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Hacer periodismo

Las mejores lecciones de periodismo, y de andalucismo, las recibí de Alfonso Lazo en la mesa de camilla de su biblioteca. Le dolía Andalucía y le dolía España»

Opinión / DANIEL GUTIÉRREZ MARÍN.- Recibo una llamada y el camarero pone la tónica sobre la bebida. Siento que no he perdido la capacidad para sorprenderme. Cuando ya estoy frente a mi anfitrión, se retrasa poco en arponearme. Es directo y se muestra sincero. Que ya es mucho. No me hace perder el tiempo y ha tomado la medida de mis palabras en pocos segundos. Mientras hablamos, pienso en que necesito aprender periodismo de nuevo y me ofrece escribir sobre los renglones torcidos de la tierra que nos ha visto nacer.

Las mejores lecciones de periodismo, y de andalucismo, las recibí de Alfonso Lazo en la mesa de camilla de su biblioteca. Nunca conocí a un socialista que lo fuera tan de verdad. A pesar de todo y de todos. Le dolía Andalucía y le dolía España. Tenía el socialismo enmarañado en sus entrañas aunque a su padre lo hubieran cosido a tiros en la morgue del Jarama. En aquella mañana de café y frío, al viejo zorro no se le pasó decirme, como epílogo de sus palabras, que no dejara de escribir nunca. Me pegó un empujón a los pocos días cuando me dedicó una tablilla en el periódico donde colabora, haciéndomelo saber a través del doctor Parejo, aquel profesor de Historia que abrió ante mí las ideas de la contemporaneidad. Me ayudó a comprender el mundo aunque no sé si me voy enterando de algo. Desde luego, el mundo se entiende mejor desde la novena provincia de Sanlúcar de Barrameda.

Las mejores lecciones de periodismo, y de andalucismo, las recibí de Alfonso Lazo en la mesa de camilla de su biblioteca.

Es probable que aquellas horas magistrales marquen el compás de estas líneas que desde hoy se dedican a hacer periodismo. Porque el periodismo es como la democracia: un camino de redención, un valor absoluto al que se aspira pero que nunca se alcanza. En esos pagos estamos los que hemos profesado el credo de la palabra aunque haya sido desde la ingenuidad.

Cuando apuro los últimos tragos de la bebida, siento ante mí una nueva oportunidad de hacer periodismo, de ese con el que te recreas en las palabras, con el que jugueteas entre las manos, del que te enamoras, con el que hieres y haces reír al adversario. Antes de marcharme, pienso en las lecciones de periodismo que he recibido en los últimos años y me acuerdo del escaño ciento diez del Parlamento. Ambos aguardan grandes aspiraciones pero ninguno cambiará nada.