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El triunfo de los populismos

Benito Fdez 2
Benito Fernández

No sé si les he hablado alguna vez de la escritora australiana Collen McCullough autora, además de la conocida “El pájaro espino”, de una interesantísima saga de novelas históricas sobre Julio César y su época. Les aconsejo que la lean y comprobarán como la historia se repite hasta la saciedad, que desde los griegos y los romanos e incluso antes, hasta nuestros días, en pleno siglo XXI, la política siempre ha consistido en la habilidad de alguien para manejar a las masas y llevarlas, con promesas más o menos falsas, con ideas simples pero eficaces, con eslóganes efectivos y demagogias más o menos baratas, al redil que le conviene a cualquier supuesto líder carismático que se precie.

En las novelas de McCullough quedan perfectamente reflejados los manejos de César y de sus enemigos, de Ciceron y los suyos, de Craso, de los tribunos de la plebe y de los diversos senadores con aspiraciones de poder para atraerse a un pueblo entregado y sumiso, cuando no esclavizado, con el fin de seguir explotándolo para aumentar su poder o su riqueza. Los populismos no son nuevos. Son tan antiguos como la historia e la Humanidad. Existen desde que el mundo es mundo y las sociedades son sólo unos conjuntos de individuos facilmente manejables.

Han pasado más e veinte siglos y seguimos en las mismas. La inmensa mayoría del pueblo sigue tan sumiso y entregado, cuando no esclavizado, como en la época de Julio César. Y los poderosos, dueños de televisiones, radios, medios de comunicación de masas y redes sociales, manejan a su antojo al personal convenciéndole un día sin apenas despeinarse de que todo es blanco y, al siguiente, de que es negro. Y la gente los cree, vaya que si los cree. A pie juntillas.

 

Los populismos no son nuevos. Son tan antiguos como la historia e la Humanidad.

 

A mí me parece tan malo el populismo que ha esgrimido Donald Trump en la campaña electoral americana, como el que han hecho gala la inmensa mayoría de los medios de comunicación occidentales acusándole de dictador, tirano racista y xenófobo y acosador sexual. Ocurre que, al final, ha ganado el populismo de Trump que se ha visto apoyado por un pueblo tradicionalista, analfabeto y egocéntrico que ha preferido el riesgo de darle el poder a un personaje ciertamente excéntrico que el de concederle una oportunidad a una señora de la que ya conocían por propia experiencia sus numerosos defectos y sus manejos correctamente políticos pero escasamente éticos.

Lo único que ha cambiado desde Julio César a nosotros es la amplitud de miras. En Roma bastaba con asormarse al Foro y soltar un buen discurso entre la multitud de parados para hacerse un hueco entre los notables. Ahora es necesario estar al loro de la globalización de los mensajes. Internet y las redes sociales han universalizado los mensajes que llegan con un clik a todo el mundo. Por ello es mucho más fácil ahora lo de convencer al personal. Ya no hace falta ni siquiera dar la cara para que te la puedan romper. Ahora te escondes detrás de una imagen de tu perro, de un paisaje bucólico o de cualquier símbolo y puedes soltar la barbaridad más bárbara que siempre habrá al otro lado de la línea gente que te escuche y que comparta contigo filias y fobias. Los nuevos tribunos de la plebe han crecido como setas en otoño y han proliferado en Facebook o Twitter creyéndose casi todos ellos que son unos nuevos Cicerones cuando la mayoría son simple bazofia cuando no unos completos analfabetos integrales.

 

Con Trump en Estados Unidos, con Marine Le Pen en Francia, con Beppe Grillo en Italia, con diversos dictadores sudamericanos y, cómo no, con los seguidores podemistas de Pablo Iglesias en España. Todos están cortados con el mismo patrón.

 

El caso es que los nuevos populismos vuelven a invadir a todas las sociedades occidentales como si fuesen la peste negra. Con Trump en Estados Unidos, con Marine Le Pen en Francia, con Beppe Grillo en Italia, con diversos dictadores sudamericanos y, cómo no, con los seguidores podemistas de Pablo Iglesias en España. Todos están cortados con el mismo patrón ya sean de las ultraderecha o la ultraizquierda. Al final, como dice el dicho, los extremos se tocan. Y lo peor de todo este auge de populismos trasnochados es que continuan avanzando inexorablemente y calando cada vez más en unas sociedades desarrolladas y opulentas hartas de políticos más o menos corruptos y necesitadas de individuos que remuevan sus propios cimientos democráticos que tantísimo trabajo, esfuerzo, sacrificio y vidas ha costado construir.

Por todo ello convendría, ahora que un populista se acaba de encaramar al trono del país más poderoso de la tierra, que todos aquellos que sean (seamos) conscientes de los males que han acarreado, acarrean y acarrearán todos estos “ismos” en las actuales sociedades. Desde la dictadura de César al auge del nazismo o el comunismo, toda la histia del hombre ha estado sembrada de personajes que han sabido manejar y manipular a las masas prometiendoles una paradisíaca utopía que, siempre al final, se convierte en un verdadero infierno sobre todo para los más débiles. Deberiamos de tenerlo en cuenta.

 

*Benito Fernández es Periodista.