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Hay ciudades que no tienen Carnaval

–de Cádiz a Sevilla, o Don Carnal no tiene quien le escriba–

Hay ciudades que no tienen catedral
(Luis Martín‑Santos)

Daniel Lebrato
Daniel Lebrato

Sevilla. Viernes noche. Luna llena. Plazas de San Lorenzo y San Antonio.

En las plazas y en las calles y bares del entorno, grupos numerosos de muchachotes con hábito, unos, de chándal, y con una bolsa o macuto en la mano, otros, de traje oscuro. Algunas muchachas, con pinta de novias acompañantes. Se ve que ellos son o serán costaleros de Gran Poder, Bofetá, Soledad o Buen Fin. Estarán llamados a hacer la igualá (cuadrarlos por estatura en las trabajaderas de los pasos) o para la mudá (traer el paso hasta las iglesias desde el garaje donde han pasado el año). Los de traje oscuro irán de capataces.

El clima es animado; la noche, excelente. Sevilla está llena. Es la noche de los matrimonios y hay cientos de turistas y extranjeros desde las Setas a la Gavidia (ni un alma cabe en la bodeguita Dos de Mayo) y hasta la Alameda. De tanto gastro bar o gastro espacio, toda la noche es gastro: cervezas, vinos, tapas, también en las casas de hermandad. Y piensa uno. De aquí al Miércoles de Ceniza, que este 2016 cae en 10 de febrero, quedan 19 días, casi tres semanas, para entrar en Cuaresma, casi dos meses hasta el Domingo de Ramos, que saldrán las primeras cofradías, que será el 20 de marzo.

¿Los cuarenta días de la Cuaresma no son suficientes para preparar lo que está más que preparado, lo que se repite un año y otro igual, como es la Semana Santa? Y me respondo. A estos, lo que les pasa no es que necesiten ni entrenar, ni ensayar ni nada; a estos, les va la marcha (procesional). Y, sigo pensando. ¿En Cádiz dejan de tener, por tener Carnaval, Semana Santa? ¿Se les caen los pasos? ¿Dan camballás (tumbos o traspiés) por falta de entreno? La respuesta es no.

La respuesta es que Cádiz tiene gracia y Sevilla es la ciudad de la gracia (Divagando por la ciudad de la gracia, José María Izquierdo, 1914), pero de la gracia de Dios a la ciudad mariana, don gratuito concedido por el ser supremo para salvar al hombre o ayudar a que el hombre se ayude a salvarse a sí mismo, lo que ya es gracioso. En años como este, que pilla tan pronto la Semana Santa, más notorio es el vínculo de los tambores de la Cabalgata con los de las procesiones y más notoria la poca gracia que tiene la ciudad de la gracia comparada con otras que tienen su Carnaval y lo disfrutan (ahora sí) como Dios manda.

Lo cual no es sino una demostración de lo que ya sabíamos: que La fiesta según Sevilla, de por sí mijita rancia y estirada por el lado señorito (apolíneo) que le toca, ha pasado a ser La fiesta según el Vaticano. La fiesta según Sevilla consiste en ver y el Carnaval de Cádiz (no el de Venecia, que también consiste en ver) es pura participación (dionisiaca) y búsqueda de la originalidad por hacer cada año algo diferente a lo que ya se hizo, o sea, lo contrario del inmovilismo capillita, cofrade o cofradiero. Eso se pierde Sevilla y las ciudades como Sevilla que no tienen Carnaval. Y les dejo, que nos vamos a Cádiz.

Foto collage: La voz digital