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Feminismo desbocado

Las feministas radicales han llegado al Gobierno. Pero, aunque muy ruidosas, son una minoría de las mujeres.

 

Hoy se está celebrando el Día Internacional de la Mujer. Una justa conmemoración  de la lucha por la igualdad y la participación de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad. Aparcando alegremente el peligro que, en la creciente crisis del coronavirus, suponen las concentraciones masivas para la salud pública ―todo quisque intenta sacar tajada del feminismo―, se han autorizado manifestaciones por todo el territorio nacional. Uno sospecha que, “salvadas” las celebraciones de hoy, se decrete pronto la prohibición de los espectáculos y manifestaciones  multitudinarios.

Son notorias las chispas en el seno del Gobierno ―especialmente entre la vicepresidenta, Carmen Calvo, y la ministra de igualdad, Irene Montero―, por el anteproyecto de ley de libertad sexual. La ministra “igualitaria” quería, a toda costa, aparecer en la manifestación de hoy con ese texto, ya como proyecto de ley, en la mano. Y ha logrado apuntarse el tanto, a pesar de tratarse de un texto pobre, ambiguo y, según los expertos, muy deficiente en técnica legislativa, aprobado deprisa y corriendo por el consejo de ministros del pasado martes. Hay que esperar que tal bodrio se mejorará durante el trámite parlamentario.

Es lógico que, a Carmen Calvo y a Margarita Robles, por ejemplo, se les lleven los demonios cuando, a estas alturas, y gracias al dedo de Saulo Iglesias, se les birle por la cara la bandera del feminismo militante, que tanto esfuerzo a aquéllas les costó enarbolar. El gurú podemita y vicepresidente 2º del Gobierno, ha saltado inmediatamente en defensa de su pareja: “se la critica por ser mujer” (…) “hay mucho machista frustrado” (en el Gobierno). Gresca que se une a líos anteriores y al reciente follón organizado por la ministra podemita de trabajo, Yolanda Díaz, con su unilateral “guía” para la crisis del coronavirus, que la desmarcaba unilateralmente de la deseable unidad de comunicación gubernamental, liderada por el ministro de sanidad.

Las peloteras en el seno del Gobierno empiezan a ser un fenómeno recurrente. Y no es una cuestión de mera coordinación, como intentan hacernos creer. Es un grave problema de cohabitación entre dos facciones, en un Gobierno donde el bando neocomunista (UP), minoritario, necesita “marcar paquete” para diferenciarse del sanchista (PSOE): ambos pescan en bancos de votos muy solapados. El escrache sufrido recientemente por Saulo Iglesias, en la misma facultad donde él los hacía, es un descarnado aviso a los neocomunistas. Se agiganta el fantasma de una legislatura corta. Lástima, porque la fuerza de un Gobierno de coalición a dos debería ser superior a la suma de las fuerzas de ambas partes. Y no  ―como es el caso―, el cociente de la división entre ellas.

Las feministas radicales han llegado al Gobierno. Pero, aunque muy ruidosas, son una minoría de las mujeres. Son profesionales del feminismo. Viven de éste elevándolo a una especie de religión de retórica antimasculina, que plantea una relación antagónica con los hombres, a los que dibuja como violadores, asesinos y maltratadores. Dogma ridículo cuyo comodín consiste en afirmar que quien no comulgue con sus ideas es machista; no importa sea hombre o mujer. Pero, por mucho que aquéllas se empeñen, el hombre y la mujer no son ni serán nunca iguales: es una constante biológica que denuncian todas y cada una de las células del cuerpo humano.

Lo cual no obsta para el irreprochable derecho, de hombres y mujeres, a la lucha para alcanzar y mantener, entre otros, una auténtica igualdad tanto de oportunidades, como de trato ante la ley o de salarios por el mismo trabajo. Pero, desde luego, ni el lema del ministerio de igualdad incitando al abuso del alcohol: “sola y borracha quiero llegar a casa”, ni el reciente y cochambroso taller de “Autocoñocimiento” auspiciado por el ayuntamiento podemita gaditano del Kichi, son buenos ejemplos de iniciativas que vigoricen socialmente el empeño igualitario. Éstas son, simplemente, muestras de un feminismo desbocado.

Lamentablemente, por unas o por otros, tiene bemoles que, en España, estemos llegando al punto en el que confesarse hombre, español, heterosexual y políticamente moderado le catalogue a uno como sospechoso y sujeto de una especie a extinguir.