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Estabilidades tóxicas

La acompaña el mensaje plácido del Canal Sur: pueblos luminosos de cal y naranjo, de gentes pacíficas, de mar o de interior.

 

Estabilidad. Tranquilidad. Quiescencia. Calma. Un estanque de aguas tranquilas. ¿Suena bien, verdad?

Es el mensaje de Susana. La columna vertebral de su propaganda, de cara al 2D. “Que los demás se peleen, riñan, griten, insulten. Nosotros, no. Y yo, Susana, menos. De ningún modo. Por encima de cualquier circunstancia. La felicidad absoluta es inalterable e incuestionable”. Recuerda al Evangelio: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

La acompaña el mensaje plácido del Canal Sur: pueblos luminosos de cal y naranjo, de gentes pacíficas, de mar o de interior. Nuestra Tierra, con T mayúscula y acento andaluz. Una arcadia en la tierra, obra y gracia de la labor de mujeres y hombres pertenecientes al mismo partido en el poder durante 36 años. ¿Quién va a querer cambiar un punto o una coma? Ladra la derecha, rabiosa, o ruge la izquierda extrema y destructiva, porque Andalucía cabalga al paso, buscando un punto concreto del horizonte.

 

Es el mensaje de Susana. La columna vertebral de su propaganda, de cara al 2D. “Que los demás se peleen, riñan, griten, insulten. Nosotros, no. Y yo, Susana, menos. De ningún modo. Por encima de cualquier circunstancia. La felicidad absoluta es inalterable e incuestionable”.

 

Pero todo chirría. El mencionado sería un discurso propio de la bonanza económica, del pleno empleo, de los buenos indicadores sociales y económicos. El discurso de los logros seculares tras grandes cambios políticos. “El pueblo desea estabilidad, y no crispación…”.

La realidad, sin embargo, es tozuda y durísima – incluso antes de la gran crisis -. Así lo demuestran los análisis sociales y económicos dignos de respeto. El fracaso, década tras década, del país del sur – ocho millones y medio de almas – en desarrollar una convergencia apreciable con el norte – la España “rica” – en la mayor parte de los estándares significativos. La gran mentira de los vídeos del Canal Sur y la prensa mercenaria. Promover la estabilidad en este fracaso se antoja, si no un delito, una solemne desfachatez.

Conocemos todos, sin embargo, un colectivo para el que esta estabilidad es un bien indispensable y, por el contrario, el bloqueo institucional, un delito nefando. Gentes que, tras treinta y seis años de gobierno monocolor ininterrumpido, no conocen otro oficio ni beneficio que regodearse en la estabilidad sacrosanta. Y muchos de ellos, desde los 18 años. Tan estables, las caras, que casi no se observa variación en las listas electorales de hoy, respecto a las de 2015. ¿Dónde van a ir estas criaturas, si no? ¿Ponerse a opositar, a estas alturas, con el cuesta arriba que ellos mismos han hecho del empleo público?

 

Gentes que, tras treinta y seis años de gobierno monocolor ininterrumpido, no conocen otro oficio ni beneficio que regodearse en la estabilidad sacrosanta.

 

No se equivoca Susana cuando dice que la gente desea estabilidad y aborrece la crispación. Solo que no nos percatamos de un matiz crucial. Para Susana, la gente es “su” gente. La gente que la rodea. La gente para la que gobierna de un modo tan maternal. Los que le repiten, una y otra vez, lo de “guapa, guapa”, como si de la Macarena en la madrugá se tratase, que no decaiga la cosa. No vaya a ser que abandonemos la estabilidad, tan necesaria para ellos, y tengan que ponerse a currelar de verdad, mañana por la mañana temprano.

Despierte la ciudadanía: hay estabilidades tóxicas, contraproducentes, como el estancamiento soviético de la época Breznev. Momentos en los que nada se mueve, cuando debían moverse cosas, muchas cosas. Sociedades paralizadas, como el franquismo de los años cincuenta. No pasa nada, absolutamente nada, con un sanísimo bloqueo institucional tras el 2D: los médicos seguiremos curando y los maestros, enseñando. Los jueces seguirán juzgando y los guardias civiles, fijos en la carretera. Solo se echará algo de arena a los engranajes de una máquina que alumbró la FAFFE y mil cosas más. Pero, sobre todo, comenzará a deshacerse un horrible espejismo: la ilusión de la arcadia feliz en un país – en el sentido geográfico del término – en el que cientos de miles siguen malviviendo con cuatro migajas. Después de 36 años.

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