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Cómo funciona el terror

Pablo Gea
Pablo Gea*

Después de las terribles jornadas de terrorismo islámico experimentadas, de las que la del Reino Unido son el último exponente, impera empezar a entender cómo funciona este fenómeno y qué rol juega su manifestación más palpable: el Terror. Para ello, es imprescindible acudir a términos que sean capaces de definir lo que pasa, y no se queden sólo en el discurso simplón y políticamente correcto, que sirve para todo menos para explicar a los ciudadanos a qué nos enfrentamos a la hora de combatir esta radicalización acumulativa.

 

El concepto de «radicalización acumulativa» está extraído del análisis que el historiador Ian Kershaw realiza sobre el fenómeno del Nacional-socialismo, otro movimiento revolucionario que recurría tanto al terror como a la galvanización ideológica dentro de una preocupación por los aspectos sociales con el objetivo de integrar a segmentos muy heterogéneos dentro de una misma cosmovisión. Viene a hacer referencia algo que se da en todos los movimientos revolucionarios basados en una ideología-vértice pero, a la vez, flexible. Esta visión global del mundo proporciona el combustible para el desarrollo de las acciones revolucionarias (ya sea el asesinato industrial, una reestructuración de los fundamentos de la economía o un acto litúrgico de masas) que no requieren de órdenes precisas. En el caso del régimen nazi, Hitler rara vez necesitaba dar órdenes directas. Tan sólo era necesario crear el marco que dichas acciones tuvieran lugar. Algo similar ha sucedido y sucede en los regímenes comunistas, si bien estos poseen un engranaje administrativo más ensamblado y organizado, con el que la espontaneidad militante no se da a un nivel tan amplio como en el caso citado. De esta manera, los individuos integrantes de estos movimientos ponen en marcha iniciativas que entienden que tienen cabida dentro de la visión de la vida y del mundo que pretenden implantar. Al tener ese combustible milenarista y la capacidad de poner en práctica lo deseado en el momento puesto que se goza de un liderazgo que permite que eso sea así, incluso lo espolea y lo aprueba a posteriori haciéndolo suyo, se entra en un proceso de radicalización acumulativa que sólo deja salida a ampliar la apuesta y a aplicar esa visión de una forma cada vez más radical hasta el “fin”.

 

Por eso el caso del DAESH, el Estado Islámico, es especial y contrasta con otros grupos yihadistas: el terror es la base misma, la esencia, del movimiento. No puede prescindir de él sin perder su identidad.

 

 

Aquí entramos en la cuestión del terror. El Terror, como tal, se puede poner en práctica de muchas maneras, incluso, sin llegar al hecho físico. Esta radicalización acumulativa sólo es posible si existen los “revolucionarios profesionales” de los que habla Lenin en su obra Qué hacer (1902). Ahí señalaba que el Partido es “una organización de revolucionarios destinada a toda Rusia, que sustente de manera firme el punto de vista del marxismo, que dirija toda la lucha política y disponga de un Estado Mayor de agitadores profesionales” cuyo principio sea “la más severa discreción conspirativa, la más rigurosa selección de afiliados y la preparación de revolucionarios profesionales”. De la misma manera se expresó Stalin al señalar que los bolcheviques eran “una especie de orden religioso-militar”.  Pues bien, esta es la visión que tanto los movimientos revolucionarios insurgentes de carácter marxista aplican a la hora de constituirse precisamente como eso, como movimiento. El terror está legitimado por la asunción del dogma de fe de la ideología marxista que, entre sus principios básicos, está la de exterminar a los grupos sociales que se considere que no pueden acceder al socialismo, como Marx y Engels se encargan de señalar en obras como Hungría y el Paneslavismo, El Paneslavismo democrático o De la autoridad. Es un hecho poco conocido que los movimientos insurgentes de carácter yihadista han copiado, implantado y acaso perfeccionado este modelo de organización religioso-militar. No en vano, ambas movimientos terroristas gozan de paralelismos mimetizables: la visión milenarista, el dogma de fe que legitima el terror y los revolucionarios profesionales. Este terror no es un terror como fin en sí mismo, sino como un elemento imprescindible para destruir lo impuro y salvar lo puro. Y no tiene que ser precisamente auxiliar, sino que puede ser intrínseco a la misma naturaleza del movimiento. Por eso el caso del DAESH, el Estado Islámico, es especial y contrasta con otros grupos yihadistas: el terror es la base misma, la esencia, del movimiento. No puede prescindir de él sin perder su identidad. Ahí entra la radicalización acumulativa que impide que el fenómeno revierta. Antes al contrario, sólo puede aumentar más y más hasta su autodestrucción, como sucedió con el Nazismo.

 

*Pablo Gea Congosto es estudiante de Derecho y activista político.