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El Principio de Incertidumbre

No soy científico, pero si investigador, por eso parto de la premisa de que el escepticismo es el primer paso hacia la verdad.

 

Newton en su obra principios matemáticos de la filosofía natural (1687) demostró de modo concluyente las teorías de las leyes universales del movimiento y la gravitación universal, utilizando herramientas matemáticas generales, entre ellas el cálculo infinitesimal.  En ella decía: << Deduzco de los fenómenos celestes, las fuerzas de la gravedad por las que los cuerpos tienden hacia el sol y los diversos planetas. Después, a partir de estas fuerzas, por otras proposiciones que son también matemáticas deduzco los movimientos de los planetas, los cometas y la luna>>

 

Marzo de 2020 nos encontramos ante un fenómeno de la naturaleza que ha desbordado todas las previsiones sanitarias, sociológicas y económicas. El COVID 19 o como quiera que se llame este agente patógeno parece que nos ha cogido a todos en la edad de piedra.

 

No soy capaz de meterme en la piel de nuestras autoridades ni se me ocurre siquiera como gestionar de modo convincente este tipo de coyuntura. Lo único cierto es que, hasta ahora solo han conseguido meternos el miedo en el cuerpo. Vamos a paralizar el mundo durante no se sabe cuanto tiempo, esperando que no muramos por los efectos, desconocidos, del COVID 19, aunque dejando abierta la posibilidad de que lo hagamos en un futuro más o menos inmediato una vez que los efectos de la paralización económica empiecen a mostrar su verdadero cariz.

El Gobierno y los medios de comunicación nos inundan con datos y estadísticas. Nos hablan de números de infectados, muertos, recuperados, de la curva que se pretende aplanar, etc. El pánico lleva semanas rondando por las UCIs de los hospitales. Que nos quedamos sin mascarillas, como si fabricar mascarillas necesitase la intervención de la NASA. Que faltan respiradores. Que se colapsan las urgencias. Aunque, entre tanto dato, me da la sensación de que las autoridades tienen algunos de los que no nos hacen participes. Por ejemplo: Cómo se contabilizan los infectados. ¿Son solo aquellos que van al Hospital? ¿Son todos los que llaman diciendo que creen que tienen síntomas? ¿Se hacen pruebas aleatorias? De las cifras de fallecidos, cuales lo han sido por causa directa del virus. Y un amplísimo y extenso etcétera.

 

No soy científico, pero si investigador, por eso parto de la premisa de que el escepticismo es el primer paso hacia la verdad. Como en cualquier historia de la vida, cuando nos dan una sobredosis de datos e intentamos ponerlos en orden, enseguida observamos que suelen faltar los más interesantes.

Recuerdo aquí una frase de un prestigioso magistrado que decía: desde que se abolió la tortura la declaración del imputado no tiene valor para la investigación. Ciertamente, en cualquier declaración de un inculpado siempre es de más interés aquello que omite que todo lo que nos dice.

 

No es mi intención poner en duda la actuación de los médicos, virólogos y personal sanitario en esta crisis. Tanto científicos como investigadores tiene el mismo objetivo: La búsqueda de la verdad, tanto científica como filosófica.

Pero hay una segunda premisa que debe aplicar todo buen investigador: Lo que nunca ha sido cuestionado nunca ha sido demostrado.

Es por eso que en estos días he intentado hacerme una idea aproximada de lo que realmente está sucediendo y como digo, de la saturación de información solo deduzco que realmente no nos están informando. Los organismos encargados de gestionar el caudal de información apta para ser consumida por el gran público deben guardar celosamente aquella que, probablemente, nos daría las claves para entender de que va esta crisis.

Ante tanta desinformación por saturación solo nos queda hacer un ejercicio de fe. Creer en lo que nos dicen. Creer en lo que no se ve. Encomendarnos al altísimo y rezar para que los gestores políticos y sanitarios acierten con las medidas adecuadas para que no nos devore el virus, aunque nos devore la miseria que se asoma implacable en el horizonte cercano.

 

Newton entendía que podía reconciliarse la fe religiosa con el funcionamiento matemáticamente perfecto del universo: “el sistema más elegante del sol, los planetas y los cometas no podía haber surgido sin la sabiduría y el dominio de un ser poderoso e inteligente”. Newton utilizó el cálculo para encontrar la huella del trabajo de Dios. Y nos dejó el siguiente consejo: << Ojalá pudiéramos deducir el resto de los fenómenos de la naturaleza del mismo tipo de razonamiento, a partir de principios matemáticos>>.

Pero con el COVI 19 no existen formulas matemáticas ni cálculos infinitesimales que nos permitan deducir, de un modo lógico, las consecuencias de este fenómeno de la naturaleza.

Según escribió Nicholas Saunderson (1682-1739), “si creemos que un fenómeno está por encima del hombre, nos apresuramos a decir que es obra de Dios; nuestra vanidad no se conforma con menos. Deberíamos ser menos vanidosos. Si la naturaleza nos presenta un problema que resulta difícil de aclarar, tomémoslo por lo que es y no intentemos resolverlo con la ayuda de un ser que entonces se nos convierte en un nuevo problema, más irresoluble que el primero”.

 

Descartada la intervención divina, imposible la deducción lógica por falta de datos ciertos, arriesgada la especulación empírica, considerando que según el principio de incertidumbre de Heisenberg (1927) hay un límite en la precisión con la cual podemos determinar al mismo tiempo la posición y el momento (la velocidad) de una partícula y asumiendo que es sabido y comúnmente aceptado la existencia de tres tipos de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas, solo me queda recordar la tercera y más importante de las máximas de todo investigador: Puede exigírseme que busque la verdad, pero no que la encuentre.