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Hora de la sociedad civil

Juanma Vidal2
Juanma Vidal*

En el ciclo de la vida, tomamos cientos de miles de decisiones: unas son cabales, dotadas de razón, y otras completas boutades. Unas la adoptamos solos y, otras, acompañados. Algunas veces las compañías son buenas, dignas de encomio, y otras resultan peligrosas, nocivas, incluso tóxicas.

Cuando nos ha acompañado de siempre la cordura, la sensatez, el buen sentido, “el seny”, resultan más llamativos si cabe los giros copernicanos, drásticos, radicales, por lo inesperados y bruscos que resultan, y por las repercusiones que de su implementación se derivan, algunas veces fortuitas y venturosas, pero otras muchas de difícil reparación y cuestionable desagravio.

El mundo de las ideas es libre, abierto, expansivo. Cada uno puede, debe y hasta tiene el derecho a expresarlas, pero siempre bajo el imperio de la ley bajo el que nos regimos todos, porque si no viviríamos en la anarquía, el caos, el desorden.

Ya en entregas previas hemos aceptado la premisa de que esta ley requiera de una revisión para estar al corriente de la vida, pero la ley es la ley, incluida la propia, la que uno mismo se ha impuesto, y podremos discutirla en los foros reglamentarios, pero mancillarla, pisotearla y vulnerarla a conveniencia de parte, solo nos pone al borde del precipicio, el que separa la libertad, del libertinaje, para acabar viéndose privado de la misma.

 

Siempre habrá víctimas colaterales, débiles, frágiles, que abogaban por dignos principios y que terminan sufriendo pese a sus buenas intenciones. Castíguese por tanto todo el exceso, sin miramientos, sin encubrimientos.

 

Muy cierto es que en toda democracia que se precie de serlo cabe tanto el derecho de protesta, como la contención de posibles reacciones, pero todo dentro de los cauces reglamentarios, de unos órdenes, de unas proporciones, de una armonía. Rebasar esas directrices pone en cuestionamiento la legitimidad de quien las infiere, por mucho monopolio que tenga sobre su uso, que no sobre su abuso.

Es entonces cuando deben infringirse sanciones para los desmandados, vistan como vistan y representen lo que representen ¡Ah, y no ofendan a nuestra inteligencia, porque muchos no son pacíficos, ni mudos, ni honestos! Siempre habrá víctimas colaterales, débiles, frágiles, que abogaban por dignos principios y que terminan sufriendo pese a sus buenas intenciones. Castíguese por tanto todo el exceso, sin miramientos, sin encubrimientos.

Por fortuna, frente a la cerrazón, la obstinación de las partes interesadas, parece que solo cabe la intermediación de pacificadores, de mujeres y hombres buenos llovidos de la sociedad civil, pues sólo gente aséptica, pura, neta, puede conformar parte de la solución, no así quien ha socavado las vías de comunicación, quien ha reventado los puentes, quien ha volatilizado los nodos de conexión.

Las plataformas cívicas que trabajen en pos del dialogo, del debate, de la discusión, jamás deben ser la marca blanca de los partidos implicados, porque eso es jugar sucio, es “dar gato por liebre”. No, esos no.

Quien proponga debe salir de la calle, de las comunidades implicadas, de las asociaciones vecinales, con verdadera voluntad de parlamentar y no levantarse de la mesa hasta alcanzar los acuerdos que retornen el sosiego, la calma, la tranquilidad a la sociedad en su conjunto, terriblemente vareada, preocupada y hasta intimidada en las últimas semanas, por encima de repercusiones financieras, políticas, etc. Las personas siempre por delante.

Hoy miércoles se ha presentado en Barcelona una “Comisión independiente para la mediación, el dialogo y la conciliación” a propuesta del Colegio de Abogados de Barcelona, junto al Colegio de Economistas, UGT, CCOO, la Universidad Autónoma, la Cámara de Comercio, y otros, en un momento complicado para la convivencia.

 

Nuestra Carta Magna sirvió para una etapa, una fase ya superada y es hora de pergeñar las mejoras que le den vigencia otro buen par de generaciones, para garantizar la convivencia consolidada durante siglos.

 

Esta comisión reivindica el dialogo, el consenso, el acercamiento de posturas, hasta ahora enconadas, para frenar la incertidumbre y la inseguridad jurídica que supuso la paralización de las instituciones de autogobierno de Cataluña. Propone descartar medidas precipitadas por parte de los bandos en conflicto, como la DUI, y el Art. 155 de la C.E. También sugieren desmontar los intensos operativos desplegados contra el 1-O que han generado mucha ansiedad en la población, recuperando la seguridad precedente. Puede ser un buen punto de partida.

Me gusta la metáfora del fuego, por su efecto purificador, pero no así su efecto devastador, asolador, aunque es comprensible que tenga más eco el segundo y por supuesto sus daños sean más visibles. Frenarlo requiere de estrategia, debiendo cortar por lo sano llegado el caso, por medio de cortafuegos, porque mientras vehementes pirómanos sigan vertiendo gasolina a las llamas, no parece que se pueda sofocar el incendio.

Que hay que tocar lo intocable, lo que parecía inmarcesible, lo inalterable, como si fueran las pétreas tablas de Moisés grabadas en fuego, es evidente, porque ese código no es como el Mesopotámico de Hammurabi, grabado en piedra y de origen divino. Nuestra Carta Magna sirvió para una etapa, una fase ya superada y es hora de pergeñar las mejoras que le den vigencia otro buen par de generaciones, para garantizar la convivencia consolidada durante siglos.

Solo una reflexión para el duelo dialéctico entre el Jefe del Estado y el aspirante al trono soberanista: “¡Señores, empatía!” Menos gestualidad, menos estrategia retórica, menos “zascas en toda la boca” y más proximidad, porque el pueblo llano vive acongojado y, sí, acojonado, por una crisis sin precedentes en nuestra historia reciente y necesita de su comprensión, de su cercanía, de su acuerdo. Y yo no he reconocido estos indicios en sus monólogos de sordos.

Visto lo visto, los excesos deben concluir antes de despeñarse por precipicio alguno por consejo de alterados y alienados. Si ellos buscan ahí su final es cosa suya, pero tratar de conducir a sus fieles al suicidio colectivo es un delito de lesa humanidad, y va para todos. El tiempo de algunos iluminados ha tocado a su fin. Sinceramente creo que es la hora de la sociedad civil, que aporte cordura, integridad y diálogo, porque recuerden, “fuera, hace frío”.

 

*Juan Manuel Vidal es Periodista y Community Manager

@VidalJuanma