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El pueblo español contra Sánchez y Rajoy

No se trata de elegir entre uno y otro sino de luchar por la regeneración después de analizar con lucidez lo ocurrido.

En el atormentado presente, todo demócrata preocupado por la situación de España debe juzgar y condenar con dureza tanto a Sánchez como a Rajoy. No se trata de elegir entre uno y otro sino de luchar por la regeneración después de analizar con lucidez lo ocurrido y asumir que ninguno de los dos merece nuestro respeto, el primero por haber alcanzado la Moncloa con los votos de los peores enemigos de España y el segundo por haber gobernado contra la voluntad popular y haberse marchado dejando a España en el caos.

Es más que evidente mi rechazo a la moción de censura de Sánchez por partir de una alianza con lo peor de España: con los comunistas, los promotores del odio, los separatistas y los defensores de los asesinos etarras. Pero siento similar desprecio ante el comportamiento de Mariano Rajoy durante su presidencia y, en especial, en los momentos de su caída, que fue digna de un cobarde resentido, sin grandeza, sin generosidad y sin amor a España porque pudo haber dimitido a tiempo y habernos evitado el Apocalipsis de estar ahora en manos de la escoria nacional. 

Sánchez le dio una salida cuando le dijo, delante de las cámaras y ante todo el país, que si dimitía retiraba inmediatamente la moción de censura. Entonces podía haber subido a la tribuna en su turno de réplica y decirle: «Si el problema soy yo, le tomo la palabra y dimito hipso facto. Por encima de mi y de mi partido está España».Pero en lugar de hacerlo se encerró durante ocho horas en el reservado de un restaurante, relamiéndose las heridas con whisky, rodeado de sus más cercanos colaboradores, diciéndole una y otra vez lo que el quería escuchar: «Mariano, eres el «number one».

 

Ha faltado generosidad y grandeza en el lamentable final de Rajoy y en el inquietante inicio de Sánchez, el primero rodeado de pelotas y el segundo aupado por hienas.

 

El futuro de Sánchez no sabemos como será, pero se presenta rodeado de las peores amenazas. Sus compañeros de orgía son una pandilla temible, desde el comunismo que siempre quiere perpetuarse en el poder, incluso a costa de sangre, como ha hecho en Cuba, Venezuela y Nicaragua, hasta los que odian a España y quieren destruirla, como han demostrado los amigos de ETA y los golpistas de Cataluña.

Pero hablemos del mandato de Rajoy, una estela agria que la condujo hasta su triste final, por méritos propios. Aquello empezó ma´porque pudo haber limpiado España, como querían sus votantes y él había prometido, pero no hizo nada, a pesar de que España le regaló una poderosa mayoría absoluta para que barriera la basura heredada del zapaterismo. Pero en lugar de hacerlo lo condecoró, imitó su política, subió los impuestos que había prometido bajar, convirtió en impunes a sus corruptos, vacío la hucha de las pensiones y nos impuso recortes sin que ni él ni sus colegas políticos renunciarán a uno solo de sus privilegios y gastos.

 

Cuando no había dinero, en lugar de asumir la austeridad en el gobierno, metió las manos sin piedad en los bolsillos del contribuyente, quitando el bozal al perro Montoro, vaciando la hucha de las pensiones y endeudando España en los mercados internacionales, hasta la locura.

 

Si hubiera sido un demócrata, habría dimitido ya cuando resultó evidente que incumplía las promesas electorales que le hicieron ganar las elecciones y debió hacerlo, de manera perentoria, cuando escribió aquel miserable SMS que decía al delincuente Bárcenas “Resiste, Luis”, pero se limitó a resistir, lleno de arrogancia e indolencia, construyendo para el inocente pueblo español, que seguía apostando por él, ladrillo a ladrillo,el Apocalipsis que ahora padecemos.

Un día, cuando vivía en Roma como corresponsal de prensa, escuché del entonces presidente de Italia, Sandro Pertini , una sentencia que he recordado muchas veces al contemplar el desastre de España: «a algunos países, una vez cada uno, dos o tres siglos, les llega la terrible desgracia de que lo peor de su sociedad, lo más podrido, alcance el poder y entonces se desatan todos los males». Pues yo creo que a España le ha llegado esa hora terrible porque lo peor de la nación se ha hecho con el poder.

Frente a la tragedia que vive España y que amenaza hasta su supervivencia como nación sólo queda una salida: ante la imposibilidad de que sean los políticos, autores directos del drama, los que salven la nación, deben hacerlo sus ciudadanos. La «resistencia» debe organizarse y cada ciudadano debe convertirse en un muro que cierre el paso a los canallas. Si eso no ocurre, avanzaremos hacia el estallido y lloraremos durante muchos años.