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Falta de madurez

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch

Dos ásperas sesiones de investidura y seguimos sin investido. Por eso algunos dicen que todo lo hasta ahora actuado no ha servido para nada. Es cierto que nos acercamos  a los tres meses sin gobierno titular. Pero el tiempo pasado sí ha servido. Cuanto menos para ejercitar los mecanismos constitucionales en situaciones complejas, lo que nunca anteriormente se había dado. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a que un potencial candidato, Mariano Rajoy (PP), declinase la propuesta del Jefe del Estado para intentar la investidura, y que no pasase nada. O que el candidato que propuso finalmente el Rey, Pedro Sánchez (PSOE), no saliera investido, y nada raro va a pasar. Y se seguirán cumpliendo con toda normalidad unas prescripciones constitucionales hasta ahora inéditas. Se ha mostrado así que la Constitución funciona y sirve, desmintiendo a los que interesadamente vocean que la carta magna está agotada.

El congreso de los diputados ha parecido un gallinero particularmente bullicioso. No solo porque un foro legislativo para el debate, el acuerdo o la desavenencia tienda a ser jaranero, sino porque también aquellos afanes se han visto potenciados por la concurrencia simultánea de demasiados gallos de pelea. Como el desacuerdo estaba cantado, el ruedo político se ha animado. Las valoraciones de lo sucedido son múltiples, dispares y muy variopintas. Se oye de todo, bien que en la mayoría de los casos se percibe claramente un arrimar el ascua a la propia sardina. Que si se han roto todos los puentes. Que si estamos irremisiblemente abocados a nuevas elecciones. Que si Sánchez está finiquitado. Que si Albert Rivera ha subido o bajado. Que si Mariano Rajoy está muy en forma y lo contrario. Que si Pablo Iglesias es más o menos impresentable. Que si la fractura inter-partidaria se ha agrandado. Y qué se yo más. Vaya, toda una catástrofe —según dicen—. En último término lo importante es que todos se hayan retratado.

Pero tiene su guasa que quien está moralmente inhabilitado para renovar mandato, por ser el máximo responsable político de la corrupción en su partido —que la fiscalía hace aflorar diariamente—, tenga la impudicia de acusar de corrupción a nadie.

En el hemiciclo del Congreso hemos visto una pieza teatral en dos actos mezcla de esperpento, comedia y drama. Un mero reflejo de nuestra sociedad que, en ausencia de liderazgos sólidos, anda un tanto desconcertada tras el enrevesado resultado de las elecciones del 20-D. Falta de costumbre —dicen algunos—. Falta de madurez política —pienso yo—, porque con un libreto tan denso y difícil de entender, el escenario parlamentario ha reventado por sus costuras. Ha habido momentos en que aquello más que una pieza en dos actos para la investidura de uno, parecía una campaña electoral para todos. Más una incoherente moción de censura, que un debate de investidura. Todo un poco descoyuntado. Hemos visto a un arrogante leninista haciendo burla sentimental de una parlamentaria de otro partido. A dos líderes políticos señalando el mejor camino para el pacto y la avenencia futura. Incluso hemos oído el independentismo charnego de un rufián de lenguaje defasado cien años.  Y, sobre todo, hemos sido testigos de una apretada oposición a jetas, especialidad en la que el señor Rajoy ha obtenido cum laude, al acusar de “corrupción” al candidato, señor Sánchez, por haber aceptado la propuesta real de intentar formar gobierno, sin tenerlo previamente amarrado. Lo que se dice hablar por no callar. Pero tiene su guasa que quien está moralmente inhabilitado para renovar mandato, por ser el máximo responsable político de la corrupción en su partido —que la fiscalía hace aflorar diariamente—, tenga la impudicia de acusar de corrupción a nadie. Hay que tenerla pero que muy dura (la cara, me refiero).

No obstante, me digo que la política es un arte de lógica inescrutable, en la que todo es posible. Por ello pienso que muchos puentes se recompondrán y que otros nuevos aparecerán. Cruzar el Rubicón de nuevas elecciones no parece deseable para nadie. Nadie tampoco puede ya llamarse a engaño de dónde está cada cual. Son mimbres  conocidos y con ellos habrá de hacerse el cesto de la gobernanza en la XI legislatura. Quizás la experiencia vivida haya traído algo más de madurez política. Hay un plazo de dos meses. Periodo que, en términos políticos, es la eternidad. Lo definitivo empieza ahora.

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