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Harto ya de estar harto

Vamos encaminados a parecernos cada día más a los italianos cuyos gobiernos, acuérdense, duraban menos que un caramelo.

 

No me cansaré de repetirlo. Estoy hasta la mismísima coronilla, por no emplear otra expresión más cutre, de aguantar todos esos mensajes bienintencionados con los que quienes manejan el cotarro nos bombardean a diario para dirigir en su provecho lo que ellos llaman opinión pública, que no es otra cosa que su propia opinión dirigida desde las alturas de los mass media con el fin de provocar un estado de ánimo generalizado que condene desde el cambio climático al maltrato animal pasando por la violencia de género, la emigración masiva del Tercer Mundo o los movimientos ultraderechistas tan en boga en los últimos tiempos.

 

Seamos serios. A ellos, a quienes manejan los hilos, les da igual que el planeta Tierra se vaya al carajo en cien o doscientos años, les da lo mismo que se ahoguen miles de personas todos los años en el Mediterráneo, se la trae al fresco que la gente coma verduras, pollo o carne de buey, que abandone a sus mascotas o que se toreen toros en las plazas, o que cada año mueran cientos de mujeres a manos de sus parejas. Y les da igual porque a ellos sólo les interesa sacar el máximo provecho de cada situación.

 

Digo yo que si a la ONU o a la cargante y repelente niña sueca que denuncia enfadadisima que le han quitado su infancia (?) le preocupase mucho la contaminación, hace tiempo que habría prohibido, por ejemplo, la comercialización y venta de los plásticos que inundan nuestros mares. Que para evitar el éxodo masivo de personas de África o América a Europa o Estados Unidos, tendrían que haber dejado de esquilmar, como siguen haciendo muchas multinacionales con el beneplácito de sus gobiernos, las economías del Tercer Mundo. Que al Gobierno de Pedro Sánchez, tan preocupado por la violencia de género, le bastaría con tener controlado a buena parte de un sector extranjero residente en España en cuyos países no sólo está permitido el maltrato a la mujer sino su absoluta vejación y el haber educado en la igualdad y en el respeto a otra buena parte de los españoles que dejaron de ser analfabetos hace sólo dos días. De lo de los antitaurinos, los animalistas y los radicales veganos, más vale ni hablar porque ellos mismos se definen con sus tonterías de las gallinas violadas y las mortíferas y asesinas cañas de pescar. El día que descubran que las zanahorias y las remolachas tienen un ADN parecido a las vacas, van a tener que alimentarse de aire.

 

Ustedes se preguntarán por qué no escribo del asunto que ahora está en el candelero que no es otro que el sempiterno tema catalán. Pues no lo hago porque esot harto de afirmar que con los actuales bienintencionados gobernantes, el problema no tiene solución. No vale volver la vista atrás y buscar culpables porque todos, absolutamente todos los partidos y sus distintos dirigentes han puesto su granito de arena para ir acumulando mierda en esta montaña en la que se han subido los Pujol, Más, Puigdemont, Torra, Esquerra, Omnium, la ANC, los CDR y miles de para contemplar tranquilamente cómo el resto de España grita y protesta indignado mientras ellos siguen dando pasos hacia su independencia. Da igual lo que digan los jueces, les da igual que los condenen o no por rebelión, que se descubra que el propio presidente Torra estaba detrás del supuesto asalto al Parlamento de los CDR, se la trae al fresco que lleguen cientos de policías y guardia civiles para tratar de poner orden. Su táctica está clara y definida. Porque saben que, antes o después, van a conseguir su objetivo. Ni 155 ni leches. Esto no tiene vuelta atrás. Y lo peor no es que los catalanes se independicen, lo más grave es que, detrás de ellos van a ir los vascos y, en un desafortunado efecto dominó, seguiran ese camino otras comunidades autónomas haciéndonos recordar aquel nefasto “café para todos” enunciado hace casi 50 años por Manuel Clavero y recogido ahora por el pretendido Estado Federal asimétrico que propugna el PSOE de Sánchez.

 

Y así estamos. Esperando de nuevo el “dejá vu” de las elecciones del 10 de noviembre. Como he citado algunas vez en estos artículos, el lampedusiano “que todo cambie para que todo permanezca”, sigue vigente en nuestro panorama político. “Beguin the beguine”, volver a empezar habiendo perdido un tiempo precioso y millones de euros por culpa de unos políticos nefastos e incapaces de llegar a acuerdos y formas gobierno. No me extraña que estén acojonados con la amenza de la abstención. Lo lógico es que, con tres elecciones generales en tres años, los españoles estemos hastiados y contemplemos a nuestra clase política como una insoportable carga para la sociedad. Vamos encaminados a parecernos cada día más a los italianos cuyos gobiernos, acuérdense, duraban menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Como somos como somos, a nadie le extrañe que batamos todos los récords mundiales y consigamos dejar a nuestros vecinos italianos como unos pardillos logrando celebrar seis o siete elecciones generales en sólo un lustro. ¡Bonicos somos! Como dicen los gurús de nuestra actual juventud, que no son otros que los integrantes del Gran Hermano. “para chulo, chulo, mi pirulo”. Pues eso es lo que hay. Que les aproveche.