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Guerra civil en Podemos

Un ejemplo más, como lo fue UPyD en su momento, de que no se puede estar en Misa y replicando.

 

Era cuestión de tiempo. Ahora la liebre ha saltado y nadie sabe qué hacer para meterla en la jaula. Algo lógico en un partido tan salpicado por contradicciones internas como Podemos. Un ejemplo más, como lo fue UPyD en su momento, de que no se puede estar en Misa y repicando. Sus mismos orígenes ya contenían las semillas del acelerado proceso de colapso que está viviendo la formación, atizado por un hiperliderzago demagógico que ha mutado en jefatura incuestionable del caudillo. Algo muy difícil de tragar para aquellos grupos que carecen de ‘führerprinzip’ o caudillismo absoluto.

 

Y es que Podemos no surgió, como se empeña en hacernos creer machaconamente su aparato de propaganda, como una expresión política del Movimiento 15-M. El 15-M fue una cosa y Podemos otra. Los morados hallan sus inicios en Izquierda Anticapitalista, una plataforma configurada luego como partido político que se situaba ‘más a la izquierda’ que los, a su juicio, adocenados y aburguesados ‘izquierdanudenses’, y de la cual surgieron caras que luego se han transformado en líderes podemitas, tales como Miguel Urbán y Teresa Rodríguez. En su seno se fraguó el manifiesto Mover ficha: convertir la indignación en cambio político, que constituyó el pistoletazo de salida para el proyecto ‘Podemos’. El que Izquierda Anticapitalista se transformara en Asociación en 2015 para integrarse en la formación morada respalda todo lo dicho anteriormente. Se trató, en definitiva, de una operación cosmética hábil: enmascarar un proyecto de ideología comunista capitaneado por una élite motivada ideológicamente con el disfraz de un ‘movimiento transversal’ para captar a un electorado más plural, moderado y masificado. Por eso eliminaron todo el merchandisingcasposo de Izquierda Unida, aunque conservaran el color morado de los anti-capitalistas.

 

La jugada les salió rana, porque dilapidaron todo su formidable capital político. No podían evitarlo, y menos sus líderes. Como sentencia el adagio lincolniano: ‘Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.’Y así ha sido. Las constantes referencias a la Revolución Rusa y a la Unión Soviética, las continuas identificaciones con uno de los dos bandos durante la Guerra Civil, su justificación hasta lo indefendible de la dictadura venezolana, su blanqueo constante de la banda terrorista ETA y sus concomitancias con Otegui y sus amigos, su compresión y su apoyo al Independentismo Catalán, su impulso a aberraciones jurídicas del homosexualismo ideológico (identificar una condición sexual exclusivamente con su ideología) y de la ideología de género, su odio sin límites a los símbolos patrios y a todo lo que tenga que ver con ‘España’ y las inequívocas confesiones ideológicas, entre otras muchas cosas, no han dejado dudas en el ánimo del elector.

 

Pablo Iglesias y su séquito no han podido resistirse a emplear las mismas tácticas que sus predecesores en la larga lista de infamias políticas del Comunismo: las purgas.

 

Pero lo peor estaba por venir. Por mucho maquillaje que pueda emplearse en la jungla de la noche, por la mañana las verdades se revelan con toda su crudeza. Pablo Iglesias y su séquito no han podido resistirse a emplear las mismas tácticas que sus predecesores en la larga lista de infamias políticas del Comunismo: las purgas. No ya de los ‘enemigos de clase’, sino de sus propios compañeros. Para afianzar su ortodoxia ideológica, no han dudado en decapitar al partido de sus mejores talentos. De aquellos que aportaban un sabor diferente al del mero comunismo rancio de caracteres cirílicos y al inmovilismo honeckeriano. De aquellos, y esto es lo más importante, que podían movilizar sectores sociales que estaban fuera del alcance de los comunistas de toda la vida y que fue el principal éxito de Podemos, el que le permitió devorar a Izquierda Unida para reducirlo a un mero satélite. Una operación que no sirvió para nada después de la histórica confluencia que eliminó de un plumazo la ilusión de novedad que muchos se habían hecho con Podemos. De nuevo, las banderas de la Segunda República, de la URSS y los retratos de Lenin estaban ahí y formaban parte del imaginario colectivo que les hace fácilmente identificables.

 

Lo malo que tienen las purgas es que, si no liquidas físicamente al enemigo, este puede revolverse en el futuro contra ti. Stalin y los suyos lo sabían. Y Pablo Iglesias acaba de comprobarlo ahora, como en su momento tuvo que hacerlo en Andalucía cuando Teresa Rodríguez arrasó en las primarias de su propio feudo contra la lista que había preparado él. Errejón no olvidó su retiro forzoso a segunda línea de juego y ha estado, todo este tiempo, maquinando fríamente su venganza para hacerle daño al todopoderoso líder don más le duele y en el momento en que se halla más débil, tanto personal como políticamente hablando. Pero el ‘niño prodigo’ ha olvidado algo fundamental en la táctica de todo buen estadista: no dejarse llevar nunca por los sentimientos, sobre todo por unos tan peligrosos como el odio y el rencor. Hacen que actúe uno guiado por consideraciones personales en vez de por el cálculo objetivo y eficaz de qué es lo políticamente más beneficioso.

 

Lo malo que tienen las purgas es que, si no liquidas físicamente al enemigo, este puede revolverse en el futuro contra ti. Stalin y los suyos lo sabían.

 

Aunque ha iniciado su particular ‘asalto al cielo’, no puede cantar ni mucho menos victoria. Pablo Iglesias ha trabajado mucho para convertir a Podemos en un cortijo privado para él, su pareja Irene Montero y su séquito de caciques comunistas con palestina en vez de corbata, como para permitir ahora que un resentido rencoroso le arrebate aquello que el chalé en Galapagar simboliza de manera tan ostentosa. Esta es la moraleja que se puede sacar de todo esto, y una auténtica lección para sus votantes: las ideologías totalitarias producen proyectos totalitarios encabezados por líderes totalitarios. Siempre. Sin excepción. Por eso han estado siempre divididos, porque su sectarismo ideológico y el ansia de poder de sus líderes han sido tales que les ha hecho incapaces de tolerar la más mínima desviación, convirtiendo cualquier sana discrepancia, por pequeña que esta fuera, en una diferencia insalvable.

 

Podemos, salvo que alguien o algo lo remedie, está destinado a implosionar y a segregarse en múltiples plataformas o confluencias varias, con la misma ideología, pero con un márketing y una comunicación política diferente, viéndose reducido al papel de Izquierda Unida 2.0, eterna muleta del PSOE para los gobiernos de turno. Es lo que tienen los movimientos demagógicos: o toman el Poder rápido o desaparecen.