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Esto al final parece una dictadura

¿En quién o quiénes reside el auténtico poder capaz de mantener todo igual con apariencia distinta?

Ni los más expertos agoreros de los años sesenta del pasado siglo podían imaginar la deriva de gran parte de la inquieta muchachada española, protagonista del rejonazo a la Dictadura. Pero tal vez el azar, la naturaleza perversa del hombre o hados malignos ─bien avenidos en este solar de contubernios─  llevaron a muchos a la corruptela actual. Posiblemente algo gratis quedó repartido desde el poder y, claro, sus acreedores reclamaron;  antes o después un acreedor siempre irrumpe.

Y, si bien contamos con un capital de universitarios preparados ─buen dinero nos cuestan─, marchan sin maleta de cartón al extranjero pero con grandes divisas intelectuales y sin control aduanero porque aquí pocas esperanzas tienen.

Ahí quedó en el sucio pendón de nuestras vergüenzas el paro, lacra consolidada durante dos siglos, junto al viejo furgón donde llevamos el luctuoso fracaso escolar. El desastre escolar no solo supone una cuestión de dinero, sino de una mentalidad donde las familias desempeñan una misión fundamental. Porque el meollo reside en la formación tras ionizar los poderes la atmósfera social de un afán por saber. Y, si bien contamos con un capital de universitarios preparados ─buen dinero nos cuestan─, marchan sin maleta de cartón al extranjero pero con grandes divisas intelectuales y sin control aduanero porque aquí pocas esperanzas tienen. Regalamos absurdamente lo más valioso para palmeo de nuestros vecinos europeos y otros no tan cercanos.

Para paliar la lacra del paro y comprar la paz ─en absoluto para crear puestos de trabajo─ se da dinero a cambio de peonadas (algunas tan pícaras como falsas). La industria, la soberana madre capaz de amamantar con cierta garantía y estabilidad el empleo, fue desmantelada. En su lugar quedan tristes restos de la ocupación inglesa, cianóticos con cara de museo, caso de las minas de Río Tinto, activas durante el siglo XIX y principios del XX. Estampa harto expresiva de nuestros trafalgares.

Las trabas burocráticas y las tasas para los muchachos con vocación empresarial constituyen elementos para montar el guion de una película de terror.

Es la tragedia de Aznalcóllar y la fuga de los suecos sin pagar; ahora los canadienses controlan y se llevan las ganancias de la mina situada en Gerena. Mientras, la industria pasa en las ciudades a inmensos comedores para turistas y las librerías en bares de tapas. Las trabas burocráticas y las tasas para los muchachos con vocación empresarial constituyen elementos para montar el guion de una película de terror.

Lo inaudito de la corruptela reinante estriba en la incalificable pasividad de unos sindicatos ante los dineros sisados a unos cursos de formación para rellenar los nuevos aristócratas sus colchones, fomentar el puterío, enriquecer las destilerías escocesas o a los traficantes de la coca colombiana. Tan insólito como el extraño virus formateador de las memorias neuronales del amplio equipo implicado.

 

Nuestra sociedad civil está famélica por no alimentarse de contrapoderes, situación idónea para cualquier mandamás o mandamenos. Algunos intentos hubo en otra época como las asociaciones vecinales pero a poco de caminar alertaron los olfatos partidistas y las decapitaron por osar competir con las sagradas instituciones. Esta desvertebración tambalea a cualquier ser vivo y más ─repito─ si enflaquece. O sea, sin conciencia de nuestros males y careciendo de unos medios socializantes independientes y veraces tan poderosos como la televisión, la balanza pega el platillazo para jolgorio de los referidos.

El buen ciudadanito, temblón ante el saldo de su cartilla, comprador de libros después de coleccionar referencias, se pregunta: ¿me hago francotirador de diatribas? Lo peor radica en el comentario popular: «¡¿Esto…?! Pero si al final parece una dictadura, total: la diferencia consiste en echar un papelito cada cuatro años…». Y al final de la charla suele aparecer como un malicioso ectoplasma la gran pregunta: ¿En quién o quiénes reside el auténtico poder capaz de mantener todo igual con apariencia distinta?

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