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Harto de coles

Francisco Gimenez Alemán
Francisco Giménez-Alemán

Se contaba en Madrid hace años que, casi centenario, el marqués de la Valdavia fue objeto de un homenaje después de una larga vida como concejal desde cuyo escaño había visto pasar la Historia de España, primero afiliado en su juventud al partido conservador de Cánovas, más tarde al de Maura, luego a la Unión Patriótica de Primo de Rivera, en los años treinta representando a la CEDA de Gil Robles y, sin solución de continuidad, al grupo falangista del conde de Mayalde en el que ahora se jubilaba. Cuando a los postres le tocó al anciano aristócrata dar las gracias lo hizo con inconfundible gracejo castizo y al repasar finalmente su trayectoria de casi tres cuartos de siglo en la Casa de la Villa, terminó diciendo: “Gracias, gracias a todos los presentes por el homenaje, aunque a estas alturas de la vida ya no sabemos si somos de los nuestros”.
Cientos y cientos de españoles podrían decir algo parecido en estas vísperas electorales. Desencantados unos del Gobierno de Rajoy, frustrados otros con un candidato socialista que no remata, y el resto desorientado y sin ver clara la alternativa de Ciudadanos, ni los antiguos votantes del PP ni los fieles seguidores del PSOE saben a ciencia cierta si siguen “siendo de los nuestros”. Porque el desconcierto en el electorado es de de tal magnitud que la noche del 26J nos podemos encontrar con la sorpresa de aquel dicho tan español: Si sale con barba san Antón y si no…

¿Qué ha podido pasar en nuestra querida España para que nos encontremos en esta endiablada tesitura? Algunos mantienen la teoría del cansancio del electorado por la corrupción, por la austeridad llevada al paroxismo durante la crisis, por el empobrecimiento de las clases medias, el paro y por la ausencia de una luz al final del túnel.

Todo es posible este próximo domingo. Incluso que los resultados sean una fotocopia del 20D. Lo cual vendría a demostrar que los partidos políticos, en tal caso representados por gente insolvente, habrían hecho un pan como unas tortas y que volveríamos a la casilla de salida quien sabe si para una nueva –la tercera- convocatoria electoral en menos de un año. Las encuestas y el olfato popular indican que es bastante probable que la jornada dominical arroje un nuevo sudoku de imposible recomposición en un Gobierno y que todos nos quedemos mirando a la Zarzuela a ver si el Rey tiene la fórmula para deshacer el rompecabezas.
¿Qué ha podido pasar en nuestra querida España para que nos encontremos en esta endiablada tesitura? Algunos mantienen la teoría del cansancio del electorado por la corrupción, por la austeridad llevada al paroxismo durante la crisis, por el empobrecimiento de las clases medias, el paro y por la ausencia de una luz al final del túnel. Y la combinación de todo ello nos daría una resultante incierta, pues cada quien, “sin saber si somos de los nuestros”, habría decidido tirar por la calle de en medio (salga el sol por Antequera) y, de perdidos al río, votar irresponsablemente a Podemos. Es decir, que mucha gente –tantos como hasta más de siete millones de españoles- harta de coles estaría indagando la vía suicida de poner al Coleta a las puertas de la Moncloa. Pocas veces se habría empleado esta voz popular andaluza: hartos de coles, con tanta propiedad como en el caso que nos ocupa y tanto nos preocupa. Porque es lo cierto que hay cada vez más compatriotas que no confían en los grandes partidos y que han agotado sus reservas de paciencia ante un Mariano Rajoy impasible y un Pedro Sánchez incapaz de encarnar la alternativa.