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Fascistas y antifascistas, enfrentados en España

La rebelión del independentismo catalán ha conmocionado España y ha generado efectos nocivos sobre la economía, la política y la convivencia. Una de sus consecuencias más desastrosas ha sido la radicalización de la izquierda y la derecha y una subida general de la temperatura en las calles, que se están convirtiendo en escenario de enfrentamientos y crímenes, un ambiente que algunos interpretan como similar al de los años previos al estallido de la guerra civil de 1936.

Los radicales de izquierda se sienten fuertes y protegidos en España y se atreven a invadir las calles sembrando inquietud, a utilizar la violencia y, en el mejor de los casos, acusando de «fascistas» a diestro y siniestro.

La extrema derecha, por su parte, adormecida durante décadas, demasiado pequeña o refugiada sin hacer ruido en las filas del PP y otros partidos minúsculos, está resucitando a la sombra del desafío catalán y de las banderas españolas.

El asesinato del ex legionario catalán Victor Laínez por el antisistema de extrema izquierda Rodrigo Lanza, de origen chileno y amplio historial delictivo, es la manifestación más visible, hasta ahora, de esa escalada de odio que ya tuvo algunos episodios en las calles de Barcelona y de otras ciudades, durante los tiempos duros que precedieron a la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

 

Esos enfrentamientos son anacrónicos en Europa y en países modernos y civilizados, pero España no está claro que sea Europa, ni un país moderno, ni una sociedad civilizada.

 

Ese envenenamiento de la convivencia pacífica y la radicalización de los extremismos, cada día más visible, es hoy uno de los grandes riesgos que amenazan a España, donde los políticos se muestran incapaces de restablecer la concordia, apostar por la reconciliación y controlar a los descerebrados de un bando y de otro.

Esos enfrentamientos son anacrónicos en Europa y en países modernos y civilizados, pero España no está claro que sea Europa, ni un país moderno, ni una sociedad civilizada. Del mismo modo que los políticos españoles no han sido capaces de controlar y acabar con la corrupción, el abuso de poder, las desigualdades que emanan del sistema de comunidades autónomas y otros muchos dramas, tampoco parecen capaces de garantizar la convivencia pacífica y el ambiente de cooperación que necesitan las sociedades para vivir en paz y prosperar.

El mundo no se divide ya en fascistas y antifascistas. Esa es una división falsa y artificial alimentada por políticos miserables para recoger cosechas de votos, ni las citas electorales tienen que ser una confrontación entre enemigos ideológicos y partidos políticos lanzados como fieras a la conquista de escaños y poder.

La verdadera división es entre demócratas y totalitarios. Y en España, los totalitarios ganan por goleada. Según las estadísticas, los amigos de la democracia retroceden en España, al mismo tiempo que avanzan los que sueñan con un Estado fuerte y autoritario que solucione los grandes problemas. Ya advirtió Winston Churchill que los fascistas del futuro se autodenominarías «antifascistas».

 

Winston Churchill supo verlo con anticipación: “los fascistas del futuro se definirán como antifascistas”.

 

Los ultras de izquierda y de derecha están en el mismo bando, el de los totalitarios radicales. Es falso que lo contrario de la derecha sea la izquierda. Derecha e izquierda, si no son democráticas, son iguales y se sitúan en el bando totalitario, contrario e incompatible con la democracia. El fascismo y el nazismo tienen las mismas raíces que tenían Lenin y Stalin: la izquierda hegeliana totalitaria que adora el Estado y lo convierte en Dios. Hitler y Mussolini también hunden sus raíces en el socialismo.

Winston Churchill supo verlo con anticipación: “los fascistas del futuro se definirán como antifascistas”.

El control de la violencia y la garantía de la convivencia se agrega como nuevo fracaso y desafío al ya abultado balance de carencias y fracasos acumulada por los grandes partidos polçiticos españoles, culpables de la corrupción, de las diferencias anticonstitucionales entre unas autonomías y otras, del enorme auge del independentismo, del endeudamiento público, de las injusticias y diferencias fiscales, del despilfarro, del insoportable tamaño del Estado Español, insostenible y con más políticos a sueldo del Estado que Alemania, Francia e Inglaterra juntos, un fenómeno agobiante y tan costoso que si fuera resuelto y se restableciera la normalidad, suprimiendo al menos la mitad de los políticos que ordeñan el sector público, España solucionaría de golpe el pago de sus pensiones, vergonzosamente en peligro, y avanzaría muchas leguas en justicia, decencia y prosperidad.