien pretende engañarnos a todos de manera vil y cobarde.

La realidad es innegable: Rajoy no ha dado la talla ni la dará nunca respecto al líder que necesita España en estos momentos. Es un político agotado, agotador, cansado y cansino, sin ganas de gobernar pero empachado de poder, capaz de vivir en una burbuja absolutamente autocomplaciente que le permite asegurar que se ve con ganas de repetir. Si, además, observamos y analizamos las pocas veces que se pasea por los medios de comunicación, cualquier extranjero que llegase a nuestro país se pensaría al oírlo que es una especie de comediante que se hace pasar por el presidente de nuestro gobierno.

 

Pero a priori, el caso del PP es un ejemplo casi insuperable de suicidio partidista asistido y narrado en tiempo directo, sin que nadie sepa o quiera hacer nada para evitar el descalabro aunque todos ven que reman hacia el precipicio.

 

 

A Camps lo despacha con un “bah” y sobre la cuestión de la igualdad salarial nos pide que “no nos metamos en eso”. ¿Para qué ha venido-como diría aquel- Rajoy a la Moncloa? Quizás los años de Rajoy son una especie de penitencia a los españoles por todos nuestros pecados cometidos o por cometer, porque es lícito pensar que si alguien así es el candidato más votado, cómo no serán los demás que aspiran a sucederle.

En política todo puede cambiar de un día para otro, no digamos de aquí a dos años. Pero a priori, el caso del PP es un ejemplo casi insuperable de suicidio partidista asistido y narrado en tiempo directo, sin que nadie sepa o quiera hacer nada para evitar el descalabro aunque todos ven que reman hacia el precipicio. El tándem Rajoy-Soraya es un desastre para el futuro de este país, por mucho que intenten vendernos manipulada y aumentada la recuperación económica que se está produciendo. Cómo no será la magnitud de la incompetencia gubernamental que a pesar de la economía los españoles de derechas están decididos a dejar de votar al PP. En Génova nadie se atreve a decirle nada al líder espectral, aun en cuerpo presente. Lo peor de que el PP se consuma lentamente es que ahora mismo es el partido que sostiene al gobierno del país, y un desgobierno sostenido lo pagamos siempre- y de qué manera- los ciudadanos.