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Expo ’92: Crónicas de la verdad (III)

La osadía sin frenos de los jóvenes radicales del PSOE

Francisco Rubiales
Francisco Rubiales*

Llegaron al poder en 1982 con tanto ímpetu, seguridad, osadía y ganas de cambiarlo todo que despertaban por igual ilusión y miedo. Los socialistas de Felipe González, como los activistas de Lenin en Rusia, creían que el poder, cuando se conquista, carece de límites. Cuando los vi funcionando en torno a la Expo 92 me di cuenta de que no eran demócratas porque la democracia es justo lo contrario de lo que ellos eran. La democracia exige cautelas, frenos, leyes y contrapesos para que el poder quede limitado y controlado. Es un sistema que se basa en la desconfianza hacia el Estado, pero Felipe González y sus adláteres eran pura osadía, sin cautelas, sin frenos, resueltos, casi dioses del trueno y del cambio con el mandato que el pueblo español les concedió con su abrumadora victoria electoral. Se atrevieron a casi todo: a desarticular y apoderarse de la sociedad civil, a apoderarse del Estado, a dar bula al nacionalismo catalán para que creciera y robara a placer, a expropiar a Ruiz Mateos, a entregar los despojos de RUMASA a sus amigos y a organizar con éxito, ímpetu y poder, en el mismo año, eventos tan poderosos como la Expo 92 y las olimpiadas, pero abriendo antes todas las puertas y ventanas a los negocios sucios y al dinero fácil.

La llegada de Jacinto Pellón a la Exposición, en 1987, con poderes muy amplios, representó la apertura plena de las puertas de la corrupción

Felipe González aprovechó las grandes celebraciones de 1992 para engrasar una modernidad que él entendía a su manera, como poder y dinero abundantes para el Estado. Él fue quien de verdad sustituyó el Estado orgánico y limitado del Franquismo por una máquina expoliadora tan perfecta como la de ahora, capaz de llegar hasta donde nunca antes habían llegado los distintos poderes. No es que aquel gobierno robase más, es que el monstruo llegaba entonces hasta donde las formas políticas naturales no podían llegar o no se planteaban llegar, y aquellos jóvenes a los que Henry Kissinger veía como «nacionalistas» osados, lo hacían sin remordimiento, como lo hicieron en Rusia los revolucionarios bolcheviques puros, convencidos de que haber ganado las elecciones en 1982 les daba derecho a todo.

La llegada de Jacinto Pellón a la Exposición, en 1987, con poderes muy amplios, representó la apertura plena de las puertas de la corrupción, antes apenas entornadas porque la organización, en manos del comisario Olivencia, no colaboraba. Los recaudadores del partido empezaron a salir a las calles, sin complejos, para exigir dinero a cambio de contratos y subvenciones. Los empresarios aprendieron a contratar en los restaurantes, en comidas largas y bien regadas, a cambio de fajos y maletines de billetes. Restaurantes lujosos de Sevilla como La Dorada y Oriza se convirtieron en mercados de contratos y concesiones y en templos donde se producía el maridaje entre el dinero oscuro y el poder.

Ellos, sabiendo que yo estaba dentro de la organización y no podían negarme la verdad, decían: «Antes lo han hecho otros; ahora nos toca a nosotros».

La Expo 92 no solo no se libró de ese tráfico sino que sirvió como excusa y campo de entrenamiento. La España corrupta que existe hoy aprendió entonces, en Sevilla, a ser descarada, sucia y depredadora.

Pregunté a algunos socialistas amigos por qué hacían aquellas cosas. Ellos, sabiendo que yo estaba dentro de la organización y no podían negarme la verdad, decían: «Antes lo han hecho otros; ahora nos toca a nosotros».

El PP se quedó fuera de aquella gran fiesta del dinero. Por entonces era tan bisoño, arcaico y olía tanto a Franquismo y a naftalina que ni sabia robar, pero quedó tan deslumbrado ante el despliegue socialista de poder y dinero que decidió aprender a toda prisa. Cuando Aznar derrotó a González el 4 de marzo de 1996, acabando con 13 años de hegemonía socialista, la derecha ya estaba engrasada y preparada para entrar de lleno en la corrupción, el saqueo y el expolio, como la Historia se encargaría de demostrar.

Los participantes internacionales de la Expo 92 fueron respetados por los recaudadores, que no los «tocaron», pero no así algunas grandes empresas participantes y muchos concesionarios. No todos pagaron, pero muchos doblaron la cerviz y entregaron sus maletines. Algunos se sentían tan sorprendidos y cabreados que te contaban fácilmente como les habían pedido dinero y cuánto.

Pero los socialistas eran entonces demasiado poderosos y todo el mundo callaba, aunque se sabía que el aire olía a dinero y a corrupción ilegal.

Los socialistas dejaron en manos de Pujol y sus convergentes el botín derivado del urbanismo y de las grandes obras, una ocasión que aquellos aprendices a corruptos.

El expolio catalán, organizado a la sombra de los Juegos Olímpicos, tuvo que ser más comedido porque el COI ya era una organización engrasada en la corrupción y experta en explotar los juegos, pero los socialistas dejaron en manos de Pujol y sus convergentes el botín derivado del urbanismo y de las grandes obras, una ocasión que aquellos aprendices a corruptos aprovecharon para construir el nuevo nacionalismo catalanista sobre comisiones, contratos amañados, chantajes a empresas y concesiones trucadas.

Aquellos grandes eventos del 92 fueron un festival de corrupción hortera y desbocada. Mientras los incautos descamisados gritaban «Dales caña, Arfonzo», creyendo que sus líderes socialistas estaban generando justicia y cambiando la sociedad, las puertas que se abrían desde el Estado no eran las de un mundo mejor y más justo, sino las del abuso de poder, la corrupción y el hundimiento de los valores, de la honradez y de un futuro de España ya marcado por la escasez de democracia y la suciedad política. El AVE, las carreteras y las grandes obras del 92 llenaron los bolsillos de muchos y convirtieron en millonario al partido gobernante.

Las lecciones y las experiencias de corrupción fueron bien aprendidas y crearon las bases para que España llegara a ser lo que hoy es: el país mas avanzado y experto en corrupción y suciedad de toda Europa.

Al contemplar todo aquello desde la distancia es inevitable preguntarse si hubiera sido posible organizar un evento tan gigantesco como la Exposición Universal sin aquel impulso descarado, iconoclasta y avasallador que demostró el gobierno, en el que sólo sobraba la corrupción.

*Francisco Rubiales es periodista. Fue el primer director de Comunicación de la Expo-92 de Sevilla.

@frarumo