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Ídolos por sí y la familia

El sobeo va directo a sus partes íntimas, resaltadas nadie sabe a iniciativa de quién.

 

 La necesidad de los ídolos está insertada irremediablemente en demasiados humanos. Ni el avance de la cultura consigue frenar la tendencia. Basta contabilizar las páginas de los periódicos o programas televisivos para provocar en la sensatez de un ciudadano medianamente crítico una indignante sorpresa. Incluso las religiones no se atreven a contrarrestar  con decisión los fervores de sus particulares ídolos, tal vez porque muchos producen suculentos dividendos.

Así las cosas, rodeados de ídolos, incluidos los muchos de carne y huesos mayormente incultos, no deberían asombrarnos. Allí tenemos la arrogante estatua ─800 kilos de bronce de tres metros y medio de altura─ de un tal Cristiano Ronaldo, sujeto de patadas fáciles para introducir un balón dentro de un marco, en su pequeña ciudad natal, Funchal, en Madeira. Acuden turistas solo a sobar al coloso, de momento, porque quizá algún asesor fiscal del citado se le ocurra colocar un cepillo para introducir unas monedas para el mantenimiento y de camino paliar sus multas fiscales, el pobre.

 

 

Así las cosas, rodeados de ídolos, incluidos los muchos de carne y huesos mayormente incultos, no deberían asombrarnos.

 

 

El sobeo va directo a sus partes íntimas, resaltadas nadie sabe a iniciativa de quién. Puestos a conjeturar podría ser por deseo del propio señor Ronaldo, sus asesores de imagen, el escultor o su dulce media naranja. Sería resbaladizo adivinar las razones del resalte por el artista escultor, aunque menos por su compañera, normalmente celosas, claro. En cualquier caso, lo normal sería un besapié como si se tratase de un cristo laico.

Las fotografías resaltan el brillo bronceo de sus partes nobles y las caritas de algunas féminas cuando refriegan sus panderos por las partes empaquetadas prominentes de la estatua, también la de algunos hombretones con su mano en las mismas, volviéndome a colación otras conjeturas sobre la inclinación sexual de los tales, y dejando claro mi ausencia de intención maligna hacia el abanico de opciones. Vaya de broma o en serio, las seudas peregrinaciones a Funchal ocupan páginas, incluida esta ─a mi pesar rebotada─, donde la veneración idolátrica adquiere dimensión social. Esperemos resulte fácil la inclusión en su día de un injerto.

 

 

Podrían recurrir al Heracles de los jardines del Parlamento, rechoncho mozo y supuestamente de buen comer,  enderezando las columnas derribadas. A su lado la del señor Cristiano es un llavero chino.

 

 

Los romanos eran expertos en elevar y defenestrar a los ídolos y dioses salidos de su práctico politeísmo.  Entre tantos, valga la muestra de Marco Aurelio Antonino Augusto, conocido por Heliogábalo, empedernido comilón, adolescente nacido en Siria y puesto en política por su abuela Julia Mesa tras, naturalmente, la consiguiente conspiración, o sea, más o menos como ahora: un trepador llegado a más por la familia. El prenda, con atuendo afeminado y las tetillas al aire,encabezaba las danzas rituales alrededor de un altar al dios Sol y se casó vestido de mujer con una virgen vestal… más otros sucedidos vetados por el pudor y las buenas costumbres.

En la áspera realidad andaluza donde las derechas siguen sin encontrar una argamasa de calidad para formar una familia unida y echar a la otra (casi todo en esta vida es cuestión de familias) podrían recurrir al Heracles de los jardines del Parlamento, rechoncho mozo y supuestamente de buen comer,  enderezando las columnas derribadas. A su lado la del señor Cristiano es un llavero chino. No obstante, resultarían feas unas pasadas del colectivo político por las entrepiernas del fornido domador de leones. A los intelectuales les basta una elevación espiritual para rogarle a sus memes, ídolos o dioses su protección en estos difíciles momentos por donde pasa su futuro y de penalti el de la Andalucía de todos.