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Exhumaciones y sus alrededores

Me importa un rábano la exhumación de don Francisco, hecho momia por mor de un pastón a los embalsamadores.

 

Decía Epicuro la ausencia de motivos para poseer tanto miedo a la muerte porque mientras estamos vivos no está presente, y cuando llega su presencia  ya no estamos. Axioma incompleto porque la angustia sigue para muchos al no solucionarles los motivos de la vida y de la muerte. Resulta ridículo aunque respetable, claro, acabar como alimento de gusanos ─obra caritativa a la postre─ o como combustible de un proceso más higiénico, y de agradecimiento por los ediles responsables de los abarrotados cementerios. Los átomos de oxígeno, carbono, nitrógeno, fósforo y otros aditivos pasarán a la naturaleza hasta el final planetario. Lástima por suprimirle a los muchos vividores de los muertos algún lucrativo ingreso.

En su día firmé mi donación plena de órganos, aunque a este paso poco podrá aprovechar la ciencia de este pellejoso vejestorio. Dicho lo cual, pensando así, me importa un rábano la exhumación de don Francisco, hecho momia por mor de un pastón a los embalsamadores. Otra cosa fue y es el despropósito incoherente de enterrar a los personajes relevantes en las iglesias porque la llamada madre y maestra hizo mal, entre otras razones por discriminar a sus fieles, renunciando a ese romántico principio de igual fraternidad entre los creyentes. Hasta la presente dicho honor ─supongo─ no introduce nada especial en el proceso destructor, salvo encumbrar  la vanidad hasta el último segundo.

Una señora de pocos recursos económicos sigue pagando a cómodos plazos un columbario en la Basílica de la Hermandad de los Gitanos. «Gracias a Dios mi Antonio ya está con su Cristo, aunque bien caro me ha costado su descanso eterno». O sea, un servidor, malaje racionalista, con mis respetos a las creencias, supersticiones y demás pormenores ajenos piensa en una paradoja comparativa: mientras las células sanas ‘saben’ de lo efímero de sus días, las cancerosas desean ser inmortales, multiplicándose en clonaciones hasta la muerte, cuya proximidad facilitan.

Aquí, en nuestra Andalucía, el marqués Queipo de Llano, supongo, contará desde su alejado confín los días para también ser exhumado si a bien lo tiene un futuro prócer.  De alguna forma las personas poco deportivas con relación a la existencia les fastidian ser mortales, cuando la inmortalidad podría convertirse en un aburrimiento insoportable, so pena exista una planificación muy elaborada. Pero hasta el bendito Cervantes dijo algo así poco antes de morir: «Breve es el tiempo. Ahora mis ansias de vivir crecen pero las esperanzas se marchitan».

Un día, tuve una charla jocosa de principio a fin con un antiguo alumno, forense. «Juan, nunca pensé eligieras una especialidad tan fúnebre, alegre como eres, deportista y vital». Dejamos la charla de momento al paso de una joven digna de contemplación, cántico al esplendor de la vida. Un movimiento síncrono de nuestras cabezas condensaron un sentir común. «Don Manuel, pocas personas he conocido deportistas ante la muerte, escasas convencidas del vivir en situación de riesgo desde el nacimiento. Todo es rutina, un cadáver es otra rutina pero llena de interés porque nos enseña mucho. Aquí porque nos falta cultura, racionalidad. Usted sabe de mis viajes a EE.UU. allí progresa la sanidad gracias a la práctica habitual de las autopsias…».  Me despedí diciéndole lo agradable de una revisión póstuma si cayese en sus manos porque sabía de su afecto y delicadeza para no hacerme mucho daño.

Los mitos, recursos religiosos, han forjado con tortura ígnea las angustias finales. Las profecías del ocaso del mundo ─fallidas sin excepción─ mantuvieron al personal inquieto en otras épocas, pendiente de una absolución. La espiritualidad capaz del salvoconducto estriba en un deseo permenete de ternura hacia los demás y renunciar a la comodidad de un pensamiento engañoso o de un más allá consolador en columbarios y tumbas faraónicas construidas a golpes de esclavos o de dinerito muy contante y hasta sonante.