The news is by your side.

Giorgio Bassani, ingrávida memoria

El jardín de los Finzi-Contini consagra la dimensión intemporal del escritor italiano.

 

 

Qué belleza la fidelidad a lo originario 

 

En el escenario literario actual ciertos aspectos se mantienen con el peso específico de lo irresoluble. Esta sensación no absorbe el abrumador desconcierto de los lectores. Ese triste desencanto de la mercadotecnia editorial no cesa en su empeño de erigir como centro neurálgico la oportunidad. La literatura se convierte tristemente en acto de conformidad. Y es ahí donde comienza la afirmación del librepensamiento lector, que se exilia voluntariamente de lo común y transversal, para adentrarse en la selección de los textos. “Cuando escribo, escribo necesariamente sobre el pasado, acerca de algo ya acabado, por lo menos durante el rato en el que escribo. Sea cual sea el tema de un libro, debe manifestarse por todas partes una ligereza esencial que recuerde que la obra no es nunca un dato natural, sino una exigencia y una donación”. Péter Estherházy nos desata de las ligaduras convencionales y orienta  decididamente para que tropecemos con lo esencial. En su obra Los verbos auxiliares del corazón, y desde esa perspectiva de ternura y humor que caracterizaba su hacer en lo humano y literario frente a la dictadura comunista, el autor húngaro infiere esa ligereza esenciala la que nos remite en sus textos. Esa exigencia y donación con la que concibe la obra literaria, guarda identidad común a tantas otras que permanecen en la conspiración silenciosa. A la espera que nuestras manos las resuciten de los anaqueles y nos revelen esa otra versión de los hechos humanos que lindan con nuestra fragilidad. “No me gusta la gente que nunca ha tropezado ni caído. Su virtud es sin vida y no vale mucho. La vida no les ha revelado su belleza”. Boris Pasternak nos conduce, con su aleteo de mariposa en invierno en Doctor Zhivago, a ese refugio donde la lectura es estancia iluminada en la madrugada.

 

 

El Jardin de los Finzi-Contini – Acantilado, 2017

 

 

Traducción del italiano de Juan Antonio Méndez-. En esta hermosísima obra, la memoria agita los recuerdos hasta hacerlos un símbolo de ausencia cautivadora y dramática. Nos descubre el lenguaje de los misteriosque se reelabora permanentemente entre pasado y presente, para urdir la trama donde quedan atrapadas las reverberaciones íntimas, pero también el horrísono acontecer biográfico que las acompaña. Tras la Segunda Guerra Mundial, el reducto del populismo en Europa parece haberse mantenido a la espera de la coyuntura más favorable para sus zafios intereses instrumentales. El fascismo, nazismo y estalinismo construyeron el maléfico arquetipo del ser humano desarraigado de su propia conciencia y limitado a reproducir y obedecer las consignas abyectas que propugnaban la degradación de hombres y mujeres y su aniquilamiento. Entre 1941 y 1945 el Tercer Reich concibió la denominada solución final– Endlösung-. Con ella extendió por el viejo continenteuna red de fanatismo homicida a través de los humeantes campos de exterminio. El genocidio étnico, político y religioso se constituyó en emblema de la puridad aria. El régimen de terror estalinista y el estado policiaco que desarrolló entre 1924 y 1953, extendido a los regímenes comunistas de Europa del Este, tuvo en los gulags la marca ominosa e indeleble de su quehacer totalitario. El 18 de septiembre de 1938, Mussolini declaraba en la plaza de lÚnità de Trieste, “El problema racial no ha sido descubierto de improviso, como piensan los que se sorprenden por un brusco despertar, porque están acostumbrados a largos sueños perezosos. Está en relación con la conquista del Imperio. Porque la historia enseña que los imperios se conquistan con las armas, pero se conservan con el prestigio. Para el prestigio es necesaria una clara y severa conciencia racial que se establece no sólo en las diferencias, sino en la superioridad perfectamente nítida. Por lo que afecta a la política interna, el problema de candente actualidad es el problema racial. Incluso en ese terreno adoptaremos las soluciones necesarias. Algunos nos hacen creer que hemos obedecido a imitaciones o, aún peor, a sugerencias, pero no son más que unos idiotas, que no sabemos si debemos mirarlos con piedad o con disgusto”.

 

Tras la Segunda Guerra Mundial, el reducto del populismo en Europa parece haberse mantenido a la espera de la coyuntura más favorable para sus zafios intereses instrumentales.

 

El Ministerio del Interior anunció que la Oficina Central de la Demografía se llamaría, a partir de entonces, Oficina Central de la Demografía y de la Raza, planificando la creación de un censo de judíos en el mes de agosto. Previamente una campaña mediática en prensa lanzaba elManifesto degli scienziati razzisti -Manifiesto de los científicos racistas-. Se abría la puerta que conducía a los judíos italianos al infierno. El actual viceprimer ministro y ministro del Interior, Matteo Salvini  ha propuesto la creación de un censo de gitanos, “Los extranjeros que permanezcan de forma irregular en Italia serán expulsados (…) Los gitanos italianos por desgracia hay que quedárselos”. Ciertos paralelismos retuercen la fe en la capacidad de regeneración del pensamiento político dominado por el histrionismo y la perversión. Este aliento xenófobo no adolece de encaje social. De ahí el ejercicio de memoria vinculado al contexto histórico, donde el Libro Tercerode La novela de Ferrarase enmarca. En ese propósito, quizás no inicial pero en el que finalmente desemboca, su autor recoge ese montón de espejos rotosque, según señala Jorge Luis Borges, somos. Con suma delicadeza nos sumerge progresivamente en esa estancia tan profusa en intimismo como en el acertijo vital que significa la juventud. La condensación de sensaciones y reflexiones cobran el agraz sabor del fatalismo. El prólogo es una pequeña obra maestra, donde el relato nos exhorta humildemente a acariciar la memoria herida que está apunto de asaltarnos en las páginas siguientes. En el descendimiento hasta ese poso de tiempo pretérito, el tacto en la oscuridad nos descubre las facciones de lasimago-mascarilla funeraria-,que plasman el verso de ese tiempo recitado y dormido en sus labios de cera. Integrada dentro de un universo literario propio, la ciudad de Ferrara se convierte en una carta universal timbrada a los lectores. Se mantiene como augurio trágico pero sin desmerecer la interacción y el pensamiento que plantean los protagonistas de los seis libros. Se asemeja a la vocación de profundidad que posee una piedra lanzada al estanque, a la par que dibuja anillos concéntricos en la superficie del agua, se hace invisible a los ojos que imaginan su descenso hasta el cenagoso fondo. Las descripciones apuntan radicalmente a la ambientación psicológica, sin menospreciar la precisa intensidad de lo materialmente presente. Es un canto elegiaco que rumia en la lejanía la terrible sensación de desamparo y que, sin embargo, nos brinda un golpe de audacia. Es decir de belleza y autenticidad. La memoria entroniza esta saga literaria, que con El jardín de los Finzi-Contini alcanza ese relieve donde el bien espiritual profesa devoción humanista a través de la literatura sensorial que construye esta historia. En una época crispada por el carácter imprevisible, beligerante y caprichoso de Mussolini, la promulgación de la segregación racial antisemita permite al narrador –el propio autor aunque no se cite expresamente- recibir una invitación inesperada para jugar al tenis. La familia de los Finzi-Contini ejerce sobre él una fascinación desde pequeño y esta aproximación revierte en su animosidad burguesa.

 

El prólogo es una pequeña obra maestra, donde el relato nos exhorta humildemente a acariciar la memoria herida que está apunto de asaltarnos en las páginas siguientes

 

La riqueza aristocrática les distingue de aquellas otras familias hebreas de profesiones liberales, inscritas en el mapa social y laboral ferrarés. Y que si bien parecen desdeñar por su extravagancia, traslucen de soslayo su encandilamiento. La magna domuscomo era conocida la casa palaciega familiar –hoy en ruinas-, se hallaba dentro de la extensión paradisiaca vegetal del Barchetto del Duca entre  Mura degli Angeli y corso Ercole I d´Este. Allí le espera un tiempo de confidencias, sentimientos, revelaciones, descubrimientos y controversias, que trastocarán su alma hasta hacerla mantenedora del vestigio que en 1962 recreó en esta novela. El magnetismo de Micòl le asiste en el despertar a ese proceso de maduración emocional e intelectual y el insatisfecho deseo sexual pellizcado por la exaltación del primer amor. Alberto, su hermano, marcado por la enfermedad que finalmente le encaminará a la muerte, promueve a su derredor un exquisito gusto por la vitalidad que exudan sus amigos. Pareciera rendir tributo a la rareza de paladear conscientemente el acontecer de su mundo cercado por ese otro que súbitamente emerge amenazante. Giampiero Malnate, químico milanés, amigo de Alberto, cuya conciencia política de izquierda abrigará el debate sobre el futuro confuso que parece advertirse en las relaciones internacionales y un más que previsible conflicto bélico. El profesor Ermanno, padre de ambos, cuya hospitalidad y afinidad literaria favorece ese andar por casa con deleite y confianza casi parental, mientras confecciona la tesis universitaria que refrena intencionadamente para asegurarse el paso franco a ese singular territorio edénico donde el latido se acompasa.

 

Giorgio Bassani, plenitud superviviente 

 

Aunque nació en Bolonia, su infancia y juventud transcurrió en Ferrara, donde reposan sus restos desde su fallecimiento en el año 2000. En 1981 se expresaba de esta manera, “En El jardín de los Finzi-Continihe querido dar una visión profunda de un cierto tipo de sociedad desde un punto de vista histórico, sentimental, artístico e, incluso ideológico, ya que en cuanto narra determinadas circunstancias históricas es una toma de posición contra el fascismo”. Su compromiso político y su condición de judío le llevaron a la cárcel en 1943, en la que permaneció hasta el ocaso de la dictadura fascista. Este apunte biográfico constata la heredad que supone en la obra las vicisitudes personales, que entroncó con suma maestría en su amada ciudad y la excepcional correlación literaria de absoluta vigencia que mantiene con ella. Micòl impresiona por esa permanente introspección meditada a la que nos conduce cuando mantiene los encuentros con Bassani. Pareciera que en sus gestos y expresiones el misterio estuviese rehaciéndose una y otra vez más. El tiempo se remansa en las secuencias en las que ambos amigos intiman y donde ella enciende las expectativas en el sediento corazón de quien le escucha, ensimismado y aturdido por ese don bautismal que hace volver la mirada sobre el tiempo marchito, “(…) también las cosas tienen que morir, querido, de modo que lo mejor es dejarlas que se vayan. Además, tiene mucho más estilo, ¿no te parece?”. La realidad nos remite al inalcanzable presagio de un mundo casi extinto que no lucha por sobrevivir. Como si colmara el ideario de la muerte en su rictus menos doloroso y floreciera la fe en la verdad última que le refiere a Micòl en una postal citando a Stendhal, “Todo se ha perdido, nada se ha perdido”.

 

 

La fecunda rontundidad editorial de Acantilado

 

Es un verdadero oasis lector. A la sencillez de las ediciones donde el cuido de la tipografía y el equilibrio ilustrativo, entre otros, subrayan la fiel apuesta por la calidad, se une un catálogo tan excelso como obligatorio y gozoso para encontrar “un lector curioso, interesado en todos los ámbitos y la amplitud del saber humanístico.”, como así define Sandra Ollo, su editora, que no duda en complementar tal afirmación con esta otra, no menos valerosa, “Queremos abrir espacios mentales y, desde luego, cuestionar el mundo”. Títulos como este, sin duda, confirman esta visión tan realmente aleccionadora y diferenciadora en la manera de honrar a la literatura y a sus hacedores: lectores, escritores y editores.En la lectura la selección de obras como señala Francisco Vélez Nieto, “es distinción de inteligencia, resistencia y sensibilidad”. Leamos para proveernos de su savia prodigiosa y benefactora.