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Gobierno, como los yogures

¡Qué afortunado gran error el de don Pablo! Se evitó que el supuesto líder de UP estuviera ahora “en esencia” en el Gobierno de España

 

Cuando el próximo martes, SM El Rey finalice la ronda de consultas con los representantes de los partidos, se sabrá si se irá a la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno o, por el contrario, marcharemos hacia la disolución de las Cortes y nuevas elecciones. Es tremendo que hayan tenido que pasar ¡cinco meses! de incertidumbre, desde el 28-A, para concluir o bien en un Gobierno que aporte más incertidumbre, o bien en la nada y vuelta a empezar. Más allá del cansancio del cuerpo electoral, el trámite constitucional para la investidura se ha desgastado fuertemente. Lo que aconseja incluirlo en la lista de reformas constitucionales pendientes.

Desde el 28-A, el objetivo de un Gobierno de coalición PSOE-UP fue objeto de múltiples reuniones, declaraciones, disfraces y maquillajes. Don Pablo llegó incluso a abandonar su pretensión de entrar en el Ejecutivo. O, mejor dicho, mutó su anhelada entrada “en persona”, por hacerlo “en esencia”, vía vaginal, al tratar de colar en el Gobierno a su compañera de casoplón, Irene Montero. Pero el proceso encalló en el mismo momento en que el líder podemita, cegado por la ambición y asaltado por el vértigo del próximo aroma del poder, rechazó la propuesta de Sánchez de ceder a UP una vicepresidencia y tres ministerios en un futuro Gobierno de coalición.

¡Qué afortunado gran error el de don Pablo! Se evitó que el supuesto líder de UP estuviera ahora “en esencia” en el Gobierno de España, mediatizándole e inoculando en la administración el virus podemita. Porque cuatro asientos en el consejo de ministros significan, entre otros, cientos de poltronas subordinadas (secretarios de estado, subsecretarios, secretarios generales, directores generales, jefes de gabinete, asesores etcétera, etcétera). Seguro que ahora Iglesias estará tirándose de los pelos (nunca mejor dicho) por su inoportuno vahído.

Sánchez, superada la “pájara” de aceptar la coalición con UP, ha evitado la corrosión interna que supondría mechar el Gobierno con podemitas, alejando al Ejecutivo del eterno conflicto entre socialistas y comunistas. De una coalición muy incompleta al no sumar la mayoría absoluta en el Congreso. Sin olvidar tampoco que UP no es un partido, sino que responde, al menos, a cuatro grupos de zascandiles diferenciados. No tendría mucho sentido darle a UP el oxígeno que obtendría si llegara a entrar en el nuevo Gobierno. Porque lo que se necesita ahora es un Gobierno estable. Un Ejecutivo que nos saque por un tiempo de la incertidumbre y el desasosiego político. Especialmente cuando nuestro país parece desacelerarse rápidamente y la crisis territorial no está cerrada. Si encima las encuestas dan al PSOE unas mejores perspectivas electorales, es lógico que el líder socialista se cierre a la coalición con UP.

Así las cosas, parece razonable ir a nuevas elecciones a pesar de que Iglesias siga quemando sus cartuchos in extremis. Su penúltima pretensión es que el Rey presione a Sánchez, para que éste acepte la coalición PSOE-UP. Es de carcajada que los comunistas de UP traten de incitar a Felipe VI a “borbonear”, cuando aquéllos siempre se han mostrado muy vigilantes de los límites de las prerrogativas reales. La guinda de la chapuza pretendida por don Pablo es que tal coalición fuera “en prácticas” (válida durante un tiempo, hasta la aprobación de nuevos Presupuestos). Y que, a partir de ahí, el líder del PSOE decidiera sobre la continuidad o no de UP en el Gobierno. O lo que es lo mismo, diseñando un Gobierno como los yogures: con fecha de caducidad…