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Estrellarse contra la realidad

 

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

Últimamente, Cataluña se había convertido en una especie de banco de pruebas del arriesgado deporte de vivir en el aire. Tanto era así, que hasta los políticos más expertos en la combinación artificiosa de conceptos llegaron a creer en la solidez de sus propios juegos malabares. Y, de repente, todo se fue al garete. El independentismo, médula espinal de las instituciones catalanas en los últimos tiempos, chocó con la realidad. Durante dos meses de vértigo, los “cerebros” secesionistas, que tenían un férreo control tanto del legislativo como del ejecutivo catalanes, desarrollaron un plan con el que violaron la Constitución, aprobaron leyes paralelas, organizaron un “referéndum” ilegal y, el pasado 27 de octubre (viernes),  hasta llegaron a declarar unilateralmente la independencia de Cataluña y la creación de la llamada “república catalana”. Creyeron que, por fin, habían alcanzado su sueño de quebrar la Nación española. Se felicitaron por ello y, tras efusivos recíproco-bombos, se concedieron un respiro “findesemanal”.

Pero el Estado, al que el descaro independentista creía desarbolado, reaccionó con inusual rapidez ante tanta osadía. Y, en menos de 24 horas, levantó un impenetrable muro contra el que la secesión se golpeó. El BOE del día 28 de octubre publicaba el cese de todos los miembros del gobierno catalán, la  disolución del parlamento y la convocatoria de elecciones autonómicas para el 21-D. Así es que los directivos catalanes de primer nivel, que el lunes siguiente se acercaron por sus respectivos despachos, tuvieron que recoger de ellos los efectos personales e irse con una mano delante y la otra detrás.  

 

Obviamente, el independentismo, como idea política, no va a desaparecer. Pero el llamado “procés” ya no tiene recorrido mayor.

 

Y ahí, más allá de dimes y diretes, prácticamente acabó todo. Obviamente, el independentismo, como idea política, no va a desaparecer. Pero el llamado “procés” ya no tiene recorrido mayor. Continuarán algunas movilizaciones impulsadas por los más comprometidos, y los profesionales de la agitación seguirán con su tabarra buscando, con su maloliente y mendaz cantinela de fondo, la impunidad de los delincuentes anticonstitucionales. Ahí encontraremos al fugado Puigdemont en Bruselas, los dirigentes de la ANC u Ómnium en el trullo, exconsejeros escocidos, la alcaldesa Colau, alcaldes separatistas de la Cataluña profunda y demás gentes del gallinero con sus recurrentes, victimistas y mendaces estribillos sobre “presos políticos”, “represión estatal” y demás zarandajas. Nada importante.  

Lo que nadie racionalmente podrá negar hoy son los reconstituyentes efectos balsámicos del artículo 155 de la Constitución. Su aplicación ha tenido efectos fulminantes. Y no solo por los goles que ha metido “per se”, al lograr de forma instantánea encarrilar a Cataluña sobre la normalizadora vía electoral. También por las asistencias proporcionadas para que otros marcaran, haciendo que, sin disolver la autonomía, el manubrio del organillo judicial pasara desde Cataluña a Madrid.

El momento de la melodía penal ha llegado. La justicia ―al contrario que el legalismo― tiene un ritmo diferenciado del de la política. Porque el Estado, si te enfila, al final siempre te empapela. ¡Vaya si te empapela! Que se lo pregunten si no a Homs, Mas, Junqueras o Forcadell. Al prófugo Puigdemont habrá que preguntárselo más tarde, cuando sea expulsado de su corralito belga; mientras tanto, su expediente delictivo irá incrementándose diariamente. Hasta el flequillo le van a empapelar.

 

Demasiado magnánima parece la ley en un país donde ―al decir de los empapelados y sus  seguidores―, no hay democracia.

 

Como si nada gordo hubiera pasado, los primeros espadas de la insurrección independentista se afanan ahora en prepararse para las elecciones autonómicas del 21-D. Incluso el defenestrado Puigdemont, que cada vez aparece más solo, parece dispuesto a concurrir a las elecciones. Ojalá lo haga, para así mostrar su desnudez política. Demasiado magnánima parece la ley en un país donde ―al decir de los empapelados y sus  seguidores―, no hay democracia. Las criaturas se afanan en preparar las elecciones con independencia (perdón por el “palabro”) de los delitos supuestamente cometidos, o de la particular y variopinta situación procesal. Lo que tiene más guasa es que seguramente seamos todos, los que estemos aflojándonos el bolsillo para subvencionar a los propagandistas del independentismo (un tema que, por cierto, creo que la fiscalía debería de investigar de oficio).

Entre tanto desvarío, que ya parece encarrilado, resalta el modelo Forcadell de “república interruptus”. La presidenta del parlamento catalán había jugado un papel imprescindible y esencial para que todos los desafueros secesionistas tuvieran lugar. Sin embargo, ya ante el juez, se arrancó por peteneras alabando el “carácter simbólico” de esa DUI que ella había proclamado “de mentirijillas” ante las cámaras. Todos pudimos ver así que lo de la DUI y la pretendida república no tenía nada de simbólico. Simplemente no se materializó porque el Estado reaccionó desde la ley abortando tanta barbarie. Porque una panda de paletos se despistó creyéndose capaz de deshacer la pluricentenaria Nación española. Porque su golpe de estado fracasó. Porque, en definitiva, son unos inútiles. Tanto, que creo que seguirán en la política activa. No van solo a chocar con la realidad: van a estrellarse contra ella.

 

*Pedro Pitarch es Teniente General del Ejército (r).

@ppitarchb