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El saqueo de Telemadrid

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez

Pocas personas podrán en duda que Suecia es un modelo de democracia y de desarrollo del estado del bienestar. Partiendo de esta base, y siguiendo con la fiebre actual de reformar nuestra constitución como solución a todos los males que nos afectan, la constitución sueca está formada, únicamente, por 4 leyes. Siendo solo 4 las partes que integran su texto constitucional es evidente que serán cuatro temas considerados básicos en su sistema político. Pues bien, una de esas leyes se refiere a la libertad de expresión y otra a la prensa exclusivamente. ¿Qué significa? Que en una democracia la libertad de poder decir lo que uno cree es básica, pero sin medios que protejan y ejerzan ese derecho podemos encontrarnos en un simulacro de libertad que afectaría a la calidad del mismo sistema democrático y el desarrollo de las prácticas políticas.

Siempre se ha dicho que la información es un requisito imprescindible para formar una opinión pública sólida y exigente. La falta de información, o su manipulación, era una táctica usada en el siglo XX por los regímenes totalitarios implantados por Europa o América Latina. Ahora, sin embargo, tenemos otro modelo de manipulación mediática, que consiste no en la falta de información sino en el exceso de la misma. Un exceso, evidentemente, adulterado que mezcla las noticias reales con otras falsas o construidas desde medias verdades. Los principales teóricos de la democracia liberal creen que la prensa ejerce una labor esencial para que la ciudadanía sepa a quién premiar y a quien castigar en las urnas. O sea, como una especie de fiscalía pública de la responsabilidad política. Una faceta también conocida tradicionalmente como watch dog.

Desgraciadamente si miramos a España nos damos cuenta de que aquí, en el marco mediático, perros hay muchos, pero no especialmente vigilantes, más bien falderos. Incluso de presa, siempre al servicio de su amo. El modelo español responde al tipo ideal del mediterráneo o pluralista polarizado: poca difusión de la prensa; periodistas cautivos de los partidos políticos y una relación entre política y periodismo totalmente cómplice y clientelar. Por eso los medios españoles son, en parte, corresponsables de toda la degradación social, económica y política que hemos sufrido en este país en los últimos 8 años, aunque algunos dirán que habría que echar aún más marcha atrás en el tiempo.

[blockquote style=»1″]Ni siquiera esos votantes-espectadores tenían el estómago necesario para soportar a Buruaga, Tersch, Dragó o Cristina Tárrega. En total, 19 millones de euros gastados en una televisión que hizo un ERE de 861 trabajadores.[/blockquote]

Hay que tener en cuenta, a la hora de criticar el panorama mediático nacional, que el periodismo ha sido una profesión especialmente golpeada con la crisis. No solo se han perdido miles de puestos de trabajo, sino que el descrédito que sufre la prensa española es evidente en sus débiles ventas y en su cuestionada credibilidad. En España se practica, habitualmente, un periodismo político de trincheras, donde el amarillismo no es evitado y los trapos sucios son un recurso altamente practicado. A lo mejor nuestra prensa rosa es la más avanzada de toda Europa, pero respecto al marco de información política tantos años de democracia parecen no haber servido para mucho.

Reconociendo este análisis como el punto de partida, sería injusto no admitir que a pesar de los mercenarios y palmeros agradecidos que circulan en nómina por los diversos medios públicos y privados, tenemos grandes periodistas y analistas políticos cuyos artículos son de una calidad innegable y una brillantez estilística evidente. ¿Son los más famosos, los que acuden a las televisiones de plató en plató? Claro que no, porque las televisiones, y algunas radios, están al servicio de un enfoque de la política totalmente frívolo y superficial. Unas ofrecen este enfoque de la anécdota y el chascarrillo y otras se dedican, directamente, al adoctrinamiento y colocación de mamporreros políticos sin vergüenza que se hacen llamar periodistas. Como, por ejemplo, Telemadrid.

Telemadrid y Canal 9 son ejemplos perfectos y casi insuperables de dos pecados en democracia que tendrían que ser delito: el uso sectario de un medio público y el saqueo de las arcas públicas para pagar a los mercenarios que hacen su agosto en dichas televisiones. Todos recordaremos algunos detalles escandalosos del despilfarro en Valencia que llevó al cierre de su televisión regional. Pero ahora estamos conociendo los millones que se pagaron a diversos divos de la derecha que cobraron a precio de caviar ruso un producto tan malo que, prácticamente, nadie veía, incluso las mayorías que por entonces votaban al PP. Ni siquiera esos votantes-espectadores tenían el estómago necesario para soportar a Buruaga, Tersch, Dragó o Cristina Tárrega. En total, 19 millones de euros gastados en una televisión que hizo un ERE de 861 trabajadores.

Dentro de esta historia obscena, lo peor de todo es que muchos de estos personajes señalados como mercenarios de la derecha tienen aún la cara dura necesaria para dedicarse a dar lecciones de periodismo y de política las 24 horas del día, lecciones que suelen ser muy bien pagadas por instituciones gobernadas o relacionadas con el PP. Es, por así decirlo, un pata del negocio que ciertas élites mediocres, corruptas y extractivas llevan sosteniendo desde hace varias décadas en este país que ve masivamente el Sálvame Deluxe y que lleva ya 16 ediciones del Gran Hermano.

Es complicado, por no decir imposible, que exista una regeneración política real si no existe otra regeneración dentro del periodismo. La mala política y los malos periodistas suelen ir de la mano y se alimentan mutuamente. Muchos, gracias a esta fórmula, han ganado demasiado, haciendo perder más que demasiado a todos los demás ciudadanos de este país. Dirán que en los últimos años han nacido varios medios digitales que representan al nuevo periodismo. Con esto me pasa lo mismo que con la nueva política: no puedo evitar observar vicios de siempre en los nuevos de ahora. Y es que cuando el aire que se respira está contaminado, no hay pulmones vírgenes que puedan resistirlo.