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Franco no ha muerto

Se están tirando los muertos unos a otros. El debate desborda la posguerra y la guerra. Alcanza incluso la preguerra. ¿Acaso se quiere volver a 1931?

Tras 43 años de descanso en la basílica del Valle de los Caídos, el Gobierno ha roto la baraja. Ha hecho de la exhumación de Franco el gran icono de su pobre acción ejecutiva. El pasado viernes, 24 de agosto, el consejo de ministros aprobó un Real Decreto-ley para, modificando la ley de la memoria histórica, impulsar el levantamiento del dictador. Se ha desechado el procedimiento legislativo de urgencia que hubiera sido lo suyo. Porque ―le den las vueltas que quieran―, utilizar un instrumento que la Constitución (art 86) reserva para “casos de extraordinaria y urgente necesidad”, cuando tales circunstancias no son del caso en asunto tan sensible es, en mi opinión, un fraude de ley.

 

Claro que con el Real Decreto-ley se blinda la exhumación frente a posibles acciones contrarias de la familia del enterrado. Y, simultáneamente, se birla a la mesa del Congreso (controlada por PP y Ciudadanos) su participación en la tramitación de un proyecto de ley. Esto huele a filibusterismo parlamentario.

 

Suponiendo que el RD-ley sea convalidado en el Congreso, todavía queda mucho camino por recorrer, al encontrarse la tumba en el interior de una basílica. Será necesaria la aquiescencia de la Iglesia, de conformidad con los tratados internacionales que conforman los cuatro acuerdos entre el Estado español y  la Santa Sede de 1979,que garantizan la “inviolabilidad de los lugares de culto”. Y, en principio, es dudoso que la Iglesia acceda a la exhumación si hubiera oposición cerrada de la familia. Claro que, llegados a este punto, no sé si esa autorización eclesiástica se vería afectada por el subrepticio filtrado de un estudio en curso, sobre las inmatriculaciones de propiedades a favor de la Iglesia de los últimos años.

El lugar de reposo de los restos de Franco es un hecho circunstancial. Cosa distinta es la rabiosa disputa nacional sobre el tema. La controversia ha adquirido una virulencia alarmante. Personas que no vivieron la dictadura adjetivan a aquél de genocida y sanguinario. Incluso le han llegado a calificar de mal militar, cuando el historial  militar de Franco es inigualable. En la otra banda, vídeos con discursos de Franco proliferan en las redes. Se están tirando los muertos unos a otros. El debate desborda la posguerra y la guerra. Alcanza incluso la preguerra. ¿Acaso se quiere volver a 1931? ¿Y por qué no, también al oso que mató a Favila? Tan rabiosa es la pasión en el ambiente, que los efectos de aquel abrazo nacional, que se tradujo en la Constitución de 1978, se han esfumado. Se puede afirmar que Franco no ha muerto, porque solo muere quien es arrojado al olvido.

 

Es particularmente preocupante la agarrada entre militares retirados con el cruce de dos manifiestos  sobre la figura del dictador.

 

Algunos dirán que ambos, la “Declaración de respeto y desagravio al general Francisco Franco Bahamonde, soldado de España”, firmada, al parecer,  por más de 700, y el contramanifiesto de una veintena, “Manifiesto, respuesta colectiva y personal, en contra del franquismo en la FAS”, no tienen particular significado. Demasiado simple, fruto quizás del desconocimiento o del intento de engaño.

Porque es cierto que, a diferencia de los militares en activo o reserva, los retirados no están sujetos ni al régimen general de derechos y deberes de los miembros de las Fuerzas Armadas, ni a las leyes penales y disciplinarias militares. Los del primer grupo (activo-reserva) tienen limitada, entre otras, la libertad de expresión; y así debe ser. Los retirados, sin embargo, gozan del pleno ejercicio de todas las libertades constitucionales. Pero no es menos cierto que muchos de los actuales cuadros fueron subordinados y/o alumnos de los retirados firmantes (entre los que se encuentran varios exJefes de Estado Mayor, o del Cuarto Militar de SM El Rey). Además, el pase a retiro no es un momento mágico en el que instantáneamente se da una suerte de transustanciación y cambio radical de neuronas. Por todo ello, habrá de concluirse ―que nadie se engañe―, que lo que dicen los retirados refleja, en gran medida, el pensamiento militar actual. Esa es la perversión del cruce de manifiestos: destapa un fuerte malestar si no una quiebra en el seno de las FAS, alrededor de la figura de Franco. Quien haya originado el problema, es su primer responsable.

 

Qué pena que 79 años después del fin de la Guerra Civil, y 43 desde que el cuerpo de Franco fue depositado bajo una losa de 1500 kilos, estemos nuevamente enlodados.

 

Qué pena y qué castigo que, con los enormes retos y problemas que nuestra España tiene hoy planteados, el Gobierno nos haya embarcado en una contienda sobre los muertos en vez de un debate sobre las necesidades y problemas de los vivos. Tras la victoria sobre los protestantes en Mühlberg (guerra de Esmalcalda, abril de 1547), rememorada en el genial óleo del emperador Carlos a caballo, por el Ticiano, expuesto en el Museo del Prado, dice la leyenda que las tropas victoriosas quisieron saquear la tumba de Lutero en Wittenberg. El emperador, aquel gran gobernante de la Casa de Austria, lo impidió con este sabio y supremo argumento: “Dejadlo reposar que ya encontró su juez. Yo hago la guerra a los vivos, no a los muertos”.