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Hace 35 años Argentina quiso volar Gibraltar

Pepe Fdez
Pepe Fernández*

Cuando la guerra de Las Malvinas, Gibraltar, conocida como La Roca, como puerta y llave entre dos continentes, cumplió su papel estratégico en un lejano conflicto -las Falklands- con miles de víctimas como balance final entre muertos y heridos.
Fue en mayo del año 1982 cuando estuvo a punto de suceder algo en el Campo de Gibraltar que hubiese cambiado posiblemente el curso de muchos acontecimientos que estaban por llegar.

He aquí la historia, poco conocida, sobre dos bombas lapa que a punto estuvieron de reventar dos buques de guerra atracados en el puerto de Gibraltar camino al apoyo naval en las Malvinas. Corría la primavera andaluza del año 82. Se cumple pues este año el redondo aniversario de los 35 de aquella guerra, aquel problema distinto y distante, como entonces la definió nuestro jefe de Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo.

 

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El Almirante de la Armada Jorge Anaya, cerebro de la acción terrorista planificada desde Buenos Aires; Leopoldo Calvo-Sotelo Presidente del Gobierno de España en 1982 y el montonero Máximo Alfredo Nicoletti, jefe del comando enviado en secreto por la Armada Argentina para volar la Royal Navy.

 

Amanecía el lunes 10 de mayo y Andalucía entraba en el punto álgido de su primera gran campaña electoral autonómica que concluiría el 23 de mayo, trece días restaban. Ese mismo día se lanzaban al ruedo andaluz Carlos Ferrer Salat y José María Cuevas, en nombre de la CEOE, con una manzana podrida en la mano que representaba a la izquierda podrida, a la que no se debía votar, advertía la patronal, porque el personal se quedarían sin televisores, coches o neveras. Aunque para eso ocurriese en España de verdad aún faltaban tres décadas para la gran crisis de principios de siglo. Unas elecciones aquellas a cara de perro y que finalmente ganaría el 23 de mayo el PSOE con Rafael Escuredo al frente, obteniendo su primera gran mayoría absoluta de muchas venideras para el socialismo en Andalucía.

Aquella mañana de lunes, la perspicacia de un veterano comisario de policía de Málaga, dio al traste con una operación militar de gran calado, diseñada semanas antes nada menos que en el Cuartel General de la Armada Argentina en Buenos Aires.

Los partes de guerra que llegaban en esas fechas a la mesa del Almirante Jorge Isaac Anaya, miembro de la Tercera Junta Militar, presidida por el General Galtieri, eran alarmantes. Anaya fue, además, el gran impulsor de la recuperación militar del archipiélago de las Malvinas por parte de Argentina. El bombardeo del ARA General Belgrano había arrojado días antes un total de 323 argentinos muertos. Fue tremendo el impacto que causó aquella masacre en el estado de ánimo de la sociedad argentina.

La misma noche del 10 de mayo, horas antes del Día D y de la Hora H para la ejecución de la “Operación Algeciras”, el parte de guerra argentino era aterrador: 82 muertos, 106 heridos y 342 desaparecidos en la contienda frente a las costas de Tierra de Fuego. Era la trágica respuesta militar británica al bombardeo previo de un portaaviones de combate inglés, el “HMS Invencible”.

 

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El Almirante Anaya había llamado al Vicealmirante Eduardo Morris Girling, Jefe del Servicio de Inteligencia Naval y le hizo partícipe de un plan secreto que ejecutaría un comando especial y que solo conocerían ellos dos.

 

-UN SECRETO PARA CUATRO

Tan solo unos días antes fue cuando el Almirante Anaya había llamado al Vicealmirante Eduardo Morris Girling, Jefe del Servicio de Inteligencia Naval y le hizo partícipe de un plan secreto que ejecutaría un comando especial y que solo conocerían ellos dos en la cúpula militar, junto a una tercera persona, el Capitán Héctor Rosales, en su calidad de agregado naval en la Embajada de Argentina en Madrid, como coordinador de la operación en territorio español. Rosales utilizaría como nombre de guerra el de “capitán Fernández”. También sería conocedor de la operación el capitán Luis dImperio, ex miembro de la ESMA, que coordinaría todo desde Buenos Aires. Una acción militar que, formalmente, no iba a existir nunca en ningún documento ni papel oficial. El Almirante Anaya contaría para su ejecución con tres guerrilleros ex Montoneros: Máximo Alfredo Nicoletti, el ejecutor material, “Gordo Alfredito” era su nombre de guerra, Antonio Nelson Latorre alias “El Pelao Diego” y otro experimentado alias “el Marciano” cuyo nombre verdadero nunca trascendió. Todos montoneros, todos eran aficionados al buceo y alguno, como Nicoletti, con larga experiencia en la voladura de barcos en tiempos de María Estela Martínez de Perón. Uno de ellos con el principal jefe contraterrorista del peronismo y su esposa dentro, que saltaron por los aires en mil pedazos. Máximo Nicoletti, además, llevaba lo de volar barcos en su genética familiar. Su padre fascista, buzo táctico italiano, había participado en la voladura de varios buques en el puerto de Alejandría en 1941 durante la II Guerra Mundial.
El plan consistía en atacar directamente a la Royal Navy británica pero en Europa, en su casa, donde menos se lo esperaban, jugando con el factor sorpresa y generando un cierto desamparo defensivo. Alertar a la OTAN de la existencia de debilidad real en sus defensas frente a enemigos comunistas o islamistas del Líbano o la Libia del Coronel Gadafi. Un error, querían dar a entender, el tener desplazado tanto operativo militar británico tan lejos de los vulnerables objetivos europeos en Las Malvinas. Nadie podría sospechar nunca que las manos de los chusqueros (y asesinos) militares argentinos del momento, habían estado detrás de un golpe inesperado y audaz, de gran efecto sicológico en la sociedad y posiblemente en el concierto geoestratégico internacional.

 

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Máximo Alfredo Nicoletti, el buzo que tenía que dirigir la incursión submarina en Gibraltar la noche del 10 de mayo del 82 para colocar dos bombas lapa. La luna llena abortó la noche antes la acción.

 

-50 KG DE TROTYL

El puerto de la colonia británica de Gibraltar era el sitio elegido para enviar un comando integrado por tres guerrilleros civiles y un militar. El idioma del entorno, el español, no sería una barrera, cosa que sí suponía haberlo intentado como pensaron inicialmente en territorio del Reino Unido. A través de valija diplomática les harían llegar dos enormes bombas lapa de carga hueca, – con 25 kg de trotyl cada una- fabricación italiana para no dejar rastros argentinos, de unos 60 centímetros de diámetro, artefactos que serían colocados en la barriga de alguno de los grandes buques de guerra británicos atracados en el puerto de Gibraltar, repostando esos días camino del cono sur americano. (Ambos artefactos acabarían meses después explosionados, bajo control y en el mayor de los secretos, en el campo de tiro del acuartelamiento Álvarez de Sotomayor de Viátor en Almería, por cierto tras hacer noche las bombas en la comisaria de policía de El Ejido).

Los tres civiles reclutados como comando para ejecutar la “Operación Algeciras” tuvieron que aceptar una condición importante antes de decir sí definitivo a la misión. Si les pillaban y la cosa salía mal, nunca la Armada argentina daría la cara por ellos ni reconocerían absolutamente nada. Serían simplemente Montoneros luchando por la Patria por su cuenta, solo eso. Y si la cosa salía bien, quedaban comprometidos y condenados a un perpetuo pacto de silencio sobre el que jamás podrían contar o presumir. Es de suponer que un sacrificio por la patria bien remunerado tuvo que ser argumentación más que suficiente como para que aceptaran embarcarse, tan anónimamente, desde el aeropuerto bonaerense de Ezeiza a Madrid, Málaga y Gibraltar.

El comando, camuflados como buceadores de pesca y aficionados a la foto submarina, se instalaron primero en Estepona y desde allí desplegaron en pocos días su conocimiento sobre el territorio de operaciones en el Campo de Gibraltar. Confirmaron sus primeras impresiones sobre plano: sí, era posible volar un barco de guerra británico en el puerto de Gibraltar. Lo harían. Solo faltaba el ok desde Buenos Aires, desde el Edificio Libertad en la zona de Retiro, sede de la jefatura de la Armada, despacho de Anaya. Hubo dos fechas previas para ejecutar el atentado, pero se anularon sobre la marcha. La última noche, la del domingo 9 de mayo, la luna llena impidió la ejecución con garantías suficientes para la escapada. La bahía estaba reluciente. El lunes 10 de mayo, sí o sí, iba a ser la fecha.

 

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Bocana del Puerto de Gibraltar, prácticamente al lado de la pista del aeropuerto gibraltareño construido en territorio cedido por España en su día.

 

-DETENIDOS HORAS ANTES.

Aquella mañana del Día D, los miembros del comando trabajaron casi en exclusiva en preparar la escapada final tras los fuegos de artificio. Barcelona, Francia y Buenos Aires eran los destinos elegidos para huir del avispero español que seguramente se iba a montar. Entre otras gestiones pendientes tenían que renovar el alquiler de los coches, vencido el día antes, y cuyo pago siempre efectuaron en efectivo. No con tarjeta de crédito como ya solía ser habitual entre la clientela turística de la época. Aquella fue una circunstancia que alertó a la policía malagueña que, por aquellas fechas, andaba obsesionada con una banda de latinoamericanos que atracaba sucursales bancarias en la Costa del Sol.
-Cuando vuelvan por aquí estos argentinos, avísenos-. dijeron al encargado de la empresa de alquiler de coches los policías del grupo anti atracos de Málaga. Y así sucedió.
En el propio negocio de alquiler de autos son abordados directamente el capitán Rosales y El Marciano por los agentes de policía Francisco López y Ricardo Ruiz Coll que les identifican. Lo confiesan casi todo del tirón, ante la sorpresa de los polis actuantes que creen que les toman el pelo.
Soy el capitán Fernández – dijo Héctor Rosales- de la Armada Argentina y estoy en una misión secreta y desde este momento me considero un prisionero de guerra. No diré una palabra más.
– Si tu eres marino argentino, yo soy el sobrino del Papa, le respondió incrédulo y con sorna Ruiz Coll.
Los trasladan al hospedaje de Algeciras donde dormían los otros dos miembros del comando, Nicoletti y El Pelao, precisamente quienes esa noche tenían la responsabilidad directa del cierre militar de la operación, sumergiéndose con las bombas en la quietud de las aguas de la Bahía de Algeciras.
Todos fueron detenidos. De tal forma que, al conocer los policías españoles la misión que tenían encomendada sus detenidos, maldijeron haber dado parte a sus superiores tan rápidamente.
Os hubiésemos dejado seguir adelante-,les dijeron. Los policías malagueños, una media docena, eran claramente anti británicos por lo de Gibraltar y por tanto favorables a Argentina en el conflicto bélico de las Malvinas. Entre los detenidos y sus captores se estableció esa mañana un clima de simpatía mutua, incluso de cierta camaradería patriotera, llegando a almorzar todos juntos ese mediodía y brindando por “Gibraltar español” y por las “Malvinas Argentinas”, contarían algunos de sus protagonistas años después.

 

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Leopoldo Calvo-Sotelo junto al candidato de UCD a la Junta Luis Merino Rayona. Ese 10 de mayo de 1982, en las calles de Málaga, el presidente ya sabía que se había desactivado un comando terrorista argentino que pretendía volar la Royal Navy en Gibraltar. Comando que por ‘razones de Estado’ viajarían luego en el avión presidencial desde Málaga a Madrid.

 

-“DISTINTO Y DISTANTE”

El télex con campanitas de la comisaria de Málaga con la información de la detención de un comando militar argentino que pretendía volar un buque de guerra inglés en el puerto de Gibraltar, fue conocido inmediatamente por el ministro del Interior Juan José Rosón y llegó al instante al presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo, que se encontraba ese día de campaña electoral precisamente en Málaga. Fue en las mismas fechas en las que el presidente centrista proclamó públicamente que la guerra de Las Malvinas eran para España un asunto “distinto y distante”.
La decisión del Gobierno español, ante la delicada situación generada con la descubierta del comando argentino, fue fulminante. Declaró el asunto “materia reservada” o “secreto de guerra” y decidió proceder con todo el sigilo posible para repatriar a los detenidos cuanto antes, como si aquí no hubiese pasado nada.
Bajo ningún concepto España podía permitirse un escándalo internacional con Gran Bretaña en aquellos momentos, máxime recién llegados a la OTAN pero, sobre todo, con la asignatura de Gibraltar de por medio que, evidentemente, pasaba a un segundo plano en aquel momento para el gobierno de UCD. España, que se desgañitaba en los foros internacionales contra ETA, no podía dar amparo bajo ningún concepto a un grupo terrorista, por muy simpáticos que nos cayeran los argentinos en aquella guerra que les montó la Sra. Thacher.

 

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Estos eran los carteles que convocaban a los andaluces a sus primeras autonómicas el 23 de mayo de 1982. Campaña que a punto estuvo de quedar interrumpida de haberse consumado la ‘Operación Algeciras‘ por la acción terrorista de los argentinos.

 

Todo ello sucedía en un año electoralmente convulso y de cambios políticos, con los mundiales de fútbol disputándose en nuestros estadios, ETA seguía asesinado personas y el país entero aún vivía la resaca del golpe de mano de Tejero el 23F.
Tanto fue el secretismo que se aplicó al desenlace de la “Operación Algeciras” que el propio Leopoldo Calvo Sotelo es quien dio instrucciones concretas para que los miembros del comando viajasen en el avión presidencial de Málaga a Madrid. Así, gran parte de la escolta de seguridad del presidente, ocho miembros, se tuvieron que quedar en tierra para que sus asientos fuesen ocupados por el comando militar argentino y sus conductores camino de su repatriación a Buenos Aires, primero a Madrid y finalmente vía Las Palmas.
Nunca, en mucho tiempo, se publicó una sola línea sobre este asunto. Fue a raíz de un reportaje en la revista Cambio16 a finales del 83, contando gran parte de la operación fallida, cuando se supo que dos bombas lapa, de algo más de medio metro de diámetro cada una, podrían haber cambiado el rumbo de muchas historias europeas y americanas aquella noche del 10 de mayo del 82. Y quizás también hubiese modificado el rumbo general de la Historia, esta con mayúscula.
Lógicamente el MI5 británico y los servicios de inteligencia franceses fueron conocedores de la operación fallida desde el primer momento. Hay incluso quien sostiene que los franceses, que detectaron a su llegada los pasaportes falsificados de Nicoletti y Latorre en Orly, llegaron a sospechar de ambos viajeros a los que retuvieron cierto tiempo. Pero nunca pensaron, nadie lo pensó en ningún momento, que pretendían volar el puerto militar de Gibraltar.

 

*Pepe Fernández es Periodista. Editor y Director de Confidencial Andaluz.