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Estratagemas

Aquí hasta nos enorgullecemos con nuestras golferías y las aireamos como logros de nuestro ingenio.

 

La estrategia de colocarse una bata ─mejor sería decir ‘estratagema’─ de la Seguridad Social como salvoconducto para acceder a lugares prohibidos para los usuarios no constituye novedad alguna. Lo sé desde hace tiempo. En este caso la cosa tuvo su espectacular teatro.

Mientras una larga fila de pacientes ejercitábamos la virtud de la paciencia, dándoles sueltas a los veredictos próximos de la galena o galeno de turno, vi llegar al inicio de la estrecha galería conducente a Urología a una pareja, tal vez matrimonio, de avanzada edad. Ella acaparó mi atención por tener el cabello de un blanco níveo espectacular. Pasaron silenciosos y, tal vez, algo altivos por la fila de los presentes y llamaron a la ‘secretaría’ donde otorgan una clave. No pasaría un minuto cuando salieron y escasamente pasó otro cuando fueron llamados.

La señora, presuntamente, digo yo, trabajaría en la gran casa y  al jubilarse decidió quedarse con varias batas de su vida laboral. Pero ¡oh tristeza! aquellos años activos pasaron hace mucho tiempo. Hoy, en el mejor de los casos, el ver a una anciana enfundada en el uniforme produce algunos escalofríos, tal como si un piloto de aviación con semejante carga añeja se pusiese a los mandos de un Airbus por muy elegante y pulcro uniforme.

Sin embargo, el disfraz logró su objetivo y los demás nos quedamos con la envidia de no hacer lo mismo. Antiguamente, en el mercadillo de ‘El Jueves’ vendían prendas del ejército sin saber el objetivo de la compra. Un fulano se viste de soldado, adopta un aire altivo y penetra hasta las instancias más reservada sin problemas. La estrategia del camuflaje es tan antigua como la humanidad.

Claro ─dirán algunos─ la tarjeta de identificación descubriría el fraude pero sería un numerito decirle a los camuflados: «Si bien es usted la de la foto no le corresponde llevar el atuendo». Porque unos por otros, bañados la mayoría en la picaresca patria, derrotados o divertidos por las estratagemas latinas, dejamos las pequeñas y grandes corruptelas solo para surtir el chisterío.

Según parece por lo escuchado, la moral evangélica de los europeos del centro, amonesta desde las más tempranas edades a los mentirosos, el incumplimiento de las obligaciones laborales, los hurtos y otros comportamientos sociales, algunos por estrenar en estas sureñas tierras. Aquí hasta nos enorgullecemos con nuestras golferías y las aireamos como logros de nuestro ingenio.

Un más de lo mismo en otra escala, claro, lo tenemos en nuestros líderes políticos por el interminable vodevil de enrevesamientos en un entrar y salir de palacios con sus intrigas. Quizá ningún palacio sea digno de su nombre si no tiene un largo historial de confabulaciones.

Algunos políticos rufianes quizá entre sueños y tras volver de los corrales de los monipodios piensen en esta coyuntura: «¡Votad, votad otra vez, malditos!». Aquí la cordura no empezará nunca porque de lograrse ¿cuál sería el cometido de los próceres? En la Babel de los diecisiete parlamentos, la gran inflación de políticos encuentra fácil acomodo. ¿A dónde irían?, ¿acaso a trabajar otra vez de picadores en la mina como lo hizo el loco de Gerardo Iglesias?».