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El valor de los símbolos

Benito Fdez 2
Benito Fernández*

Dado que mis colegas llevan varios días analizando pormenorizadamente la muerte de Miguel Blesa y la detención de Ángel María Villar y que la matraca del referéndum proindependentista del 1-O de Puigdemont y su caterva aburre ya a las ovejas, voy a salirme del habitual análisis político y a contarles una historia que pone de manifiesto la pérdida de valor de ciertos símbolos en esta sociedad cada día más manipulada por la nueva red de los populismos que manejan como nadie a ciertos medios de comunicación y a las poderosas redes sociales. Les cuento.

Hace tiempo que me dejó de interesar el fenómeno religioso y solo me llaman la atención ciertas manifestaciones populares por su contenido social y estético como la Semana Santa. Pese a ello, quedan en el fondo de mi conciencia ciertas huellas que marcaron mi niñez en la que la religión, en su carácter más ortodoxo, hizo mella profundamente en esos primeros años de mi vida. Una religión que comenzaba con la memorización del Catecismo (“¿Eres cristiano? Soy cristiano por la gracia de Dios. ¿Qué es ser cristiano? Ser cristiano es ser discípulo de Cristo”) y el hacer de monaguillo ayudando al sacerdote en una misa en latín. Algo bastante habitual en los pueblos de la España de principios de los años sesenta del pasado siglo en los que la Iglesia mandaba casi tanto o más que el alcalde o el jefe local de movimiento.

El pasado domingo acudí a una pequeña capilla sita en pleno barrio de Santa Cruz en la que, según me informó un buen amigo, todavía oficiaban la misa en latín y por el rito preconciliar con el sacerdote dando la espalda.

Afortunadamente estas cosas y otras muchas han cambiado y bastante, y la sociedad española actual poco o nada tiene que ver con la de los últimos años de la dictadura franquista. Pero como a todos nos gusta evocar el pasado por rancio que éste sea, el pasado domingo acudí a una pequeña capilla sita en pleno barrio de Santa Cruz en la que, según me informó un buen amigo, todavía oficiaban la misa en latín y por el rito preconciliar con el sacerdote dando la espalda a los fieles y con algún cántico gregoriano. Si algo saqué de la experiencia es que los asistentes al oficio religioso mostraban un respeto y un recogimiento que no suele darse en la mayoría de los templos en los que se celebran las misas actuales.

Todo esto me lleva a una conclusión, que seguro que comparten algunos de mis lectores, de pensar en el valor de los símbolos, muchos de los cuales se encuentran en estos tiempos bastante deteriorados. Desde la bandera al himno y desde la Monarquía a las diversas instituciones, cada vez están más puestas en cuestión, algo que no ocurre en la mayoría de los paises occidentales de nuestro entorno y menos aún en los Estados Unidos. Observo preocupado cómo la progresiva democratización de los símbolos está provocando el deterioro de las instituciones a las que representan.

 Con la bandera o los himnos ha pasado algo similar. Sobre todo en este país en el que, tras la implantación del Estado de las autonomías, han florecido, como setas en otoño, decenas de melodías y enseñas representativas

Vean si no lo que ha ocurrido con las principales monarquías europeas después de que sus príncipes o princesas hayan optado por buscarse consortes fuera del ámbito de la realeza. Sólo la casi centenaria reina Isabel de Inglaterra, de momento, salva los muebles de una casta, la de las monarquías tradicionales, que está pasando por sus horas más bajas.

Con la bandera o los himnos ha pasado algo similar. Sobre todo en este país en el que, tras la implantación del Estado de las autonomías, han florecido, como setas en otoño, decenas de melodías y enseñas representativas no sólo de las diversas comunidades, sino de las ciudades y los pueblos que las componen, de sus partidos políticos, de sus distintos y variopintos organismos o de sus diversos equipos deportivos. Se ha producido una verdadera inflación de banderas y cánticos mientras las oficiales, con varios siglos de historia detrás, están quedando relegadas a actos internacionales ya que en el interior de este puñetero país, siguen siendo identificadas con una posición ideológica de derechas cuando no puramente fascistoide.

Todo esto, alentado por políticos de baja estofa y por populismos demagógicos, nos está dejando a los españoles huérfanos de símbolos y carentes de signos identficativos capaces de llegar al corazón y al sentimiento de quellos a los que deberían representar. Si a ello sumamos las esteladas, senyeras, ikurriñas, blanquiverdes, moradas, arcoiris y tricolores que pululan en los balcones de numerosos ayuntamientos con motivo de cualquier festividad o efemerides. Vamos, un cacao en esta ceremonia de la confusión que muchos están uscando denodadamente para acabar de romper un país con muchos siglos de historia común y que parece abocado a una paulatina descomposición tanto moral como real. Es lo que hay.

*Benito Fernández es Periodista

@maxurgavo