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Iluminados

España es un gran país de iluminados, incluso colectivos.

 

 Existen los iluminados individuales transitorios y los permanentes, además de los colectivos. Don Pedro Sánchez, por ejemplo, no es un iluminado por haber masticado el polvo del destierro y ahora degustar los menús de la Moncloa. Un caso antagónico es el de don Julio Anguita, iluminado permanente, renunciante a su pensión de diputado y meditar mucho desde la Plaza de las Tendillas, ojos al cielo, manos entrelazadas, diciendo: «¿Tú también Pablo?». Porque don Pablo Iglesias desde haber optado al Marquesado de Galapagar dejó la iluminación y hoy su coleta deja de ondear al viento, perdida la bendición del califa cordobés.

Don Iñigo, para simplificar el polipartidismo patrio, dejó a su hermano bolivariano y, desoyendo el ‘éramos muchos y parió la abuela’, tuvo una iluminación transitoria e irrumpió en el ruedo ibérico. Un iluminado pleno es don Antonio Maíllo al cambiar el Parlamento andaluz por la algarabía de los alumnos y, sobre todo, por haberse despedido regalándole un libro a cada compañero parlamentario sin la menor sarcástica intención. Digna de figurar su estatua en una hornacina en la iglesia del antiguo Hospital.

Un iluminado transitorio fue don Alfonso Guerra en sus mítines del Prado de San Sebastián previos a 1982. Nada similar a don Felipe González por haber ordeñado alguna vaca de más en sus años de Jefe de Centuria del Frente de Juventudes. Otro nada iluminado fue don Francisco Franco por lo dicho a su ministro: «Oiga, dedíquese a lo suyo y déjese de hacer política…».

España es un gran país de iluminados, incluso colectivos. La iluminación de muchos es peligrosa por la realimentación: parte de la señal amplificada se inyecta a la entrada para lograr un bucle como si de un gran lazo amarillo se tratase. Por cierto, los lazos serán sexuados porque procrean sin tregua. Hasta sus caracteres identitarios los están perdiendo los catalanes, tan aficionados a las ´pelas’ ahora no les importa arruinarse con tal de darle por la retaguardia a la puta España. Tienen casi todas las competencias pero les falta humillar. O sea, sentir la transfiguración de la iluminación procedente del esoterismo tras galáctico. Mientras, los otros compañeros del norte rezan para tomar el tren de una Albania feliz. Aquí, cuando salimos del ‘Por el imperio hacia Dios’ pasamos al ‘Por Andalucía, España y la Humanidad’ y siempre estamos en las mismas, ahora con muchos más bares.

Don Alejandro Rojas Marcos pasó a la transitoriedad al terminar su mausoleo cartujano. Ahora se entretiene haciendo teatro, nada difícil dadas su reconocidas habilidades.

Por cierto, tal vez nuestro iluminado más emblemático fuese don Blas Infante porque parodiando a los templarios en su ‘somos mitad monjes y mitad soldados’ (no especificaron si el corte era longitudinal o transversal) don Blas, digo, partió su casa de Coria en dos mitades: mitad musulmana y mitad cristiana, algo así como si poseyese un corazón partío.

Un ejemplo paradigmático de iluminación clásica fue doña Pitita Ridruejo, experta en apariciones marianas, de grandes ojos fijos en algún hecho sobrenatural. Tal vez represente a esa España pasada por el componente religioso donde, todavía, lo civil o la laicidad bien entendida se taracean en farragosos asuntos impensables para los europeos, porque hace un siglo distinguieron el lugar.

Nada iluminado es el rey emérito, sin tiempo por tantas cacerías, ya sean de conejos o elefantes. Ahora pudo iluminarse si hubiese optado por la sanidad pública, pero borboneó y marchó al pulcro hospital privado. Poco borbonea por ahora don Felipe, firme en su felipismo, por lo cual lleva camino de la iluminación.

El colectivo del PP, al habérseles apagado la iluminación de una inmaculada conciencia, hoy suben  montañas ya escalas pero con musgo, o sea, resbalando para volver a subir.

Otro iluminado cercano es el director de Confidencial Andaluz, don José Fernández. De vez en cuando Pepe monta fusta en ristre,  les saca las vergüenzas a los luceros de las mañanas, y a sus nalgas corruptas las fustea con ardor. Es como aquel guerrero sin antifaz, justiciero romántico de una autonomía honesta.

Sin algunos iluminados la vida sería feliz para los pordioseros arrogantes, llegados para asar vacas con billetes de quinientos euros, total, nada comparado con nuestro perdido imperio.