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La fortuna

De ningún modo pudimos averiguar… Cómo y cuándo escapó de nuestra casa.

Mamá entró una tarde a la cocina, ojerosa, demacrada, con un peine de plata en su mano izquierda, diciendo entre risas parecidas al llanto: “Se ha escapado. La tenía a mi lado, me despisté y decidió dejarme solita en la calle.

No sé si cuando estuve comprando lápiz de labios, color ciruela Japón. Si fue cuando encontré unos zapatos soñados para bailar flotando con Fred Astaire o mientras el dentista anestesiaba mis encías para limpiarme los dientes… 

 

A lo mejor se asustó con el ruido de esa estrepitosa sirena de una fábrica de cocinas

 

De repente el portón se lleno de gente cansada de ser pobre, inhabilitada para recibir al menos una cucharadita de felicidad. La desconfianza es una piedra difícil de arrastrar. 

¡Chicos, se ha ido! Ha huido con su fular pintado de dragonas embarazadas… Nos ha dejado, como quien con un pastel dentro, deja un horno encendido y nadie hay para apagarlo…

 

¿Ahora qué hago a la cinco de la tarde, cuando tejía sus trenzas con cepillo de plata, coral y crines de caballo?

 

Conocidos envidiosos decían medio alegres:”A tu padre le han raptado la Fortuna unos “cholos” roba papas “. Él era incrédulo, pero gritó horrorizado, al caerse la sal sobre el mantel bordado por su tía, la monja -que aunque negra llegó a abadesa- Sentenció nervioso, pálido: «La Fortuna nos ha abandonado. Ante tal circunstancia: ¡Brindemos! El alcohol retarda penas, los ciclos del dolor inexplicable, pero jamás los minuteros…»

Es mejor que la vejez nos encuentre borrachos, a que nos encuentre enteros

Contra esos augurios, nunca consentí caer en la orfandad perversa unida a cuando la suerte va de cabeza, o la Fortuna transita en dirección contraria. Mis padres siguieron bailando, comprando coches parecidos a barcos trasatlánticos, criando perros dálmatas.

Llenando de oro sus cuellos, sus orejas, sus manos. Siguieron invitando a jueces y verdugos, a señoras sospechosas con acompañantes engominados  y contadores torvos como los cuervos. Siguieron el ritmo marcado por el despecho: “Fortuna de mierda, nadie te dará de comer ceviche poblado de perlas”

 

Nuestra película fue volviéndose, inusitadamente muda

 

Una sensación atropellada invadía mis venas si se cerraba una puerta. Extrañaba el canto de la Fortuna en su predilecto rincón de la sala. Buscaba reconocer sus huellas en el mármol que rodeaba la piscina, en el revoloteo de los colibrís libando agua y azúcar, hasta quedar perversamente mareados…

Pasado un tiempo, en una calle de Haifa encontré a la Fortuna pidiendo limosna; acercándome le dije  saber perfectamente quien era. ¡Que nos fuéramos! A mi lado el hambre terca de la soledad dejaría de ladrarle. Recuperaría su sombra caminando a su costado. Creí haberla convencido. Llegando al hotel, estornudó y explotó….

 

Dejándome un temblor profundo, como un actor perdiendo la memoria, dentro un teatro lleno de maniquíes exageradamente maquillados.

 

Así aprendí lo imposible que resulta secuestrar, engañar, atar contra su voluntad, a la Fortuna.

Nada en ella puede ser forzado.

Pasaron años, recurrimos en la familia a muchos intentos inútiles de volver a tener algo de Fortuna.

Mis padres, ya separados, reconocieron felicidad en sus pies entrelazados a medianoche, como el mejor símbolo de la Fortuna conviviendo en esa casa llena de jardines, perros y cajas fuertes. Desde su partida, encontraron razones para evitarse, hallaron clavos y tunas apachurradas debajo de la almohada.

 

En su íntima despedida, desconocieron a esos dos que fueron, mientras el amor los había juntado.

 

La Fortuna a dentelladas, había logrado destripar indolente e inmisericorde lo creado. 

Mi abuelo judío italiano decía:” Nunca se pasa tan bien con dinero, como mal sin él”. Hacía compulsivamente cantidades extraordinarias de pastas en diferentes formas y colores. Poniéndose a mirar desaforado el fondo de la olla. Reconocía en los restos de los tucos y los pestos, la ruta errática que llevaba nuestra Fortuna perdida. La veía en valles arados, esperando semillas estériles como cuchillas, en fuentes con cucharones de corcho, en trenes detenidos a media hora del infierno…

Nos aconsejaron recetas y conjuros para que la Fortuna encuentre de nuevo el camino hacia nuestra casa.

“Una vez hayas lavado un plato hondo con agua bendita, recupera agua de llanto de niños antes del bautizo y ponlo en la puerta de tu casa como un ojo para destellar el brillo de la noche.” Esa es una de las trampas para hacer caer a la Fortuna.

Paradójicamente no es vanidosa, sin embargo es curiosa. La curiosidad es la llave del placer. “Una vez reflejada en el espejo del agua procura recordar palabras dichas por desconocidos: ¿Sabes dónde queda tal calle…? ¿Tienes hora…? ¿Cuánto cuesta el periódico?»

Esas ilógicas frases acercan misteriosamente el rumbo de la Fortuna

Las trivialidades, espantan a lo oscuro de tu corazón. Quedas cual página en blanco para que la fortuna quiera dibujar o escribir en ti. Si estás desesperado, nunca  anidará en algo tuyo. Si culpas al mundo, porque te hace demasiado mal, la Fortuna se alejará…

En la Sierra del Perú mastican hojas de coca, escupen  alcohol mientras llaman a la Fortuna, fumando un puro. Es para distraerla. Estando en blanco, suceden los mejores presagios. No olvidemos, la Fortuna vive amenazada, con mil voces persiguiéndola. Odia su vestido descolorido por el uso.

Si te sumas a esas voces, se molesta, hace cortar la leche de tu vaca mas gordita. Obra sobre tus perros, se pelean gratuitamente con cualquiera, regresando a los corrales rabiosos a comerse tus gallinas ponedoras.

Hace que las flores duren un solo día, así cambies el agua.

En el agua del florero la rabia de la Fortuna se ha acurrucado, quemando como lava, matando cualquier trazo de belleza… 

Recuerda, la Fortuna tiene raros caprichos.

Nunca la llames en días de tu regla, en noches de excitación sexual exagerada. No la llames a orillas de ríos turbios o mares con barcos naufragados. Aléjate de esas vecinas contentas de revolcarse en sus desgracias. Hipopótamos flotando, usando el ventilador de su colita, para esparcir a mayor distancia su porquería cotidiana.

La Fortuna es reina y esclava de sí misma

Llena de tics, es la soltera cereza en la cima del pastel matrimonial. Si pisas caca en la calle, ella sonríe, goza al ver como los humanos solucionamos simplemente ciertas desgracias con acciones graciosas, hasta rápidas. Lo inesperado, con sonrisas y vergüenzas nunca inauguradas. Ella observa, si ríes y hablas de la lotería. Entonces envía un papel, el filo de una vereda para quedarte limpio de negatividad y suelas asquerosas. Colaborando así con la Serendipia, su cuñada lejana nacida en Ceilán, quien la teme, más que aprecia.

La Fortuna frecuenta un suspiro sorpresivo lleno de sinrazón, lejos del hastío, cuando recuerdas cosas nunca sucedidas…

Si se abre repentinamente una ventana y entra un pajarito en el comedor o un pez salta para hacerte cabriolas en el aire. Son mensajes enviados por la Fortuna, masajeando el lomo tenso del feroz desamor. 

La Fortuna tiene blanca la sangre, no soporta la estupidez de las hadas. Ni al temor obtuso de los políticos a perder sus sillones dorados. Ni el fuego fatuo de los salvadores del mundo, ni la melancolía sentimental de ciertas caridades.

No aguanta el alambre de la duda, la adulación, ni la resignación. Aparece para quienes buscan lo imposible, quienes creen para ver. Nunca a quienes desconfían de lo invisible.

¡No la busques, no la persigas moviéndote de tu sitio! Fluye simplemente. ¡No vayas a desorientarla! Es ella quien está buscándote… En este brillante, precioso, preciso instante. 

Noche de San Juan 23 de junio 2018