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¿Es el PSOE franquista?

Constituye una obviedad entender que lo que busca un franquista es que haya más franquistas.

 

Calentamos motores. Llega la última recta de la Campaña. Puesta deliberadamente después de Semana Santa para dificultar la tarea a los adversarios. Absolutamente en la línea de la regeneración democrática que pretende capitanear Sánchez. Toca hoy centrarnos en el Partido que ha convocado los comicios, destacando algunas cuestiones que nuestra memoria cortoplacista puede que no contemple ya, y que es importante que el elector refresque en la memoria antes de ir a votar. Porque es imperativo ir a votar, aunque sea para decirles a toda la clase política lo que pensamos de ella.

Después del espectáculo con el Debate en TVE y de la finura cómplice a la hora de hilar por parte de la Junta Electoral Central, y con el ascenso de VOX encima de la mesa, hay que disparar a bocajarro. Más allá de la propaganda política al uso, entender a VOX como Franquista o relacionado políticamente con el Franquismo constituye un despropósito. Un despropósito, además, que sus líderes comunicativos esperan frotándose las manos ante la excitante perspectiva de tumbar un recurso tan manido como la palabra ‘fascista’, que en el lenguaje político ha perdido todo su significado, e incluso, es hasta motivo de orgullo para algunos por toda la carga ‘contra lo políticamente correcto’ que tiene. Pero igualmente es verdad que VOX comparte con el Franquismo su cosmovisión reaccionaria basada en la mitomanía heroica y en la historiografía admirativa que pretende sustituir la Leyenda Negra por la Leyenda Blanca, sacrificio del rigor científico mediante. Pero, sobre todo, es innegable que se ha nutrido de mucho nostálgico que, si bien no es franquista, relativiza la carga negativa de la dictadura en un ejercicio de rebeldía contra la entrega sin concesiones del monopolio cultural a las izquierdas después de la Transición.

 

Desde este punto de vista, constituye una obviedad entender que lo que busca un franquista es que haya más franquistas.

 

Desde la muerte del dictador, estos no eran más que una minoría anónima que se estimulaba a sí misma en reuniones culturales embadurnadas de soflamas gratuitas que no escuchaba ni su abuelita. Ahora, de repente, son muchos más, salidos no se sabe de dónde, dispuestos a glosar las gestas del dictador, caracterizadas, por lo demás, por sumir en el atraso a la sociedad española y por asesinar impunemente a miles de españoles. Como también asesinó el PSOE durante la guerra. Reteniendo esta lógica, no es descabellado calificar al PSOE de franquista, si de lo que crear franquistas se trata.

Dejando aparte su pacto suicida con los independentistas, sus medidas demagógicas en torno a la inmigración ilegal, las disparatadas y discriminatorias políticas de género impulsadas por el dogmatismo más cerril, el nulo desprecio al sistema democrático demostrado con la pretensión de arrancar al Senado el Veto Presupuestario o la política escaparate Falcón mediante, quizás lo más grave y más censurable que ha hecho el PSOE en sus escasos meses en el Gobierno de España es terminar de polarizar a la sociedad con el asunto de la Guerra Civil y del Franquismo. Fiel a la estela zapateril, los socialistas, sabiendo que su apoyo social era precario, orquestaron una operación de manipulación política de grandes proporciones. Se lanzaron de cabeza a una exhumación de los restos de una momia a la que ya nadie echaba ni cuenta vía decretazo, de dudosa legalidad e ignorando totalmente los derechos civiles de la familia, que ha sido paralizada en los tribunales. Y lo hicieron no porque sus víctimas les importaran un comino o por amplias miras de justicia restaurativa, sino para deslegitimar al adversario y criminalizar a quienes no piensan como ellos.

 

Porque al abrir el debate de la exhumación del cadáver de Franco obligaron a toda la población española a tener que elegir qué postura adoptar sobre un asunto que, en realidad, ni les va ni les viene, y que, en todo caso, ocupa un lugar muy bajo en su escala de prioridades.

 

El cálculo fue simple y brillante: el que está a favor de lo que dice el PSOE, o sea, de la exhumación, es anti-franquista, lo que quiere decir que es ‘bueno’. Por el contrario, el que esté en desacuerdo con esta política es un franquista, o sea, ‘malo’. Sabiendo que iban a polarizar enormemente la sociedad y a acrecentar una brecha que ya habían abierto ellos durante su anterior etapa al frente del Ejecutivo. Pero les dio igual, como les dio igual agitar los vientos del nacionalismo catalán, con tal de ganar votos y estar en el Poder. Y de repente, el Valle de los Caídos, al que no iba ni la madre que los parió, se llenó de colas ingentes de fanáticos y de simples curiosos, pasando por los turistas. Documentales, artículos (como este), vídeos, programas, monografías… Franco ha vuelto a la vida cuando permanecía olvidado de las primeras líneas políticas -que no en la historiografía- y es objeto hoy de más atención que nunca. Todo gracias al Partido Socialista, que con tal de pillar cacho, es capaz de lo que sea. Incluso, de arriesgarse a crear franquistas donde no los había en individuos otrora moderados, que re-visionan la dictadura sólo con tal de cabrear a quien les ha cabreado a ellos. Como se han cabreado millones de españoles de que les sitúen en una guerra que terminó hace ochenta años y que les vinculen con una dictadura como modus operandi dialéctico habitual de los sectarios de turno, que no aceptan que alguien pueda pensar diferente a ellos sin ser ‘franquista, ‘fascista’ o cualquier ‘ista’ que se les ocurra con tal de desprestigiar la sana discrepancia.

Que esto haya creado más polarización, más violencia verbal y más radicalismo, en detrimento del respeto mutuo y de la convivencia democrática, es algo que valoraron los socialistas, porque no son idiotas, pero que aun así desecharon de manera mezquina y egoísta, a ver si se llevaban de paso algunos votos de PODEMOS. Y lo único que han conseguido es inflar a VOX, de cuyo éxito electoral son unos de los mayores responsables, porque no nos quepa ninguna duda: el auge de la extrema-derecha en España es reflejo del deslizamiento hacia la extrema-izquierda de la estrategia política de quienes debieron haberla contenido hace tiempo. Ahora tenemos extrema-izquierda y extrema-derecha. Y seremos los ciudadanos los que tendremos que sufrir las consecuencias mientras los culpables degustan cócteles en los aviones presidenciales o se solazan en las piscinas de sus chalets.