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Enkvist, la eficacia de lo evidente

Profesora de secundaria, catedrática emérita de español en la Universidad de Lund, consultora del gobierno sueco y una de las mejores pedagogas del mundo.

 

Leí la entrevista varias veces: había encontrado a una persona coincidente en postulados sobre la enseñanza. Experimenté el placer de la sintonía y una dulzura convincente por las respuestas de Inger Enkvist (Värmland, Suecia, 1947).

Fue profesora de secundaria y ahora catedrática emérita de español en la Universidad de Lund, además de consultora del gobierno sueco. Al tiempo, un pensamiento envidioso me rondaba: ¡Lástima de no proliferar en España personas de ideas tan sensatas!

 

He sintetizado su larga entrevista y la tengo plastificada como homenaje simbólico.

 

«Los colegios no pueden ser guarderías, ni el profesor un psicólogo o trabajador social. Su tarea principal consiste en formar intelectualmente a los jóvenes. La escuela es un sitio para aprender a pensar sobre datos previos. Lo de ‘aprender a aprender’ sin un aprendizaje es una falsedad: no podemos ‘pensar sin pensar’ en algo. Es necesario prepararlos para el mercado laboral, darles una cultura y unas reglas de comportamiento social, tanto hacia la autoridad del maestro como en relación a los compañeros». 

«Mi escuela era pública y tradicional. No tengo malos recuerdos. Quizás había algunas clases aburridas, pero así es a veces la vida. Los alumnos llegaban a su hora y no había conflictos con los profesores. Suecia me dio una educación gratuita y de calidad».

El abajo firmante, con casi cinco décadas de rodaje, asistió a muchas conferencias cuando llegó la LOGSE.

Una de ellas la impartió el director general de Planificación y Ordenación Educativa, don Sebastián Cano Fernández ─persona dialogante y de agradable trato─, pero defendía un proyecto diferente al de la señora Enkvist.

 

Dudé si compartía las ideas de sus mandamases pero como hombre de partido la obediencia prevalecía.

 

Tuvimos una discusión en una sala abarrotada. Le advertí de un declive porque el horario de la fundamental asignatura, la Lengua, quedaba muy reducido, igual lo de memorizar. De suavizar la disciplina, el peligro de un alumnado respondón resultaba evidente.

Claro, lo molesto era exigir. Y muy desagradable tratar de precisar con dígitos las calificaciones: los ambiguos NM y PA disfrazarían los fracasos escolares. 

Pues esa señora ─algunos rápidamente la habrán etiquetado de ‘facha’─ en absoluto aprueba formar alumnos en serie o de participar en competiciones de centros para proclamar a los campeones de la sabiduría.

 

Al cabo de los años lamenté tener razón: el retroceso se hizo evidente. 

 

Continúa: «Aprender puede ser un placer, pero requiere un esfuerzo y un trabajo. Deben saberlo los niños; si no, los estamos engañando. Tocar el violín, por ejemplo, no resulta fácil, requiere mucha práctica. Los estudios del psicólogo sueco Anders Ericsson muestran la necesidad de un esfuerzo prolongado para mejorar en cualquier cosa. La escuela está basada en el esfuerzo del alumno bajo la dirección de un profesor».

Doña Enkvist aborda otros aspectos: «La tecnología hace más difícil controlar a unos niños hiperestimulados.  El nuevo desafío es restringir el acceso al móvil y al ordenador para poder concentrarse. Considero correcto prohibir el móvil. En casa, los padres deben vigilar el tiempo de uso de la tecnología. Ahora se va a la escuela a hacer actividades, no a trabajar y estudiar. Se pone énfasis a lo social y poco a lo intelectual».

«Los alumnos con más capacidades no desarrollan todo su potencial. La nueva pedagogía se ve en Occidente. Suecia lo puso en marcha en los sesenta. Consiste, por ejemplo, en la poca gradación de las notas, desanimando a muchos al no reflejarse en sus expedientes. De niña era una gran lectora, nadie me insistía, pero hay niños necesitados de estímulos».

«Las escuelas deben tener buenos libros en la biblioteca y recomendar uno cada viernes. Un alumno puede contar lo leído esa semana, cómo aumenta su vocabulario… Un profesor debe creer en el poder del conocimiento, pero más en su persuasión. Esa es la base principal: comportamiento, lectura y aprecio por el conocimiento».

¡Larga vida, señora!