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Fue un golpe de Estado y es un cambio de régimen

La izquierda, en general, se encuentra en tal grado de descomposición que aceptan cualquier cosa que justifique su odio a la derecha.

 

El principal síntoma de una democracia decadente es cuando no tiene la fortaleza suficiente para defenderse de aquellos que la quieren destruir desde dentro. En España, por ahora, no se ha consumado la fechoría, pero desde que se inoculó en nuestra sociedad ese virus nefasto y totalitario llamado 15-M, poco a poco se están creando las condiciones para que las principales bases de nuestro estado social y democrático de derecho se debiliten de manera apropiada para que la inercia del tiempo termine el trabajo de su derrumbe. Después del 15-M llegó el separatismo catalán totalitario y supremacista que hizo todo lo posible para llevar a cabo un golpe de estado que se quedó en medio fallido, encontrándonos en la actualidad con un gobierno a nivel nacional de coalición entre el comunismo totalitario de Podemos y el egocentrismo liberticida de Pedro Sánchez, ambos hermanados por sus formas populistas. La izquierda, en general, se encuentra en tal grado de descomposición que aceptan cualquier cosa que justifique su odio a la derecha y su obsesión insana y patológica de legitimar todo camino y todo método que suponga evitar que el PP o Ciudadanos lleguen al poder, aunque esto suponga violentar las más elementales reglas democráticas no escritas pero que rigen en el acervo de las democracias maduras, o retorcer la Constitución y las leyes para amparar manifiestas ilegalidades en nombre de la “voluntad popular”.

 

Después del 15-M llegó el separatismo catalán totalitario y supremacista que hizo todo lo posible para llevar a cabo un golpe de estado que se quedó en medio fallido…

 

Ciertamente resulta asombroso que en España a estas alturas exista un debate sobre si lo sucedido en Cataluña fue o no un golpe de Estado, o si los responsables deben de ser juzgados por rebelión, sedición, malversación o por simple desobediencia. El problema de unos medios tan polarizados y prostituidos como los predominantes en nuestro país es que encontramos expertos en derecho y relevantes ex figuras constitucionalistas dispuestos a justificar que Puigdemont, Junqueras y compañía a duras penas podrían ser juzgados si quiera por malversación de caudales públicos, quedándose a un paso de acusar al gobierno de Rajoy de ser ellos los golpistas a la legalidad catalana con la aplicación del 155. Yo no me imagino a otras democracias consolidadas permitiendo el bochornoso espectáculo en el Parlament en septiembre del año pasado y la posterior votación del 1-O, hasta desembocar en la esperpéntica declaración de la DIU. Aquí, sin embargo, tuvimos a un gobierno cobarde hasta la saciedad e inane hasta rayar la traición a su deber de defender la integridad territorial del país, que solo reaccionó de manera torpe aunque dinámica después de escuchar el discurso de Felipe VI a todos los españoles. Por eso ahora el Rey de España es la pieza principal a cazar por parte del separatismo anti español y la izquierda populista que no acepta este sistema nacional y constitucional, encabezados por un actor que hace de presidente del gobierno cuya obsesión por el poder entra de lleno en una psicopatía peligrosa para sus gobernados. La cuestión es que se pretende negar que lo sucedido en Cataluña fuese un intento de golpe de Estado para fundamentar jurídicamente la inexistencia del delito de rebelión, e incluso el de sedición, aferrándose a una supuesta “falta de violencia” que en ningún caso se requiere intensa y efectiva para el delito tipo sin sus versiones agravadas.

 

Por eso ahora el Rey de España es la pieza principal a cazar por parte del separatismo anti español y la izquierda populista que no acepta este sistema nacional y constitucional.

 

Hay quien desea elegir cuándo la teoría política o penal debe quedarse anclada en su versión del siglo XIX o principios del XX, para clasificar diversos actos subversivos contra el orden establecido dentro de un sistema político. Empero, tanto el derecho penal como la ciencia política poseen una flexibilidad que partiendo de una naturaleza común permite adaptar unos fines idénticos aunque cambien las formas o los instrumentos para conseguirlos. Sin duda un golpe de Estado puede entenderse como el movimiento o el conjunto de acciones dirigidas a quebrar una realidad nacional o constitucional para implantar otra nueva sin contar con los mecanismos legales ni legítimos establecidos en el imperio de la ley y de la democracia en dichos sistemas.

Aquí hablamos del golpe de estado dentro de un sistema democrático porque es el caso que nos ocupa y nos interesa. Y ningún golpe de estado puede llevarse a cabo sin cometer un delito de rebelión y de sedición cuando existen numerosas sentencias judiciales previas que advierten de la continua ilegalidad cometida por aquellos que persiguen fines anticonstitucionales. Por lo que, discutir si lo de Cataluña fue un golpe de estado o no, sería como si defendiéramos que lo de Tejero no fue tal al no haber muertos ni violencia explícita- más allá de algunos empujones y un par de tiros al techo. ¿Por qué, entonces, toda esa izquierda que no dudaría en calificar lo del 23-F como un golpe de estado ampara y defiende que en Cataluña no se produjo dicho fenómeno?

 

Y ningún golpe de estado puede llevarse a cabo sin cometer un delito de rebelión y de sedición cuando existen numerosas sentencias judiciales previas que advierten de la continua ilegalidad cometida.

 

Porque la izquierda actual en este país ha entendido que el proceso del separatismo anti español que se manifiesta no solo en Cataluña es una oportunidad histórica para perpetrar un cambio de régimen donde la monarquía sea sustituida por una III república y donde la Constitución del 78 deje paso a otra nueva redactada a imagen y semejanza de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, siendo Carmen Calvo la encargada de redactarla con esa memez del lenguaje inclusivo. Lógicamente, la coalición pedrista-populista se ha encontrado con el problema de una derecha nacional que se está dando cuenta de que se juegan no ya su supervivencia política- que también- sino la supervivencia de este país tal y como lo conocemos tanto desde un marco secular histórico como desde un marco constitucional y democrático. Más allá del posible exceso de Casado en el Congreso, es evidente que el objetivo del actual verdadero presidente del gobierno y el figurante narcisista sin escrúpulos del Falcon es un cambio de régimen aprovechando las réplicas que aún se producen del fallido golpe de estado.