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General Queipo de Llano, Santo y Mártir

Los restos del genocida siguen sepultados en la Basílica de la Macarena incumpliendo la Ley e Memoria.

 

Toda la comunidad internacional repudió en su día el genocidio de los jemeres rojos en Camboya, sin  embargo, pocos conocen la realidad de que, tras el país asiático, es España la nación que cuenta con la negra estadística de tener el mayor número de desaparecidos como consecuencia de la actitud del ejército franquista en la guerra civil puramente genocida de saneamiento de las retaguardias y posterior represión posbélica. Sin embargo, adentrados en el siglo XXI, la iglesia católica en ningún momento se ha retractado ni siquiera reflexionado críticamente sobre la consideración como cruzada del levantamiento en armas contra la democracia republicana por parte de los militares fascistas. Y no sólo eso sino que en 2013 en Tarragona tuvo lugar la mayor beatificación masiva de la historia de la Iglesia, 522 considerados mártires por haber muerto en el bando fascista durante la guerra civil y de los cuales dijo el papa Francisco que fueron «cristianos ganados por Cristo», que amaron «hasta el extremo», a imitación de Jesús. Sin embargo, los asesinados por los fascistas aún siguen en las cunetas.

Es un ambiente extemporáneo, inimaginable en ningún país de nuestro entorno, que procede del hecho de que seguimos viviendo de la “legitimación” del poder nacido el 18 de julio de 1936. Los muñidores franquistas de la transición tuvieron buen cuidado en decir que se iba de la legalidad a la legalidad, es decir, que el poder no fuera redefinido ni menos distribuido, eso sí, maquillado para una nueva etapa muy lejano del magma histórico de los años treinta del pasado siglo. La izquierda tuvo, en  ese contexto, en la renuncia, cuando no en la resignación, el instrumento posibilista que, a costa del desmayo de la ideología y de su sujeto histórico, hizo posible su integración en la oligarquía ampliada de partidos de Estado para acceder al gobierno pero no al poder, siempre en manos de las élites herederas del caudillaje.

Todo ello ha dado, en un plano anecdótico pero muy significativo en cuanto a su representación simbólica, imágenes muy berlanguianas como vírgenes con el fajín de general o condecoradas con medallas por mérito de guerra. Bajo esta atmósfera la Ley de Memoria Histórica nacía como una contradicción para paliar otra contradicción ya que era generada desde un Estado que era el mismo que se había fundado sobre la casus belli que la ley quería reparar. El tiempo había sustanciado que las víctimas y los verdugos no fueran ya sino cadáveres pero aún diferenciados por sus pudrideros. Muchos verdugos fueron enterrados en sagrado algo que ya en el siglo XVIII quiso evitar Carlos III, prohibición que era generalizada en toda Europa, mediante una real cédula en virtud de la cual se mandaba sacar los enterramientos de los límites de las iglesias, es decir de los lugares sagrados.

Todos estos contextos y pretextos políticos e históricos son por los cuales un personaje como el general Gonzalo Queipo de Llano yace en la sevillana basílica de la Macarena. Queipo de Llano fue junto con Mola, Sanjurjo y Franco uno de los cabecillas principales del golpe militar contra el gobierno del Frente Popular. Dirigió la sublevación en Sevilla con una tremenda y fuerte actividad represiva. Al general Queipo se le atribuye la muerte de al menos 14.000 civiles, solo en Sevilla, una ciudad en la que durante el primer trimestre de la contienda se registraron hasta tres millares de ejecuciones. También participó en la llamada Desbandá, la masacre contra la población civil que huía de Málaga a Almería en febrero de 1937 y en la que murieron cinco mil personas. Fue una represión atroz que Queipo de Llano dirigió con arregosto, según su propio testimonio, e incluso con tono placentero. También fue el que ordenó que le dieran café (palabra clave que significaba que se fusilara a la persona aludida), a Federico García Lorca.

Los militares facciosos pudieron acabar como Mussolini o Hitler, de los que fueron aliados, por sus acciones sangrientas y crueles contra sus propios compatriotas. Azaña había dicho que no era aceptable una política cuyo propósito fuera el exterminio del adversario porque todo éramos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo, pero eso no iba con las hechuras psicológicas y políticas, si a la aberración de la sangre se le puede llamar política, de los africanistas  del viva la muerte y abajo la inteligencia. Nunca serían juzgados como criminales de guerra sino enterrados en sagrado como cruzados victoriosos. El reto político de la izquierda, que no exigió un pacto histórico tras la muerte de Franco, sino que accedió a un pacto de consenso claudicante, no es ya sacar a la barbarie de los lugares de culto, sino también de la historia y de un Estado construido en las tapias de los cementerios.

El general Gonzalo Queipo de Llano desde Unión Radio todas las noches hablaba de matar rojos y los que estuvieran muertos volverlos a matar y a que sus legionarios además violarían a sus mujeres e hijas, pero no sólo lo afirmaba sino que lo hacía…Un alma cristiana temerosa de Dios enterrada como un santo y un mártir.

 

 

El General Gonzalo Queipo de Llano en una de sus muchas alocuciones radiofónicas desde Unión Radio Sevilla en 1936, tras el golpe militar del que fue protagonista junto a los generales Franco, Mola y Sanjurjo.