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Entre el limbo y el infierno

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch

Todo sigue igual en España: la economía deteriorándose y el país en el limbo. Cada vez resulta más difícil saber dónde estamos y, sobre todo, hacia dónde vamos. Por no saber, ni siquiera se sabe lo más básico en cualquier estado: su Gobierno. Parece que no hay tal, porque el que había fue cesado en el BOE del 21 de diciembre pasado. Desde entonces existe un grupo de personas en funciones de gobierno. Un gobierno de mentirijillas excepto en sueldos, despachos, vehículos de representación, personal de apoyo y las consabidas prebendas del cargo. En resumen, España tiene un gobierno entre lo real y lo virtual dependiendo de lo que a cada uno interese según el momento. Esa indefinición nada aporta, excepto un extra a la confusión y la desconfianza con las que el ciudadano valora a los políticos y, de paso, a la propia política. Ésta —que todo lo invade—  es vista como un mal inevitable. Como si fuera un defecto físico congénito con el que hay que convivir. Y en ese clima de escepticismo, el gobierno en funciones se aprovecha para hartarse de funcionar ignorando al Parlamento, actitud que —estoy seguro— es la envidia de cualquier otro gobierno. Del gobierno en el limbo.

El ministro de defensa, don Pedro Morenés, en su limbo se dedica a pasearse por el mundo, a golpe de arma presentada e himno nacional, a bordo de la “línea aérea” que se ha montado a costa del Ejército del Aire. Se situó en punta de vanguardia (como corresponde a la defensa) para hacer la pedorreta al Congreso, al no comparecer en éste cuando fue citado para una sesión de control. Su mal ejemplo ha sido seguido por dos de sus compañeros de la ahora tertulia de los viernes en Moncloa, la ministra de fomento, Ana Pastor, y el ministro del interior, Jorge Fernández. Tres pedorretas ministeriales, junto con las que previsiblemente han a seguir,  que convierten al gobierno en funciones en una inaguantable fuente pedorrera. Nada tiene de extraño, por tanto, que el pleno del Congreso de los Diputados haya aprobado el miércoles pasado por 218 votos a favor, 113 en contra y 4 abstenciones recurrir ante el Tribunal Constitucional (TC) la ordinaria actitud gubernamental.  Estamos, por tanto,  ante un inédito conflicto institucional de atribuciones que involucra a los tres grandes poderes del estado: legislativo, ejecutivo y judicial. 

Y la segunda razón para la pronta salida del limbo, es que de llegarse al 2 de mayo sin investidura, el parlamento se disolvería y se convocarían nuevas elecciones generales para el 26 de junio. Pasaríamos así del limbo al infierno.

La difusa cohabitación de lo real y lo virtual es la clave del escenario político. A éste le sucede lo mismo que a la contabilidad de algunos partidos donde la caja A, que debería ser única, buena y presentable, es decir real, se convierte paradójicamente en virtual cuando otra, la caja B, que debería ser inexistente o meramente virtual, se convierte en real. No es de extrañar la irritación que esos enjuagues producen en los fiscales y magistrados que están lidiando con las extendidas prácticas corruptas. Y es que las criaturas no dan abasto.

Lo único claro de nuestro escenario político es que el limbo se acabará pronto. Principalmente por dos razones. La primera es que estamos a menos de tres semanas para que un nuevo presidente del gobierno pudiera ser investido. Si tal fuera el caso se puede suponer que inmediatamente pasaríamos a la política real. Pero el tiempo está presionando ya mucho a los del  «ménage à trois»: PSOE, Podemos y Ciudadanos. Es un juego contrarreloj que parece que no va a funcionar. Hay demasiadas líneas rojas y además lo que priva en estos pagos es o el onanismo político de la mayoría absoluta o, como mucho, la “pareja a dos”.  Los emparejamientos a tres son algo más bien foráneo, de otras culturas políticas. Aunque como de la política uno puede creerse todo, no serían descartables ofertas de último minuto o cualquier otra maniobra, por muy ruin que ésta fuera o que uno pudiera imaginarse.  La posibilidad de la llamada gran coalición también es una salida de último momento, pero tiene sus riesgos. Uno, el de la dificultad de combinar solidariamente a PP y PSOE por cuatro años. El otro, regalar a Podemos, durante esos mismos cuatro años, el campo de la izquierda. 

Y la segunda razón para la pronta salida del limbo, es que de llegarse al 2 de mayo sin investidura, el parlamento se disolvería y se convocarían nuevas elecciones generales para el 26 de junio. Pasaríamos así del limbo al infierno. No otra cosa sería volver a empezar con una nueva y larga campaña electoral, con las promesas mentirosas, las encuestas de todo pelaje, los debates entre candidatos, las tertulias televisadas y todo un etcétera. En fin, ese infierno con el que se nos tortura indiscriminadamente a los electores, votemos o no, especialmente en este caso porque volvería a llover  sobre lo mojado desde hace un año. Curiosamente es la opción que algunos partidos internamente desean pero que todos externamente repudian. Cosas de la política, porque ningún partido querría aparecer el 26 de junio, en su caso, portando el culpable sambenito de haber propiciado nuevas elecciones. Sospecho que, al final, todos iremos al infierno.