The news is by your side.

Europa tras Bratislava

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

Este viernes 16 de septiembre, el Consejo Europeo se reunió en Bratislava. Fue, por primera vez, una reunión de 28-1, al no asistir el Reino Unido, país que, como es generalmente conocido, optó por su salida de la Unión Europea (UE), en referéndum celebrado el 23 de junio de este año. Pero tal decisión, popularmente conocida como Brexit, no ha sido sin embargo comunicada oficialmente a la Unión, y por tanto, ese país sigue siendo miembro de la UE. Entonces —se preguntará alguno—, si el reloj de la separación no se ha puesto todavía en marcha ¿qué valor ha tenido la cumbre de Bratislava? Mucho, diría yo. Porque aunque en la reunión de los jefes de estado y de gobierno, por ser informal, no haya habido decisiones, sí ha sido decisiva. Ha servido principalmente para analizar la situación, aclarar ideas y sentar las bases de la discusión comunitaria sobre el camino a seguir en un momento en que la UE se enfrenta a una crisis existencial. Una crisis que, tras el Brexit y según los agoreros, podría degenerar incluso en la descomposición de la Unión.

“Ésta no es una crisis más” reconocía el presidente francés, Hollande, el pasado jueves, tras su reunión con la canciller alemana, Merkel, para coordinar visiones y elaborar el mensaje conjunto franco-alemán en Bratislava. Tal concordancia ha resultado esencial al transmitir el mensaje de que el tradicional motor comunitario está funcionando a tope. En la capital eslovaca se ha tratado, en primera instancia, de combatir el euroescepticismo, enfrentarse al riesgo de descomposición de la Unión y, consecuentemente, abrir el debate interno que permita a los 27 acordar el camino a seguir. O, en otros términos, diseñar el objetivo de elaborar, en los próximos seis meses, la nueva hoja de ruta de la Unión, que será probablemente aprobada por el Consejo Europeo durante la celebración, en Roma, en marzo de 2017, del 60 aniversario del Tratado Constitutivo de la Comunidad Europea (Tratado de Roma, 1957).

La pertinaz obsesión de Londres por obtener la ventaja y la excepción para sus exclusivos intereses, no se ha correspondido con el espíritu solidario que debía impregnar el empeño europeo.

Podría decirse que en Bratislava se ha vuelto a retomar el impulso europeo. Pero el camino a 27 no va a ser corto ni fácil de recorrer. Nada nuevo, por otra parte. Durante los últimos 60 años, el avance para llegar a lo que ahora es la UE, no ha sido fácil. En esa andadura hay todo un rosario de experiencias vitales y problemas superados, que deberían ser referencias imprescindibles para afrontar solventemente los riesgos y amenazas que sobrevuelan nuestro camino. El desafío migratorio, el incierto horizonte de seguridad y la dificultad del fortalecimiento económico tras la reciente crisis económico-financiera son meros ejemplos de ello. Además —y de esto se habla poco por no ser políticamente muy correcto—, el riesgo mayor de caerse quizás no provenga del exterior, sino del propio núcleo europeo materializado por el todavía socio comunitario, el Reino Unido. Éste, desde su entrada —a frotamiento duro— en la Comunidad Europea, en 1973, ha sido un socio incómodo y un freno permanente para el proceso de integración europea. La pertinaz obsesión de Londres por obtener la ventaja y la excepción para sus exclusivos intereses, no se ha correspondido con el espíritu solidario que debía impregnar el empeño europeo.
Y así, en un resumidísimo relato de la “hoja de servicios” británica en la UE, se podrían mencionar: su rechazo a entrar en el Sistema Monetario Europeo (SME), en 1979; el chantaje a sus socios para arrancarles el “cheque británico” en Fontainebleau, en 1984; el soterrado ultimátum, para la inclusión de la clausula de excepción (el famoso “opting out”), en el Tratado de Maastricht, en 1992; o su negativa a entrar en el Acuerdo de Schengen, de supresión de fronteras interiores, que se aplicó progresivamente a partir de 1995. Asimismo, el Reino Unido fue el único país de la Unión que rechazó el pacto europeo presupuestario, establecido para reforzar la eurozona y facilitar la salida de la crisis. Tampoco ha participado nunca en la mayoría de los asuntos comunitarios en las áreas de Justicia y de Interior. Y de especial mención, como no, es la oposición británica activa al desarrollo, en el ámbito de la seguridad y la defensa, de las grandes posibilidades de progreso contenidas en el Tratado de Lisboa de 2007.

Está a la espera del instante que más convenga exclusivamente a los intereses británicos. De esta forma, con un pie dentro y otro fuera, mantiene a la UE, “sine die”, colgada de la brocha.

Por ello, desde esa reprobable perspectiva, la decisión británica de “dejar aislado el continente europeo” fue la buena noticia con la que amaneció el pasado 24 de junio. Éramos muchos los que pensábamos que, a pesar de los múltiples inconvenientes que suponía el repudio británico al club europeo, al menos tendría la ventaja de deshacernos rápidamente, sin complejo alguno de culpa, de un socio tan insolidario como egocéntrico. Pero las cosas no están tan claras. Como antes se avanzaba, el Reino Unido todavía no ha notificado oficialmente su intención de retirarse a la UE y, por tanto, no es de aplicación el artículo 50 del Tratado de Lisboa que regula el procedimiento de la salida. Y, me temo, no tiene intención de hacerlo por el momento. Está a la espera del instante que más convenga exclusivamente a los intereses británicos. De esta forma, con un pie dentro y otro fuera, mantiene a la UE, “sine die”, colgada de la brocha. Una incertidumbre especialmente malsana por producirse en un momento político muy complejo, al acumular negativamente a los efectos del Brexit, los que pudieran derivarse del referéndum sobre una fuerte reforma legislativa en Italia, a celebrar antes de final de año, y las elecciones presidenciales en Francia y legislativas en Alemania en 2017. Por no hablar del simultáneo rosario de crisis entrelazadas a afrontar, tales como el terrorismo yihadista, los refugiados, las relaciones con Rusia y el conflicto de ésta con Ucrania, el auge de los populismos por la derecha y la izquierda, el débil crecimiento económico general y —¿por qué no decirlo?—, los graves interrogantes que, en último mismo campo, plantean Grecia y Portugal.

Por ello, es muy conveniente instar con fuerza a ese socio, para “obligarle” a poner en marcha el reloj de su desconexión. Hay que procurar que nos haga en menor daño posible.

En consecuencia, y puesto que el Brexit se ha decidido por los británicos en referéndum nacional y parece irreversible, cuanto más tiempo se tarde en abordar la salida del Reino Unido de la UE, peor será para esta última. Por ello, es muy conveniente instar con fuerza a ese socio, para “obligarle” a poner en marcha el reloj de su desconexión. Hay que procurar que nos haga el menor daño posible como sería, por ejemplo, que desde fuera de la Unión pudiera tener acceso al mercado europeo de bienes y servicios, sin permitir simultáneamente la libre circulación de personas. Lo más urgente ahora es consolidar la Unión a 27, paralizando su potencial expansión y potenciando sus valores y capacidades. O dicho de otra forma, pasar del “más Europa” a “una Europa mejor y más segura”. En esa línea parece de especial valor la idea del presidente de la Comisión, Juncker, expuesta en el reciente discurso sobre el estado de la Unión en el Parlamento Europeo, reunido en Estrasburgo el pasado día 14, de duplicar hasta 2022 el actual esfuerzo inversor.
Es asimismo un buen camino la iniciativa franco-alemana presentada en Bratislava, de abordar la reestructuración de la defensa europea, dotando en permanencia a la Unión de un cuartel general militar para la conducción de sus operaciones —el CG del EUROCUERPO podría ser una excelente base para ello—, así como de una estructura de fuerzas con capacidad de proyección rápida. En el degradado ambiente de seguridad que hoy padecemos, con la proliferación de amenazas tanto militares como no militares hacia los intereses, los ciudadanos y el territorio de la Unión, el Brexit permite ahora desarrollar las capacidades de la Europa de la defensa en los términos previstos en el Tratado de Lisboa. Otra razón más para urgir la salida del Reino Unido.

Porque si la UE no es capaz de contribuir a la resolución de los problemas globales, entonces Europa pasa a ser un problema. 

La UE no puede ser evaluada como un poder clásico, porque ejerce su influencia a través de lo que representa más que de lo que hace: Pero eso, con ser cierto, es incompleto. Porque sus activos (PIB, potencia comercial, territorio, población, etc), la deben impulsar a contribuir activamente a la seguridad global y la continental, mucho más allá de la mera garantía de la paz interna. Porque si la UE no es capaz de contribuir a la resolución de los problemas globales, entonces Europa pasa a ser un problema. En esa línea de pensamiento, el 5 de mayo de 2008, en mi comparecencia como Comandante General del Cuerpo de Ejército Europeo ante la Subcomisión de Seguridad y Defensa, en el Parlamento Europeo, en Bruselas, afirmaba: “Europa necesita urgentemente un salto cualitativo en materia de seguridad y defensa común. La pregunta clave que debe responderse es si queremos o no identificar a Europa como nuestro futuro común. Si queremos o no abandonar el cuerpo de doble cara del dios romano Juno, y estamos dispuestos a mirar menos hacia atrás —hacia el pasado—, y más hacia delante —hacia el futuro—. Señorías, personalmente no me cabe la menor duda: Europa es nuestro futuro común”. Lo dije entonces y lo confirmo ahora.

 

*Pedro Pitarch, Teniente General (retirado) del Ejército de Tierra y ex Comandante General del Cuerpo de Ejército Europeo.